—Malika.

La voz sonó más ronca que de costumbre, como un susurro seductor, cuando reconoció la figura femenina a la luz pálida de las farolas. No habían quedado, ni pretendían hacerlo, pero recientemente el destino parecía juntarlos muy a menudo.

—Sabía que el rastro de cuerpos mutilados había sido obra tuya—la luz parpadeante bailaba sobre su pálido rostro, del que tan sólo se destacaba un único ojo visible y de un intenso azul. El otro, el que había sido mutilado por su padre, casi siempre lo mantenía oculto mediante un parche oscuro. No era que se avergonzase de la cicatriz, sino que prefería tan sólo mostrar el horror en momentos muy concretos.

Maegor había percibido que pocos podían soportar la imagen de aquel hueco ocular, ennegrecido, y vestido con una diminuta piedra azulina de cristal en defecto del ojo que perdió.

—Quería verte. He notado que desde que compartimos nuestra sangre, puedo experimentar cosas—optó por ser vago con sus sensaciones, ya que no quería tampoco confesarle lo mucho que le había gustado percibir aquella comunión sanguinaria entre dos seres como ellos:—¿Tú también?

—Parece ser que es la única manera de llamar tu atención.— Es un reproche.

La última vez que se encontraron, Malika le reprocho la existencia de Layla y su importancia para Maegor. Una conversación que no termino ni de la que obtuvo lo que deseaba; pues, aunque Maegor admitió también algo hacia ella, no lo tenía en exclusividad. Y eso, muy muy en el fondo, le dolía.

Finge estar ocupada, con los ojos puestos en cualquier otro sitio, pero lo cierto es que sus sentidos están completamente centrados en él y en sus movimientos. No quería mirarlo, no quería atreverse a mostrarle la cara para que pudiera vislumbrar la verdad en sus fracciones desencajadas o en sus ojos suplicantes, ni tampoco quería verse embaucada por sus rasgos duros.

Enarco una ceja ante el recuerdo de aquella intimidad entre ambos. Más crispada por sus palabras y por creer que, tan solo aquella vaga sensación de la que hablaba, era la excusa para volver a verse; se giró para encararlo. —¿Y?— Inquirió esperando que siguiera, aunque el tono le retaba a que si continuaba, recibiría algo no muy agradable de su parte.

También sintió cierta conexión... Pero no sería la primera en revelarlo.

Maegor ignoró por completo el reproche de bienvenida.

No buscaba en aquellos instantes discutir con ella, ya que todo lo que estuviese relacionado con las emociones lo consideraba una pérdida de su tiempo e interés:—No puedes negarme que es bastante singular—si la vampiresa creía que él se iba a arrastrar a hacer una confesión personal es que no lo conocía:—Es un vínculo que genera poder—acentuó mucho la última palabra mientras reducía el espacio personal entre ambos.

Al hacerlo, el vampiro pudo oler el perfume femenino mezclado con la sangre. Su aroma, que parecía languidecer condensado en ese espacio reducido, acentuó sus rasgos vampíricos en su único ojo vivo. La muerte estaba imprimida en ella tras esa matanza y aquello parecía excitarlo con las mismas ansias de matar.

—Quiero más, Malika—su voz ronca salió en un tono imperativo:—¿Acaso tú no lo deseas?—la tomó por la barbilla para que la mirada de la vampiresa estuviese sólo enfocada en él. Tan juntos estaban ahora que podía sentir la cálida respiración de la fémina cerca de sus labios:—Responde.

Poder. Eso era algo que siempre había ansiado cuando se encontró bajo el yugo de Bianca. Malika deseó poder para liberarse, enfrentarse a todos aquellos que la consideraban un juguete sin valor.

Una sonrisa traviesa y curva se asomó a sus labios con la cercanía del cuerpo de Maegor al suyo. —Entonces, ¿eso es lo único que quieres?— Se relame los labios, saboreando hasta la última gota de sangre que los manchaba y lo hace despacio consciente de que ese gesto solo avivará sus ganas. —Eso es el vínculo...— Se aprieta, deliberadamente, dejando que sus curvas lo provoquen. —Solo por poder. ¿O hay algo más?

Y ese algo más es demasiado obvio: quiere saber sus sentimientos.

Por instinto, sus rasgos vampiros se activan al ver los suyos y su cuerpo se arquea en estado de alerta. Dispuesta a saltar sobre él de ser preciso. Pero sus palabras y su deseo aumentaron muy por encima de todo lo demás, incluso de su raciocinio. —Sí, lo deseo.— Sus colmillos se alargaron mientras contestaba. Elevó una mano hacia su mejilla, bajándola, con una lentitud dolorosa, hacia su garganta; donde cerro el puño y apretó.

—Saboréame.— Prácticamente le suplica y le reta para que lo haga.

La provocación en la voz de Malika era un elixir para los sentidos de Maegor, una mezcla embriagadora de deseo, poder y peligro. La cercanía de sus cuerpos, el intercambio de miradas cargadas de intención, todo ello componía una danza de la que ambos aún estaban aprendiendo.

—El poder siempre es un medio, nunca un fin—le respondió en casi un susurro, pero resonando con una autoridad que desafiaba a ser contrariada:—Pero tú, Malika, eres mucho más que un simple medio para un fin—su único ojo se fijó en ella, intenso y penetrante, intentando descubrir los secretos que se ocultaban detrás de sus ojos.

La pregunta sobre si había algo más allá del poder era retórica, ambos lo sabían. En el mundo en que vivían, donde la eternidad era bendición para ellos, los sentimientos eran tan volátiles como valiosos:—Hay... capas—le admitió, reconociendo la complejidad de su propia existencia y la de su relación con Malika:—Capas que supongo ni siquiera la eternidad puede desentrañar completamente.

El deseo era palpable, una fuerza primaria que los unía y los separaba a la vez.

—Saboréate...— repitió, permitiéndose ser arrastrado por la corriente de su deseo mutuo. Su mano derecha se movió para interceptar la de Malika, deteniéndola en su descenso hacia su garganta:—Será un placer y una condena— admitió, reconociendo la dualidad de ese vínculo:—Pero una que acepto con cada fibra de mi ser.

Y con una agresividad impropia para el momento que se estaba tejiendo, los colmillos del albino perforaron la piel tersa y suave de la vampira.

Malika sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo cuando los colmillos de Maegor penetraron su piel. El dolor inicial fue seguido por una oleada de placer que la hizo gemir casi involuntariamente. Sus manos se aferraron a los hombros de Maegor, sus uñas queriendo arañar su piel mientras se entregaba al éxtasis de la unión vampírica.

Cerró los ojos con fuerza, dejando que las sensaciones la abrumaran por completo. Era un torrente de emociones y energía que los unía en un vínculo más profundo que cualquier otra cosa en el mundo.

A medida que el éxtasis se apoderaba de ella, Malika se sintió más viva que nunca. Cada célula de su ser resonaba con la intensidad del momento, con la conexión que compartía con Maegor. Era como si juntos fueran uno, trascendiendo las limitaciones de sus formas físicas.

Cuando finalmente se separaron, Malika abrió los ojos para encontrarse con la mirada intensa de Maegor. En ese momento, no había necesidad de palabras. Sus ojos hablaban el lenguaje del deseo, del amor y de la complicidad compartida.

Se acercó a él, uniendo sus labios en un beso ardiente que sellaba su pacto silencioso. En momentos como este, el mundo se desvanecía y solo existían ellos dos, unidos en cuerpo y alma para la eternidad. Pero, finalmente e inexorablemente, el resto del mundo siempre volvía y la propia frialdad de su insensible corazón que los traía de vuelta.

Se separó de él con reticencia, dejando que el frío sustituyera el calor del deseo y su necesidad mutua. —¿Y ahora?

—Ahora te toca a ti—comentó cerca de su cuello, aún saboreando el líquido carmesí que se deslizaba hasta llegar a la clavícula de la vampira:—Primero, debes curarte—se subió la manga de su chaqueta y camisa hasta la altura de su codo.

Rápidamente, los dientes del albino desgarraron con la misma intensidad que había ejercido sobre el cuello de Malika, su muñeca:—Bebe. Así fortaleceremos nuestra unión—acercó su sangre hasta la boca de la morena para que succionase todo lo que necesitase.

Sin embargo, cuando notó cómo los labios de Malika rodeaban ahora esa zona, sintió su deseo crecer. Había algo de morbosidad animal, ese cruce entre el placer y el dolor, que estaba despertando su libido más encerrada.

La deseaba.

—Sigue—dijo de forma más autoritaria, apreciando ahora también cómo su sangre cicatrizaba más rápido la herida del cuello de su compañera:—Buena chica—comentó, soltando una pequeña risita siniestra al ver cómo ella también se deleitaba con ese manjar.

—Suficiente, querida. Ahora hasta la próxima vez.