Amara desvió la mirada hacia una de las oscuras esquinas de aquel extraño, y para ella, desagradable lugar. El débil y sempiterno sonido de unas pequeñas gotas de agua caer por, seguramente una cañería rota, lejos de asustarla, o incluso ponerle mucho más nerviosa de lo que ya de por sí su frágil estado emocional la condenaba, le recordó a una versión distorsionada de aquellos días de lluvia en los que el olor a tierra mojada se entremezclaba con el frescor de los verdes campos, y el sonido de la propia lluvia.  “La naturaleza… ¿de verdad aún sigue existiendo?” Se preguntó, quizás, en uno de los poquísimos instantes del día en los que podía aclarar su cabeza, y alejarla del dolor, la tortura, y el terrible trauma de verse obligada a sentir todas y cada una de las muertes de aquellas personas que traspasaban a través de su frágil pero indestructible e inmortal cuerpo.

La aparentemente joven muchacha no vio demasiado del nuevo mundo en el que se encontraba, y lo poco que pudo apreciar, ni siquiera lo examinó lo suficiente como para extrañarse…

…Porque la única vez que sus pies pisaron las calles, fue para huir de un dolor del que no pudo escapar en más de dos mil años.

Amara volvió a posar la mirada sobre la mesa que se hallaba delante suya. Ésta, era de madera, pero el material brillaba de una forma bastante extraña a la que recordaba. Con curiosidad, tocó la superficie de la misma con el dedo índice y lo paseó por la misma… hasta que…

— ¿Por qué morí? — El rostro confundido de un anciano brujo apareció de repente al lado de la joven, quién como respuesta, se levantó de golpe de la mullida y gastada silla de oficina con tanta fuerza, que la tiró al suelo.

Amara, cansada, nerviosa y harta de tener que ofrecer unas explicaciones a gente que ni siquiera conocía, caminó hacia atrás hasta que su espalda tocó la fría pared de aquella habitación. — No lo sé… pero aléjate de mí. — Tragó saliva protegiendo su cuerpo con sus propios brazos.

—  Pero tú… tú debes saber algo, por favor… dime cómo regresar. Necesito vivir de nuevo. —  Rogó de nuevo, acercándose a Amara.

— Te he dicho que no lo sé. ¡No lo sé! Márchate lejos de mí… no… ni se te ocurra… — desesperada, observó paranoica el apenas iluminado lugar. Encontró a su lado derecho un archivador, sobre el cual, se posaba la maceta de una planta marchita. Lo tomó y lo lanzó contra aquel hombre con la intención de que simplemente se marchara.

Vagar por el Otro Lado era una tortura eterna. La monotonía reinaba en aquel plano y cada día era exactamente igual que el anterior. Pero lo peor de todo sin duda era el poder ver a tus seres queridos y el como lidiaban ellos con la muerte. Era por eso por lo que Gwen estaba tratando de no mezclarse en ese plano terrenal y las últimas semanas las había pasado más bien rodeada de fantasmas. Almas que, como ella, se veían obligadas a vagar eternamente hasta el día en que encontraran la paz.

Tenía muchas preguntas al respecto sobre ese tema y solo conocía a alguien que pudiera resolvérselas. Aunque no estaba segura de que, dada su condición, esa persona pudiera hacerlo. Tampoco tenía nada que perder, por eso, aprovechándose de sus poderes, apareció en el lugar donde creía poder encontrarla.

Escuchó gritos en la habitación de al lado y supo que estaba en el lugar correcto, por lo que atravesó la pared justo a tiempo de ver una maceta pasar por su lado, que casi impacta contra el cuerpo de un hombre mayor.

— ¡Eh! Tranquila — trató de calmar la situación al ver lo violenta que se había puesto — Solo está confundido, todos lo estamos cuando llegamos aquí — habló con suavidad, levantando ambas manos en son de paz — Es normal querer regresar… echamos de menos a nuestros seres queridos — al igual que ellos también los echaban de menos.

Para su fortuna, si bien la maceta no logró impactar contra el cuerpo del anciano, logró deshacerse de él, ya que éste, para esquivar el objeto, se vio obligado a desaparecer.
Notablemente aliviada, paseó la mano derecha por su frente hacia sus cabellos, entrelazando la yema de sus dedos en ellos. Amara lo acompañó entrecerrando los ojos y suspirando con fuerza. “Logré que… no… no… no más, por favor…” nada más escuchar de nuevo, una voz que le hablaba, abrió los ojos de par en par e intentó apegarse más contra la fría pared, como si pudiera traspasarla como aquellos que no cesaban de visitarla, quizás para hablar, quizás para… intentar agredirla como muchas veces en su larga existencia.

La inmortal clavó sus ojos sobre la mujer. Aparentemente su apariencia, sumada a su voz calma, la invitaron a calmarse. Desgraciadamente, Amara vivió, o más bien sufrió demasiadas consecuencias, sustos, por culpa de fantasmas, de muertos que en apariencia eran inofensivos.

No podía fiarse de ella.

— Lo sé. — Respondió con voz nerviosa. Por supuesto que sabía más que nadie lo que era echar de menos a alguien, con una menguante esperanza de volver a verlo. — Todo… es muy confuso aquí. — Lanzó rápidas miradas a su alrededor, comprobando que el fantasma que huyó, no volvió. — Pero… — regresó la mirada hacia la mujer —, yo no puedo… ayudaros a solucionarlo. — Negó varias veces con la cabeza.  — Sólo soy el Ancla que une los dos… mundos. — Muchos fantasmas no lo comprendían.

Se quedó quieta observando a la mujer. Recordaba haberla visto la noche que murió y recordaba que había tenido que tocarla para pasar a través de ella. Con todo el shock de su muerte, no se había parado a mirarla bien, pero ahora que la tenía enfrente, no podía evitar notar las similitudes que la mujer presentaba tanto con Elena Gilbert como con Katherine Pierce.

— No sabia que había otra igual a ellas… — murmuró en voz baja, más para si misma que para su interlocutora, la cual no parecía estar pasando por el mejor momento de su vida. Suponía que tratar con fantasmas las 24h no debía ser una tarea fácil. Sobre todo porque la mayoría buscaban respuestas que como ella misma indicó, no podía darles.

— Prometo que no quiero hacerte daño — permaneció con ambas manos alzadas para dar muestras de su buena fe, dando tan solo un par de pasos hacia ella y se quedó parada —. No puedes solucionarlo, eso lo entiendo — asintió levemente a sus palabras —. Pero… ¿Te parece bien si podemos hablar de ello? — intentó de forma pacífica —. Solo charlar, prometo que no voy a tocarte ni acercarme a ti. ¿De acuerdo? — un pequeño trato, un intercambio de palabras. No era pedir mucho.

¿Cuántas palabras tuvo a lo largo del insondable y eterno tiempo desde que la transformaron en el Ancla? Demasiadas, y no sólo provenientes por parte de aquellos muertos que traspasaron por ella, y viven en la sempiterna monotonía del Otro Lado. Muchas de ellas, forzadas con repetidas amenazas, quizás insultos y demás palabras hirientes, acoso infinito, que lentamente minaron la estabilidad mental de Amara.

La inmortal, no parecía demasiado animada a escuchar a la contraria… ¿o quizás su rostro triste y cansado era algo habitual en ella? Puede que una mezcla de ambos. Sin embargo, tras lanzar una rápida mirada curiosa y vigilante, percibió algo en ella. “Necesita… esas palabras…” Amara tampoco tenía escapatoria, encerrada en aquellas cuatro desoladas y mohosas paredes, por lo que finalmente terminó asintiendo, cediendo a la petición de la contraria de hablar. Eso sí, no separó ni un ápice la espalda de la pared.

— No… no puedo darte demasiadas respuestas… — advirtió. Su cabeza ya podía imaginar las preguntas que quizás, la formulaba: ¿Por qué yo? ¿Qué hice mal en mi vida para acabar así? ¿Por qué me mataron? Fantasmas en un profundo desasosiego, potenciado por una evidente soledad. Levantó de nuevo la mirada, fijándose mejor en su rostro, en sus rasgos. — Tú eres… — ladeó la cabeza — la cazadora… vi… vi tu muerte… vi cómo te mataban…

Seguía mirando a la mujer con una mezcla de fascinación y curiosidad al notar el parecido de esta con las otras dos réplicas que había conocido. Pero al mismo tiempo también sentía lástima al ver el estado en el que se encontraba. Lucía atemorizada y con miedo, se preguntaba a cuantos fantasmas debía lidiar a lo largo del día. Almas en pena, atrapados en aquel purgatorio que al igual que ella, buscaban respuestas.

— De acuerdo, lo comprendo… — aceptó al escuchar su respuesta. Puede que no pudiera darle toda la información que buscaba, pero tenía muchos más conocimientos que ella.

— ¿Me viste? — sus palabras la sorprendieron, haciéndole abrir más los ojos por la impresión —. ¿Estabas allí? ¿En mi casa? — se mordió el labio inferior recordando aquellos últimos momentos. La punta de la flecha que atravesó su vientre, sellando así su destino y el de la criatura que llevaba dentro y las largas horas de agonía que lo precedieron hasta que finalmente dio su último aliento en los brazos de Aron.

— No fue… agradable — hizo una mueca agachando la mirada a la vez que posaba una mano de forma automática sobre su abdomen —. Supongo que estarás acostumbrada a ver a la gente morir — añadió intentando cambiar de tema —. ¿Ves todas y cada una de nuestras muertes? —.

Amara jamás olvidaba una cara… ¿cómo ignorar una muerte que no sólo se vio reflejada en su mente, sino también en su propio cuerpo en forma de dolor? La inmortal inconscientemente paseó sus delicadas manos por su vestido con algo de fuerza, arrugando ligeramente la tela tras su paso. — No… no estuve allí, pero… siento todas las muertes… — “como si fuera propia.” Algo incómoda, posó ambas manos por encima del vestido, a la altura del vientre. Irremediablemente, gesticuló una clara mueca de desagrado. — Cuando… traspasáis a través de mí… — amarga, desvió una más que cansada mirada hacia un lado. — Son difíciles de olvidar. — Suspiró de forma discreta, casi desapercibida.

La inmortal, quién apenas alzó la cabeza para otorgar a la cazadora una mirada de soslayo, pudo percibir a la perfección cómo ella también se tocó el abdomen. —Yo lo veo todo… vivos, muertos… tu muerte… tenía algo de especial… — desconocía lo que era, y a su psique atormentada le resultaba demasiado complejo de explicar. — No sé exactamente qué es… lo siento…

"Siento todas las muertes"

— Te refieres a que... ¿Sientes su dolor? — por la forma en la que se comportaba la mujer, así debía de ser. Por eso parecía tan reacia al contacto. ¿Por cuantas muertes sobrenaturales pasaría a lo largo del día? —. Entonces, esa noche, cuando te toqué... ¿Pudiste sentir esa puñalada? ¿Mi agonía? — tragó saliva y cerró los ojos al recordar sus últimos momentos con vida y la forma en la que no solo ella había muerto esa noche.

— ¿Algo especial? ¿Diferente a la del resto? — apretó la mano contra su vientre, sintiendo una punzada en el pecho. Solo se le ocurría una cosa que la hicera distinta —. Estaba embarazada... — susurró apenas sin fuerzas al pronunciar esas palabras en voz alta. Un recordatorio de lo que había perdido por cumplir con su venganza —. De apenas unas semanas. ¿Crees que fuera eso? — la voz terminó por quebrarsele, sintiendo aquel nudo en la garganta que le provocaba la culpabilidad de sus actos.

— Discúlpame, necesito un momento — se giró para darle la espalda al sentir como una lágrima se deslizaba por su mejilla. A pesar de la situación, no le gustaba sentirse débil ante otros, por más que se tratara del ancla que unía el mundo de los vivos con el de los muertos.

— No hay... ninguna foma de volver atrás. ¿Verdad? — se llevó una mano a la mejilla para secarse las lágrimas con el dorso, aun sin volverse hacia la mujer. Intuía cual era la respuesta, pero necesitaba escucharla por parte de ella.

Poco podía expresar con palabras una agonía eterna y sempiterna que se prolongó demasiado tiempo. Tampoco de forma física, ya que su cuerpo era técnicamente indestructible, permaneciendo intacto, incorruptible desde que tomó el elixir.
Tan sólo sus ojos, espejo de su propia alma maltratada y marchita, eran capaces de expresar un atisbo del dolor y desesperación que, sin cesar, la azotó y seguía azotando. — Lo sentí… todo. — Repitió, de nuevo, con una voz dolorida, sutil y entrecortada. — Es lo que ocurre cuando me toc… — apenas le dio tiempo a terminar, cuando apreció cómo la mujer llevó ambas manos a su vientre. — Sí… eso… eso sentí… — susurró, extrañada y al mismo tiempo curiosa, sin cesar de acariciarse el vientre…

…lo que jamás imaginó la inmortal, fue que, la sensación tan extraña que azotó su cuerpo, resultó ni más ni menos ser… la pérdida de una futura vida.

Amara horrorizada abrió los ojos de par en par. “No puede…” llevó ambas manos a su boca, tapándola, como si quisiera cubrir una mueca claramente desencajada. — No… no, no no… — cerró los ojos con fuerza y deslizó sus manos hacia ambas sienes, aferrando sus cabellos con fuerza. — Esto no… ¿por qué? — ¿Sentir la muerte de una mujer embarazada? ¿Por qué Qetsiyah era tan cruel con ella? ¿Por qué algo tan desmedido por enamorarse de la persona equivocada?

La inmortal, quién mantuvo siempre la espalda pegada a la pared, poco a poco fue deslizándose hasta sentarse en el suelo. Allí, abrazó sus piernas manteniendo una posición aovillada. — No… n-no la hay… — respondió en un ahogado sollozo, con la mirada perdida en un punto inespecífico. — N-no que yo sepa… — intentó tragar saliva como pudo. — Du… durante el ataque… ¿l-lo sabías? ¿Sabías que estabas embarazada? — Alzó la mirada, interrogante.

Con las manos todavía sobre el vientre, la cazadora cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Su bebé, no solo suyo, también de Aron, murió porque ella no pudo protegerlo. No fue capaz de hacer lo que una verdadera madre habría hecho en su misma situación; poner la seguridad de esa pequeña vida sobre cualquier otra cosa.

Sentía como las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y aún así, trató de mostrarse firme.  Podía escuchar las palabras desesperadas de la inmortal, pero más que dirigirse hacia la cazadora, parecía estar hablando consigo misma. Aprovechó ese momento para secar rápidamente sus lágrimas y volverse finalmente hacia esta.

— Lo imaginaba — murmuró la cazadora, con su mirada aguamarina carente de cualquier emoción. Camino apenas un par de pasos hacia ella, quedando a una distancia prudente de la mujer y se arrodilló frente a ella —. Me enteré ese mismo día — soltó un suspiro, volviendo a colocar una mano sobre su vientre. Aun recordaba aquel temor al ver el positivo del test —. No estaba planeado, pero sucedió. Estaba ensayando frente al espejo el discurso que le daría a mi novio esa noche cuando me mandaron un mensaje para advertirme que un vampiro iba de camino a mi casa. No tuve mucho tiempo para reaccionar, el vampiro sabía donde encontrarme y si me marchaba podría haber herido al hombre que amo cuando este llegara… lo único que se me ocurrió fue quedarme a luchar e intentar matarlo para que todo acabara… — su voz terminó por quebrarse finalmente y agachó la mirada hacia el suelo, consciente de sus errores  —. Y acabó. Aunque no como hubiera deseado — concluyó volviendo a cerrar los ojos.

Si hubiera hecho las cosas diferentes, si hubiera estado mejor preparada o si se hubiera hecho el test la noche anterior… podría haber tenido más tiempo para pensar y quizás hubiera tomado otra decisión. Una decisión que la hubiera mantenido tanto a ella como al bebé con vida. Y Aron no estaría sufriendo la pérdida de ambos.

— Lo siento, no creo que esto sea algo que quisieras escuchar — se apresuró a disculparse con la inmortal, alzando de nuevo la mirada hacia ella. Imaginaba que después de tanto tiempo estaría agotada de escuchar las historias de los muertos —. ¿Qué hay de ti? Siempre… ¿Has sido el ancla? — preguntó para desviar la atención hacia la otra. Las historias que conocía como cazadora de la Hermandad eran algo confusas —. ¿No hay alguna manera de pararlo? — preguntó por curiosidad aunque sospechaba que si la hubiera ya debería de haberlo intentado. A no ser que no pudiera hacerlo por si sola.

Amara quizás pudiera pecar de impulsiva con sus preguntas. Muchas de ellas las formulaba sin pensar en que, quizás pudiera herir los sentimientos del contrario, o incluso, ser un tanto brusca. La cruda realidad era, que lo hacía sin ningún tipo de maldad, inundada por la curiosidad… transformada en necesidad por el sempiterno estado de alerta de la inmortal.
También tenía que ver, cómo no, el horrible trato que tuvo con fantasmas los últimos dos milenios, y el estar encerrada en una caja de madera, alejada de cualquier tipo de vínculo o contacto con el mundo real, el de los vivos.

Sin soltar sus piernas —todo lo contrario, reafirmando su agarre en ellas— observó fijamente cómo la contraria se le acercaba. Aunque agradeció que mantuviera una distancia prudencial —seguramente si se hubiera acercado demasiado, habría salido corriendo de allí— reafirmó la tensión en su cuerpo. Sin mediar palabra, escuchó atentamente su historia…

…porque, pese a que no era el único fantasma que le narró el porqué de su muerte, o directamente se desahogó con ella, en esta ocasión su historia sí que merecía ser escuchada. Y con toda la atención que su quebrado cerebro le permitía.

— A veces… — desvió la mirada hacia un lado. Sus orbes mostraban un brillo emocionado, como si pequeñas lágrimas se estuvieran acumulando en sus castaños ojos. — A veces las cosas no ocurren como uno espera. — Frunció los labios con un cierto aire de resignación. — ¿Por qué… — volvió a levantar la mirada y ladeó la cabeza  —, ensayabas dar una noticia así a tu novio? Debería ser algo que le alegrara… cuanto antes lo supiera, no? — Un hijo era motivo de alegría… al menos, en una civilización en la que la mortalidad infantil era muy alta.

— No te disculpes… he visto y sentido cosas… — frunció el ceño con desagrado, incapaz de continuar. — Siempre lo he sido… Qetsiyah se aseguró de que sufriera… de que pagara todos mis pecados… por toda la eternidad. No sé si hay alguna forma… — Silas le prometió que la encontraría, pero era consciente de que no sería nada fácil. — Supongo que ya te han contado la historia, ¿verdad?

No era fácil para Gwen abrirse, nunca lo había sido y mucho menos contarle a una desconocida algo tan delicado y que tanto dolor le había causado. Pero la cazadora se sentía sola en aquel lado, sin nadie con quien desahogarse. Y por eso fue que consiguió con aquella mujer.

— Porque... Digamos que las cosas no son... Eran tan sencillas para nosotros. Nuestra vida era complicada y nos amábamos... Aún lo amo — se corrigió pues sabía que ni la muerte podría cambiar lo que sentía por el lobo —. Pero tener un bebé en nuestra situación... — se tuvo que interrumpir incapaz de proseguir. Sus miedos estaban justificados, pues al final, ella fue la que salió perdiendo.

Desvió la mirada y de la manera más discreta posible intentó secarse con el dorso de la mano las lágrimas que bañaban su rostro. Incluso en la muerte y después de todo por lo que había pasado, odiaba verse débil y frágil.

— Algo he escuchado — asintió ante la mención de Qetsiyah, la bruja que creó a los Cinco —. Al menos la parte de la historia que la deja bien a ella — añadió. Y es que tras conocer a aquella chica, tenía claro que no le habían contado el resto de la historia —. Siendo sincera, yo no estuve allí ni sé lo que pasó. Lo único que sé es que ante mí hay una chica que ahora está sufriendo — y por lo que sabía, llevaba mucho tiempo haciéndolo —. Y sé que eso está mal — al final, no existían los blancos y negros, tan solo los grises.

Amara no temía la presencia de la cazadora, más allá de los traumas y el constante acoso sufrido por los fantasmas que jamás cesaron de acosarla. Sin embargo, con ella… era muy diferente, al igual que con Tatia, ya que, de alguna manera, podía llegar a sentir una cierta empatía, o casi paralelismo entre su compleja historia, y la dramática de Silas y ella. — Podría ser demasiado complicado. — Musitó con una dulce voz, terminando a su vez, las palabras de la contraria. — Las… complicaciones. Todas ellas… pueden llegar a ser… demasiado terribles y abrumadoras. — El tono de su voz se tornó algo amargo, y por supuesto, nervioso; perfecto puzzle cuyas piezas encajaban de nuevo con la paranoica mirada de la mujer, quién súbitamente empezó a observar su alrededor con la intención de hallar un posible y no esperado visitante.

Aún así, una fugaz mirada de la morena fue suficiente para percatarse de las lágrimas de la contraria. Lágrimas compartidas de un dolor y un trauma, que sólo aquellos que han sentido —como en el caso de Amara— o han perdido un bebé, son capaces de sentirlo.

Lágrimas tímidas que, tras escuchar las comprensivas palabras de la fantasma, terminaron derramándose como pequeñas y brillantes perlas en su rostro. De nuevo, el sufrimiento, los siglos de eterna y sempiterna tortura, aparecieron… pero en esta ocasión, su significado iba más allá, y es que por vez primera, alguien realmente supo ver más allá de sus actos, y de una historia tergiversada por malas lenguas.

 — En cuanto las miradas de Silas y las mías se… cruzaron… — con voz entrecortada, intentó explicar lo que ocurrió desde su punto de vista —, supimos que… éramos almas gemelas. Seres… destinados a estar uno al lado del otro, a pesar de que él era alguien que pertenecía a un estatus social, que yo no.. Es complicado de explicar… es una fuerza tan poderosa, que nos atraía, y nos instaba a permanecer uno al lado del otro. Pero había un… problema. — Su tono de oscureció. — Él… se prometió con Qetsiyah, y yo era su doncella. Un amor prohibido de por sí, pero que ninguno pudimos negar. — Suspiró con pesadez. — La traición es cierta. Silas y yo nos tomamos el elixir, y Qetsiyah se enteró. A mí me… disecó, pero antes se encargó de contarme todo lo que me haría. Me transformó en… el Ancla al Otro Lado. Más tarde comprendí que sentiría todas y cada una de las muertes de todos los seres sobrenaturales que deseaban traspasar al Otro Lado. Luego… contó a Silas que me mató, y creó la Cura para que él se la bebiera… pero no lo hizo. — Negó con la cabeza. — A él le enterró vivo en una cripta, y pasó el resto de la eternidad rumiando una venganza para la persona que supuestamente me mató.

Era raro abrirse ante una persona desconocida, pero inesperadamente, le parecía incluso más sencillo que hacerlo con alguien a quien conoces de toda la vida. Más allá de Aron, Gwen no era una persona que se abriera con facilidad a la gente, prefería cargar con sus miedos y preocupaciones por ella misma, en silencio.

Y puede que fuera por esa razón que acabó de la forma en la que acabó. Si tan solo le hubiera dicho alguien más que necesitaba ayuda... Wolfie, su tío Wyatt o incluso John... estaba segura de que cualquiera de ellos le habría ayudado a acabar con la vida de Rodolphus. Pero no, eso era algo que debía hacer por sí sola... Y ahora lamentaría las consecuencias por el resto de su existencia.

Y ahí estaba ahora, mostrando su debilidad ante el Ancla del otro lado, alguien que le parecía mucho más humana que la mayoría de personas que había conocido. Sintió un nudo en el estomago cuando al alzaar la mirada, se encontró con las lágrimas de esta bañando su rostro. Las dos compartían una terrible pena y ahora, era el turno de la contraria de contarle su historia; una historia de amor.

No pudo evitar simpatizar con esta cuando le habló del amor que sentía por Silas. Era irónico, incluso el ser más terrible y poderoso sobre la tierra era capaz de amar... Un amor tan fuerte, tal y como el que la cazadora sentía por Aron. Un amor que dolía a la par que sanaba y que al igual que su historia con el licántropo, había acabado de la forma más trágica.

— Eso es... terrible — alcanzó a decir, con la voz ahogada. ¿Cuantas veces había escuchado la misma historia, pero desde una perspectiva diferente? La parte de la historia que había trascendido —. ¿Sabes? Yo fui una de las personas que encontró a Silas en la tumba — desconocia si ella lo sabía, pero en todo caso se lo contaba —. La Hermandad de los Cinco... Nosotros fuimos hasta su tumba... Se puede decir que somos los culpables de que despertara — frunció los labios, al final aquella misión fue un fracaso y ahora la Hermandad estaba más perdida que nunca —. Me llevé la cura... Y él vino a buscarla a casa. Creo que no le caí muy bien —y bueno, a ella tampoco le cayó en gracia el inmortal después de que intentara matarla.

A pesar de verse rodeada de cientos de voces, de fantasmas ansiando una respuesta, o una segunda oportunidad que jamás les sería brindada, siempre se sintió sola y desolada; alejada de cualquier persona que una vez amó, y que la inexpugnable barrera del tiempo y la inmortalidad, separó para siempre.
Imaginó que Silas también pasó por lo mismo, al ser enterrado vivo; encerrado en una tumba sin ninguna posibilidad de escape, y con el único consuelo de rumiar una venganza contra Qetsiyah, y la remota posibilidad de reunirse con ella.

Porque, claro… Silas desconocía que Amara vivía.

— Silas… era… es capaz de hacerlo todo por mí. Por nuestro amor… — susurró la inmortal, enormemente apenada y con un gran pesar, en cuanto sus oídos fueron testigos de las palabras de la contraria.  — Él… sufrió de encierro el mismo tiempo que yo de condena, siendo el Ancla. Sólo que a él… Qetsiyah le confesó que me había matado. — Los labios de la joven doncella temblaron de nuevo, amenazando con sucumbir a la tristeza de la realidad. — Yo… al menos, podía saber… si él estaba muerto, porque tendría que traspasar a través de mi cuerpo, pero… él… tuvo que vivir encerrado, sólo en una tumba, con el único pensamiento de que… yo estaba muerta.— La voz entrecortada de la mujer sólo resultaba un mero reflejo del intenso dolor psicológico del que era presa.

Ni siquiera unos… meros intentos de calmarse al suspirar, al respirar, fueron suficientes para evitar que Amara recayera de nuevo, presa de un ataque de ansiedad. — Estaba dispuesto a morir por mí. A tomar la Cura, destruir… el Otro Lado y reunirse conmigo, para poder vivir la eternidad junto a mí. Hasta que me encontró, y se enteró de que estaba viva. — Escondió su rostro entre las palmas de ambas manos. — Si… siento mucho lo que te hizo Silas… lo siento… lo siento…