TRIGGER WARNING:
Cadáveres, sangre.

Es la primera vez que Miklos se descontrola tanto. Cuando su familia murió, él perdió la humanidad; mejor dicho, la apagó. Decidió hacerlo para no cargar con el peso de algo que aún a día de hoy lo atormenta. Recuperarla fue difícil, casi imposible. Siempre estará agradecido de quien cuidó de él en esos momentos tan complicados, pero ahora que las cosas vuelven a tambalearse, Miklos está coqueteando con el mismo salvajismo que antaño, si no peor.

No nos engañemos, no es un pan de Dios ni un alma de la caridad, pero tiene algún que otro límite. Difuso, pero ahí está. Y cuando pierde el control pasan cosas como esta: cadáveres repartidos por todas partes, sangre manchando los muebles, las paredes,... Mentiría si dijera que no sabe qué hacer. Y es una locura, pero él nunca ha estado demasiado cuerdo. Siempre ha sido un sanguinario, incluso antes de ser vampiro. Así que hace lo que mejor se le da: terminar un trabajo a medias.

Cuando ha echado la suficiente gasolina, Miklos sale de la casa antes de lanzar un mechero encendido para que prenda. No lo disfruta, sin embargo, porque sabe que puede hacer las cosas mejor. Aquello puede llamar la atención, pero ya se ha asegurado de limpiar sus huellas a fondo. ¿No he dicho ya que sabe perfectamente lo que hacer?

—Jodidos capullos. A la próxima proteged mejor vuestra casa —murmura. De fondo, las sirenas de ambulancias, bomberos y policías, lo acompañan en esa fría noche, junto a un sonido de tacón que no ha reconocido aún y no se atreve a conocer.

—Tengo que admitir —comenta, ladeando el rostro—, que cuando te conocí, no te vi pinta de ser de esos que pierden los estribos.—Valentina aprieta el paso hasta alcanzar la posición de Miklos. Tiene una sonrisa ladina y complaciente en el rostro.—Al menos, no del todo.—Y es que ambos vampiros fueron aliados en los túneles subterráneos de Mystic Falls hace lo que parece que haya sido una eternidad.

Valentina reconoce bien el sabor de la desesperación. Es el mismo que viene devorando sus propias entrañas en los últimos días.

Las sirenas se escuchan a lo lejos, en dirección a exterminar el baile de las llamas. Al menos, Pálffy se ha asegurado de no dejar pruebas. —¿Por qué tengo la sensación de que nada de esto le va a gustar a Marena?—De suerte para él, en cambio, que no es con el diablo pelirrojo con quien se ha cruzado, prácticamente a punto de pillarle con las manos en la masa.

Lo cierto es que a la italiana... poco o nada le preocupa el modus operandi de aquel vampiro.

Y es que se trata de Valentina Valachia, al fin y al cabo. Si buscas empatía, has dado con la persona equivocada.

—Valentina —reconoce su voz, aún todavía sin girarse para observarla. Solo lo hace cuando se ha colocado a su lado—. Nena, perder los estribos es mi personalidad. Soy como Hulk, mi secreto es estar enfadado todo el tiempo —y, a raíz de ahí, controlar todo lo demás. Pero esta vez le ha sido imposible.

Sabe que se va a ir a la mierda pronto, está convencido.

Su escondite de poco sirve. Tiene sangre seca pegada en las ropas y en la cara. Ha habido una carnicería en esa casa, como antaño sucediera en su vida—. Marena no va a enterarse —no lo dice solo por él, también por Valachia—. Por lo que a mí respecta me estoy montando un trío lejos de aquí y no tengo ni idea de dónde coño estás tú ni de qué ha sucedido —lleva años, décadas sin descontrolarse tanto. Es imposible que Darvolya consiga atar cabos.

Ha cambiado bastante.

—Estoy marcado —confiesa—, así que me la trae todo bastante al pairo. Me voy al hoyo, es un hecho.

Las palabras del vampiro arrancan una carcajada suave, divertida y coqueta, en labios de la italiana. Los descarados siempre han sido sus favoritos... Y aún más si son peligrosos.

¿Y qué hay más peligroso que un vampiro sádico, perdiendo el control?

Aquella conducta, no obstante, es más común entre vampiros jóvenes. Miklos Pálffy, con más de cuatrocientos años a su espalda, un historial como aliado de mujeres nobles, y hasta su propio séquito de vampiros —si es que aquella tribu de variopintos chiflados puede considerarse un séquito, claro—, no encaja por completo en el perfil de alguien que se deja vencer por los instintos; al menos no de una forma tan salvaje. Su explicación no se hace de rogar, pudiendo ella sentir cómo se le corta la respiración.

«Estoy marcado.»

—¿Rayna Cruz?—Pronunciar su nombre en voz alta propicia que su propia marca le queme con más fuerza, abierta y en carne viva sobre la clavícula, pero al contrario que su interlocutor, no confiesa el pecado tan rápido. Todavía participando de los planes de todo un clan de vampiros, delatarse sólo le traería problemas.—¿Ellas lo saben?—Erzsebét y Marena no deben estar muy felices con la noticia.