Sus dedos repiqueteaban sobre la mesa de la cocina, sus uñas prácticamente habían desaparecido y había pasado a morderse el interior de la mejilla. Apenas un par de metros por delante de él y a través de la ventana, observaba el patio delantero esperando el momento en que alguien se acercase y tocase a la puerta de la casa. Había abierto las cortinas de par en par, algo que sacaba de quicio a su madre, pero para su suerte estaba solo desde temprano.

¿Qué esperaba de aquella conversación? Muchas cosas o ninguna en absoluto. Sabía bien, porque lo había repetido en voz alta en su habitación unas cincuenta veces antes de llamarle, lo que tenía que decirle a Caleb una vez se sentasen a conversar.

Dios, llevaban tanto tiempo sin hacer algo tan simple como eso.

Lo sabía. Pero él mismo dudaba de la seguridad con la que había tomado aquella decisión. Si lo pensaba demasiado se echaría atrás, por eso había decidido no sobrepensarlo hasta que no le quedase más remedio que afrontarlo. Total, ese desenlace no tenía por qué ser el único entre las posibilidades. Hablarían lo que tuviesen que hablar y con suerte todo aquello quedaría en poco más que un malentendido. Volverían a lo de antes, como tenía que ser. Seguro que Caleb no aceptaría que se fuese tan fácilmente.

Sumido en pensamientos y posibilidades, al final la atención ininterrumpida que le había puesto a la ventana la última media hora resultó inútil. No se dio cuenta de que el otro chico había llegado hasta que el timbre de la casa sonó, haciéndole saltar de la silla de un respingo. Se apresuró a abrir la puerta y se sintió tremendamente idiota cuando, nada más verle la cara al otro, Ryuki esbozó una sonrisa. La borró de su rostro tan pronto como fue consciente de ella; tenía que ser consecuente. No podía alegrarse de verle si estaba a punto de dejarle.

Cuando Ryuki le pidió reunirse para hablar, Caleb tuvo que sacar cuentas del día y la hora en que lo citaba, a ver si no se cruzaba con ningún otro compromiso. Para suerte de ambos, el curso escolar había finalizado y ya simplemente debían prepararse para los exámenes y la graduación. Luego de eso… tampoco le había contado a su novio lo que ocurriría luego de eso.

Después de la muerte de sus padres, el menor de los Kwog había brincado de descubrimiento en descubrimiento, de noticia en noticia y de secreto en secreto. Seguía sin entender muchas cosas, pero al menos ahora tenía un propósito más importante que el de ser un estudiante universitario con buenas calificaciones. De cierta manera, le empezaba a encontrar sentido a su vida. Agradecía que Ryu hubiera comprendido, sin ser consciente de la realidad, los cambios en la rutina de los dos sin mayor inconveniente.

Eso creía al menos.

No era la primera vez que iba a la casa del moreno, aunque reconocía, no la había visitado en mucho tiempo. Eso sí, siempre lo hacía cuando nadie más que su novio estaba en casa. Ninguno de los dos había decidido aún hacer saber de su… relación.

No tuvo que esperar mucho tiempo luego de tocar la puerta, del otro lado el japonés le sonrió brevemente, invitándolo a pasar cuando se hizo a un lado. Quería acercarse, pero aún no tenían la completa privacidad que necesitaba para eso. Le sonrió de lado como saludo en lo que cruzaba el umbral.

—¿Llegué a tiempo? ¿Te hice esperar? —preguntó. Los últimos encuentros de ambos jóvenes habían sido un completo desastre: apresurados y con contratiempos por parte de Caleb. Se rascó la cabeza, un tanto nervioso. ¿Debía sentarse? ¿Preguntar para qué lo cito?

Prefirió esperar.

—¿Listo para los exámenes?

Tonto.

No le hizo falta mirar la hora para saber que mientras él buscaba la forma de que aquello no acabase tan mal como pintaba, el tiempo había pasado más allá de la hora a la que habían prometido verse allí. Sí: había llegado casi media hora tarde. Sin embargo, a la pregunta de Caleb, no dijo nada. Se limitó a encogerse de hombros y le abrió la puerta para que ingresase al interior de la casa.

¿Que no le estaba dando pie a acercarse? Sí.

¿Que aún así esperaba que le saludase como solía hacerlo? También.

Qué iba a saber, estaba hecho un lío. No había dado aún con las palabras adecuadas para plasmar sus sentimientos de cara a su novio las últimas semanas y lo único que notaba era ese pesado nudo en la garganta. Pensaba que, después de tanto tiempo en la misma situación, acabaría acostumbrándose al distanciamiento que parecía haberse instalado como parte de su relación, pero no. No conseguía ser indiferente.

— Sí —respondió con la mayor brevedad posible en lo referente a los exámenes. Después, sintiéndose como un intruso en su propia casa, caminó hasta la cocina y tomó asiento en la misma silla de antes—. Uhm... ¿quieres tomar algo?

No. Ryu, enfócate. Había pasado demasiado tiempo angustiado y parecía que había sido el único. Tocaba poner las cartas sobre la mesa de una vez y tomar la mejor decisión. No podía seguir aplazándolo, aun si le daba miedo decirlo en voz alta.

— Necesito preguntarte algo. Es... importante. Y dudo que pueda resumirlo en menos de quince minutos, así que espero que tengas el tiempo suficiente hoy.

Asintió al recibir una afirmación como respuesta. La relación entre ellos había nacido, años atrás, justamente utilizando el estudio como excusa. Caleb se había dedicado a cortejar, acompañar y ayudar al moreno con cada duda o consulta que tuviera en clase, quedándose hasta tarde en la biblioteca y encontrándose antes de la hora de ingreso con el pretexto de: tenemos que estudiar.

No recordaba la última vez que hicieron eso.

Posiblemente la semana antes de la muerte de sus padres.

Sin embargo, parecía que Ryuki ya no lo necesitaba para ello. Estaba bien. Le llenaba de orgullo saber que su chico había conseguido arreglárselas por sí mismo. Eso no quitaba que se sintiera un poco… ¿desplazado? Pero no tenía la cara para expresar ese sentimiento cuando era él quien de un tiempo a esta parte se encontraba tan ocupado. Quizá era buen momento para sentarse y ver cómo llevarían su relación con él en Massachusetts.

—Solo si tú tomas algo también. No tengo sed realmente. —le sorprendió que le preguntara. Normalmente le servía sin más, y pobre de él que no terminara con lo que sea que le diera, comida o bebida, si la rechazaba… el otro no duda en plantarle un puchero de decepción ocasionando que Kwog se sintiera miserable, no. Lo siguiente.

Estaba pensando en eso, cuando el japonés volvió a hablar.

—¿Por qué dices eso? —su cuerpo como reflejo alejándose del ajeno ligeramente. ¿No habían quedado en que pasarían la tarde? Era verdad que sus últimas reuniones habían sido breves a causa del él, pero mencionarlo de esa forma se le hacía innecesario. De todas formas asintió.— Puedes preguntarme lo que sea —apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia Ryu, de repente ansioso por saber lo que ocurría. ¿Tenía problemas con alguna materia? ¿Había pasado algo con sus padres? Posibilidades había muchas, Ryu estaba siendo tan misterioso con tanta introducción que empezaba a picarla la curiosidad.

Se obligó a no ser pesimista y volvió a sonreír.

—No me voy a ir hasta que lo que sea que me tengas que preguntar quede resuelto. —dijo, atreviéndose al fin a tomar la mano ajena apretándola suavemente.— Te lo prometo.

No negaría que notar el nerviosismo en los gestos y en la voz de Caleb le hizo sentir bien. Egoístamente, sí, pero al menos de esa forma no sería el único perdiendo los papeles pensando que había algo que no le estaban contando. Y ahí venía la parte difícil: ¿cómo le hacía todas las preguntas que quería hacerle sin que sintiese que le estaba acusando?

Podía parecerlo, pero no era así. Es decir, era innegable a esas alturas que tenía dudas sobre el comportamiento de su novio, sobre sus prisas cada vez que se veían, su poca disposición, su escasez de palabras, una que nunca le había caracterizado. Al principio pensó que se debía al accidente de sus padres, y como tal, no dudó en acompañarle en ese duro trayecto. ¿Pero ahora? Él parecía estar llevándolo mejor, y sin embargo Ryuki seguía llevándose la peor parte, dos años después.

Mantuvo las manos sobre su regazo, sus dedos entrelazados y sus dientes, una vez más, atrapando el interior de sus labios y su mejilla. Solo se dio cuenta de lo nervioso que estaba cuando sintió el sabor metálico de la sangre en la boca. Entonces respiró hondo y apoyó los brazos en la mesa.

— No sé si va a quedar resuelto, Caleb —respondió, y aunque seguía reacio a acercarse más, no retiró la mano cuando el otro la tomó—. Es que estás... muy raro. Cambiado —venga, tenía que arrancar. Le estaba costando sacar las palabras, pero una vez lo hiciese podría decírselo todo claro—. Desde hace ya bastante tiempo, en realidad. Tienes prisa por irte cada vez que nos vemos, apenas te acercas si no te lo pido y parece que siempre tienes algo más importante que hacer. Y yo... —arrugó la nariz. Mierda, qué difícil—. Yo creo que ya he hecho todo lo que he podido hacer para que lo veas. Y nada ha cambiado.

Sus ojos, que hasta ese momento se habían dedicado a analizar a fondo la cocina con tal de no mirar directamente a los de Caleb, por fin buscaron su mirada. Retiró la mano—. ¿Qué es lo que pasa? No lo entiendo. No me has dicho nada, no me has explicado... solo he podido hacerme ideas todo este tiempo mientras tú estabas tan... ocupado.

Frunció el ceño. No llegaba a entender. Segundos antes, Ryu le había dicho que lo necesitaba enfocado en él, sin apuros ni prisas, para poder hablar de algo importante. Caleb estaba dispuesto a quedarse en esa casa hasta solucionar cualquiera que fuera el problema. Pero luego el mismo Ryuki decía que no estaba seguro de que eso fuera suficiente. De que quedara resuelto.

¿Entonces qué?

«Es que estás muy raro. Cambiado.»

Soltó un suspiro cansado.

Y ahí iba. Sabía que esa conversación llegaría tarde o temprano, que Ryuki no aceptaría de buena forma el cambio en su rutina sin pedir mínimo una explicación. Se había demorado, verdades dichas, pero en todo ese tiempo, de lo único que había estado completamente seguro Kwog, era de que no podía compartir algo como lo que escondía, con su novio. Otra vez estaba obligado a mentir. A ocultar cosas. Solo que en esta ocasión su consuelo se basaba en estar protegiendo al moreno con esa decisión.

—No tengo prisa por irme. No… —¿Cómo podía contestar sus preguntas sin quedar como un imbécil? O peor aún, ¿cómo un cínico?— Las cosas se han complicado. Sabes lo mucho que me he estado preparando para enviar mis solicitudes a la universidad. No es… —tragó saliva— No es que no quiera estar contigo o lo que sea que estés pensando. —¿de dónde sacaba eso? Si nadie mejor que el japonés sabía que Kwog era capaz de ir en contra de todo y de todos solo por estar a su lado y quererle.

No entendía a que se refería con haber hecho todo lo posible, pero nada de lo que salía de la boca del asiático era tranquilizador ni mucho menos. ¿A dónde los iba a llevar esa plática?

—¿Qué se supone que debería explicar? —alzó una ceja. La sensación de tener un hoyo en el pecho apoderándose de él de repente.— Tú también… tú también has estado ocupado. Yo jamás he pensado nada malo de eso.  Si estás queriendo insinuar que te estoy ocultando algo… —se detuvo. La palma de su derecha picando ante la ausencia de la mano ajena. No le había pasado desapercibido que lo soltó. Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, frotando sus ojos con poca delicadeza en un pobre intento de aclararse las ideas.— No sé por qué no me has dicho esto antes. Yo lo que he visto todo este tiempo es que estabas bien con cómo llevamos las cosas, que lo entendías. Me equivoqué —no lo estaba culpando. En lo absoluto. Realmente, si lo pensaba bien, había confiado demasiado en la ingenuidad de su novio. Era de esperar. Todo el tiempo que Ryu había estado haciéndose ideas, era el mismo tiempo que Caleb se autoconvencía de que estaba ocultándole exitosamente todo lo que pasaba en su vida.

Mal de Ryuki por no decirlo antes
Mal de Caleb por confiarse.

—Si me estás preguntando si te estoy engañando con alguien más. —le miró sin pestañear.— La respuesta es no.

Suspiró en cuanto la universidad apareció en la conversación. Siempre había una excusa y rara vez era distinta a la que le estaba dando ese día, pero había llegado a un punto en el que le resultaba difícil de creer. No pensaba acusarle de nada directamente, porque genuinamente no quería plantearse algo así, pero no podía evitar que todas las posibilidades creasen una maraña de pensamientos en su cabeza.

— No lo estoy insinuando. Te lo digo, Caleb —la dureza de sus palabras le chocó incluso a él. No planeaba ser tan directo, mucho menos sonar de esa manera, pero estaba cansado. Cansado de que las cosas hubiesen cambiado tanto y no poder entender por qué—. No sé de qué se trata, pero hay algo que no quieres compartir conmigo. Y no lo entiendo, siempre has confiado en mí... para todo.

Pestañeó repetidas veces. Notaba cómo se le empezaban a humedecer los ojos y se negaba rotundamente a dejarse ver así. Había empezado aquello con una idea clara. Cerrada. Tenía un nudo muy molesto en la garganta y por poco se atragantó cuando Caleb hizo mención a algo que él en ningún momento había insinuado.

Quizá pensado, pero no insinuado.

— No lo sé —respondió, los ojos fijos en los de él—. No lo sé, porque no hablas conmigo.

La angustia dio paso al cabreo. ¿Le llamaba para hablar con él, decirle cómo se sentía, y él solo respondía que “no había sido el único”? No. Al parecer no había lugar para aclaraciones que no fuesen acompañadas de reproches—. No sé por qué tienes que decir eso. No te he acusado de nada así. Te he dicho que quería hablar contigo y parece que ni siquiera estás dispuesto a escucharme.

—Lo estás dando por hecho entonces. —su voz quizá salió más dura de cómo solía ser cuando se dirigía al menor. No tenía el corazón por señalarlo o indignarse por su desconfianza, Ryu estaba en lo correcto, en parte, Kwog no había sido la persona honesta que él conoció y con la que decidió tener una relación, pero el secreto en cuestión nada tenía que ver con él.Caleb seguía sin considerar aquello como suyo. Era algo de sus padres, algo que él solo quería perpetuar. Honrar.

¿Cómo se supone que debía decírselo?

—Ryuki, amor, soy exorcista. Bueno, estoy preparándome para ello.

¡Por favor!

Le habían pedido que, por la memoria de sus padres, fuera extremadamente cuidadoso con aquello que se le había confiado. Con la tarea que tenía que seguir.

—Sabes… sabes todo lo que se trata de mí. Todo lo que tiene que ver conmigo. —y probablemente el otro viera aquello como una gran mentira, pero Caleb había escogido las palabras cuidadosamente para responder ante su ataque.

Si el castaño creía que ahí terminaría todo, se equivocaba. Ryuki tenía toda la intención de rematar:

No lo sé. No lo sé, porque no hablas conmigo.

—¿Yo no estoy dispuesto a escucharte? —ladeó la cabeza.— Tú no me has llamado para conversar, Ryu. Me pediste que viniera para ser parte de un juicio donde eres juez y verdugo. —lo miró sin siquiera pestañear. ¿Le creía capaz de lastimarlo de esa manera? De ser así, el japonés no había sido entonces el único engañado en esa relación.

Caleb había estado con alguien que no conocía.

Si lo creía capaz de algo así…

—No me crees. No importa lo que te diga. No me vas a creer. ¿Para qué me has llamado entonces? ¿Para dejarme? Adelante. Te escucho.

¿De verdad esperaba que luego de todo eso él confiara en contarle algo? Si algo le había quedado claro al futuro exorcista era que no había posibilidad, ni la más mínima, de poner compartir aquello que ocultaba del mundo. Jamás.

Las palabras salían de su boca, sin permiso, afiladas como cuchillos. Cuando empezó todo aquello no tenía intención de herir a Caleb, ni siquiera la tenía ahora que los dos parecían más que dispuestos a acabar con lo suyo de la peor manera, pero no podía evitarlo. Seguramente el otro tenía razón, y había dejado que pasase demasiado tiempo antes de decirle cómo se sentía. Quizá eso les había terminado de hundir.

— No estoy dando nada por hecho. Te estoy diciendo que no lo sé, que no sé nada —era distinto, ¿no? No se había atrevido a acusarle de algo tan grave como eso porque realmente no quería dar por sentada la posibilidad, porque antes de eso, prefería pensar que se trataba de otra cosa. Pero el mismo Caleb lo había puesto sobre la mesa, y ahora que se daba como tema de conversación actuaba como si le estuviese acusando. No lo había hecho.

— Lo he hecho hoy. Te he llamado, y una vez más has llegado tarde. Caleb, ¿no lo ves? ¿En serio? —no le importaba ya cuáles fuesen sus motivos, algo estaba pasando y no le estaba dando respuestas. Claro que quería creerle, pero no se lo estaba poniendo fácil—. ¿Para dejar...? ¡No hagas eso! Mierda, te he llamado para hablar. Mira cómo te estás poniendo —mal Ryu. Mal su novio. O su ex, o lo que quiera que fuese en ese momento.

Se levantó de la silla, inquieto, angustiado, y echó a caminar de un lado para otro—. Solo quería saber qué estaba pasando, porque no puedes mirarme a la cara y jurarme que no hay algo que te estás guardando. No importa lo que sea —paró y le miró fijamente—. Júramelo. Júramelo, o dime que sí hay algo y no me lo quieres contar, si lo haces no volveré a preguntarte. Pero hazlo, Caleb.

—No. No estás dando nada por hecho. —repitió— Pero tampoco eres capaz de estar seguro sobre mí. Lo ves como una posibilidad. Una que esperas que yo te diga si es cierta o no, en lugar de dar por sentado que yo no tendría el corazón de dañarte de esa forma. Pero no me conoces. —se puso de pie. La escena le parecía absurda, la viera por donde la viera.

Rodó los ojos cuando Ryuki sacó en cara su tardanza. Es que ese había sido el verdadero problema de la relación: Nunca le decía nada hasta que estaban en una situación incómoda. ¿Acaso no había preguntado si fue puntual? ¿Y qué le había contestado él? Nada.

Era verdad, Caleb lo estaba haciendo mal, pero Murakami no quedaba impune.

Y sí, también era verdad que no lo veía. Había vivido confiado en que para el japonés todo estaba bien, que si no le decía nada era porque no tenía cosa que reclamar. Confiaba en Ryu, pero el sentimiento no era recíproco. Hizo mal.

Sonrió negando con la cabeza.— Tú no me has llamado para hablar… —pensaba continuar. Su discurso sobre la confianza y la lealtad, sobre el amor que le tenía, aún daba mucho de sí, pero entonces la pregunta qué hizo el otro lo dejó sin posibilidad a defensa. Si negaba estar ocultándole algo, le mentiría. Si decía que sí… tendría que inventarse algo y entonces caería en lo mismo.

¿Qué debía hacer?

Aferrarse a su única verdad.

—No te estoy engañado. Te amo y pensé que de todas las cosas, eso era lo único que tenías claro. —tragó saliva.— Me parece ofensivo tener que ponerme a jurarte fidelidad, como si en estos años no te hubiera demostrado nada. ¿Qué hacemos juntos?

— ¡Y lo tenía claro, maldita sea! —exclamó, poniéndose en pie. La silla sobre la que estaba sentado se vio arrastrada hacia atrás, y al darse cuenta de su reacción, Ryu sintió vergüenza—. Lo tenía claro. Nunca, nunca he pensado nada malo de ti, jamás. ¿Cómo crees que se siente ver cómo las cosas cambian y no entender por qué, Caleb? ¿Cómo crees que se siente saber que hay algo que no me estás contando?

No: tampoco esperaba que lo compartiesen todo, nunca lo había hecho. No estaría insistiendo tanto de no ser porque ese algo había supuesto cambios visibles en su relación, y le preocupaba. Mierda, le preocupaba demasiado.

Ya no cabía duda. Después de su respuesta, o más bien, de la ausencia de una, le quedó claro que no había estado equivocado. Puede que él hubiese hecho mal en guardárselo tanto tiempo, pero, ¿le quitaba eso responsabilidad a Caleb? No. En absoluto.

— Sigues hablando de eso cuando te he dejado claro que no lo he insinuado. Entiendo que es la única forma que tienes de defenderte, ¿no? Porque sabes que no puedo responder. Porque sabes, aunque digas que no, que siempre he confiado en ti como tú has confiado en mí.

Le seguía dando vueltas a una idea que él, a pesar de un comentario surgido de la rabia, había descartado.

— ¿Qué es, Caleb? —preguntó de nuevo. Ese era su último intento—. ¿Qué es eso que te tiene tan angustiado y que no has podido compartir conmigo?

—¡Confio en ti!, maldita sea. Por supuesto que lo hago —¿Es que todos esos años no habían servido de nada? Para Ryu era sencillo: Si no se lo decía absolutamente todo, entonces no le quería, le mentía, lo ignoraba. ¿Por qué no confiaba en Caleb? ¿Por qué no se paró a pensar que probablemente debía ser algo muy personal, muy privado, incluso delicado, como para decírselo? ¿Por qué no pensar que no podía decir nada? Ninguna de esas opciones llegó a la cabeza del japonés. Porque estaba más preocupado en su relación y en lo que él parecía perder que en el propio Kwog y sus problemas.

—Ahora mismo no estoy seguro de nada, Ryu —soltó con honestidad. Un suspiro salió de lo más profundo de su ser mientras se encogía de hombros— Realmente ahora mismo no puedo asegurar si fue así alguna vez. Si confiaste en mí. Si lo haces ahora. Creo que… —tragó saliva.— Creo que si estamos teniendo problemas de este tipo viviendo a solo unos pocos metros… Será mucho más difícil cuando esté en Harvard. —confesó al fin uno de los temas que pensaba tocar en esa charla. Lo habían admitido en esa universidad, pero hacía unos minutos Caleb confiaba en que podrían llevar hacia delante su relación a pesar de ello. Que solo eran cuatro años. Ya no.

—¿Qué importa ahora, Ryuki? —susuró. Le había preguntado una vez más. La curiosidad de su novip debía ir por encima de todo.— Me preocupaba que no pudiéramos lograr que la relación funcionara estando a distancia. —no estaba respondiendo a su última pregunta, no realmente. En su lugar, simplemente confesaba un miedo alojado en su mente desde hacía un buen tiempo. Durante los últimos meses, había conseguido ser positivo ante ello (lo logró más o menos), pero luego de esta conversación. Sus esperanzas se habían ido al suelo.

—Tú te quedarás y seguro lo harás genial, pero yo estaré cuatro años fuera o incluso más, y no quiero ni necesito que cosas como estas sucedan conmigo allá. No quiero sentirme atado de pies y manos cuando discutamos y no tenga la posibilidad de venir corriendo a tu casa a tratar de solucionar las cosas. No quiero pasar por eso. No estoy dispuesto.