Balconada.

No creerías que Eleazar perdería de vista a Nadia esta noche, ¿cierto?

Sobra decir que se ha comportado de la forma menos invasiva posible, especialmente desde que la vampiresa búlgara le hizo saber —dejándoselo bien claro, como sólo Nadia habría sabido hacerlo—, que ya tenía una cita para Nochebuena: su madre. Nadia y Katherine vienen recuperando todo el tiempo perdido en los pocos meses que llevan reencontradas, y cabía esperar que quisieran compartir una noche tan especial... o al menos, que Nadia quisiera hacerlo.

Porque Eleazar, desconfiado por naturaleza, sigue sin tener claro que las prioridades de Nadia y las de su madre sean del todo afines.

Sea como fuere, vestido en uno de sus mejores trajes de gala, ha acudido a la fiesta de los Grigori siendo un invitado más. Ha disfrutado del champán, de la buena música; se ha entremezclado entre el gentío... y a lo lejos, ha contemplado a la vampiresa disfrutando de una velada especial junto a su progenitora. Está bien... Nadia estará bien.

Retirado desde la balconada, empieza a valorar que la fiesta, al menos para él, está llegando a su fin.

O puede que no. Puede que no haya hecho más que comenzar.

Balconada.

Al contrario de lo que Nadia pudiera asegurar, esa noche no ha puesto toda su atención solo en su madre. Por supuesto, discreción es su segundo nombre. La vampiresa se ha cuidado de dejar entrever que se encuentra plenamente consciente de la vigilancia que cierto vampiro le ha dedicado desde que llegó con Katherine.

En realidad, desde que ambos se cruzaron por primera vez.

Nadia no es tonta ni mucho menos distraída, sabe perfectamente que ha capturado la especial atención de Eleazar, y sigue manteniéndola por más que se ha empeñado en poner distancia entre ambos. Incluso, debe admitir que a veces le ha tratado con un desdeño infundado. Y aún así, el fiel seguidor de Elijah Mikaelson se ha mantenido cerca de ella, dándole espacio sin hacerlo realmente…

Porque sigue vigilandola. Le sigue prestando una atención que en el fondo, a Nadia le encanta. Y sinceramente, aunque no lo quiera admitir, empieza a acostumbrarse.

En cuanto su madre se separa de ella, Nadia se da la vuelta, se hace con dos copas de champán y se desliza hacia la balconada con un firme y mesurado contoneo de caderas, típico andar Petrova.

—¿Siempre haces eso? ¿Disfrutar de la fiesta, pero no dejar que disfruten de ti? No pareces interesado en mezclarte, más bien en fingir que lo haces.—Nadia niega con la cabeza como reprobación antes de tenderle la copa de champán.—Has tomado unas cuantas —y aquí es cuando Nadia queda en evidencia: sí, de vez en cuando lo ha observado—, pero esta viene de mis manos, seguro no vas a rechazarme.—Hace un puchero muy adorable.

Y difícil de rechazar.

Sostiene dos copas de champagne, y se desliza hacia la balconada como una sirena recién salida del mar. Pareciera que nació para desenvolverse con fluidez en aquella clase de eventos —¿Herencia materna, quizá?—, pese a que los dos saben que está muy lejos de sentirse en su salsa.

Pero era una oportunidad más a recuperar junto a su madre: la de acudir a una gran fiesta, y aún más, en Navidad. No habría podido perdérselo... y Eleazar, también lo sabe.

Su orden de prioridades está muy claro, y la compañía del vampiro no está entre ellas.

Y lo acepta. Por eso, quizá, que se haya tomado la libertad de marchar del lado de Katerina unos minutos para acercarse a saludarlo, le toma por sorpresa. —En realidad, más bien... algunos no hemos venido a esta fiesta a disfrutar.—Tampoco debe ser un secreto para ella. Si Eleazar está allí, es para protegerla.—Pero puede que alguna ocasión pueda llevarte a una fiesta en la que sólo tenga que dejar que disfruten de mí.—Y sí: es una propuesta, tal vez indecorosa.

A Eleazar no le importaría llevarla a más fiestas... o a casi cualquier parte.

Tomando la copa con una media sonrisa, vuelve a mirarla. —¿Lo estás pasando bien?

Balconada.

—Siglos de vida y aún no has aprendido a disfrutar mientras trabajas.—Reflexiona la vampiresa frunciendo el ceño levemente, y por supuesto, mirándolo como si fuese un espécimen en extinción.—Aunque… empiezo a pensar que el trabajo es tu ideal de disfrute, o por lo menos, este encargo…—Le dedica una sonrisa ladina. Lejos de sentirse ofendida o siquiera ahogada, Nadia parece hallarse tranquila y despreocupada con la idea de que Eleazar Lestrange todavía la persona a todos lados como su sombra.

¿En el fondo? Se siente extraña. Nunca nadie ha dedicado casi todas las horas de su día en protegerla. Sea enviado por alguien más o no.

Se siente curiosa. ¿Cuándo fue la última vez que Eleazar vivió su vida de verdad? Nadia tiene la impresión de que la respuesta le sorprendería.

La vampiresa alza una ceja muy sutilmente cuando Lestrange deja su propuesta encima de la mesa. Una que se oye tan tentadora como irreal. Ah, pero ni creas que Nadia se conformaría con que todo muriera allí.

—En la que solo me dejes disfrutar de ti, asumo tenías la intención de decir.—Le corrige con suavidad antes de tocar el borde de la copa con sus labios. En ningún momento ha quitado sus ojos de los ajenos, transmitiendo mucho, y a la vez, poco con ellos.—Ah, pero fue lo que quisiste decir…—Sonríe. Lo hace porque ambos lo saben. Nadia solo le ha dejado en evidencia.

—No está mal.—Observa, encogiéndose de hombros.—Pero prefiero otro tipo de fiestas y estoy segura de que también Katherine.—Demasiada gente estirada y aburrida.—Aunque… Soy Petrova. Siempre encontramos la forma de divertirnos.—Asegura, bebiendo un poco más de su copa.—Y… si no estás demasiado ocupado trabajando podría enseñarte justo ahora.—Así es Nadia, impredecible. Le gusta ponerle hora y fecha a las cosas. Eso de “en alguna ocasión” no le sirve demasiado.

La vida se vive ahora.

Sin decir nada más, le lanza una última mirada a Eleazar —como una muda invitación— antes de darse media vuelta y abandonar su copa sobre una mesa. Moviéndose sobre sus tacones de aguja y contoneando las caderas, Nadia se aleja por un pasillo poco transitado, esperando que su protector número uno le siga sin dudar.