Todo comenzaba a tomar forma, lentamente. Tenía parte de la información que necesitaba, aunque le faltaba algo muy importante: ¿dónde estaba la piedra lunar? Sin ella no podría realizar el ritual, así que si no podía conseguirla por las buenas lo haría por las malas. Gracias a la información que había recolectado los pocos días que llevaba en Mystic Falls tenía una idea de las personas que protegían a Elena Gilbert, la réplica, y curiosamente su pareja actual era una persona que el propio Klaus había conocido décadas atrás: Stefan Salvatore.

Qué pequeño era el mundo, ¿no?

Llevaba demasiado tiempo en las sombras para su gusto, así que era el momento de mover la primera ficha y revelar que no se trataba de un rumor: Klaus Mikaelson estaba en Mystic Falls. El elegido para transmitir tal noticia sería el propio Stefan, a quien esa misma mañana habían reducido tres vampiros bajo las órdenes del original. Les había dicho que debían ser sigilosos y esperar a que no hubiese nadie en su casa para sorprenderlo cuando saliese de ella. Después debían llevarlo hasta el cementerio, dejándolo en el interior de un panteón funerario que había pertenecido a una familia cuyo último descendiente había muerto hacía un par de años.

Allí los esperaba Klaus desde hacía casi una hora, impaciente, ansioso por el momento que se acercaba cada día un poco más. Había esperado 500 años, ¿qué eran unas pocas semanas en comparación? Y, sin embargo, el tiempo parecía transcurrir de forma más lenta que nunca.

Cuando escuchó unos pasos y unas voces se giró hacia la entrada. El lugar estaba prácticamente a oscuras, a excepción de unas antorchas que habían colocado en las paredes. El olor era bastante desagradable, pero al menos estaba seguro de que allí nadie los interrumpiría.

—Dejadlo aquí mismo y vigilad el perímetro. Nadie debe acercarse —no estaba de más tomar precauciones.

Los vampiros empujaron a Stefan hasta que este cayó de rodillas ante el Mikaelson. Llevaba la cabeza cubierta con una bolsa de tela, pero tenía las manos libres así que podría quitársela. Cuando lo hizo Klaus le dedicó una sonrisa cordial con un tinte de lo más siniestro. Estaba en una pose relajada, como si tuviera la situación bajo control, con las manos colocadas detrás de la espalda. No temía que Stefan pudiese huir: él era más rápido, y más fuerte. Estaba completamente a su merced.

—Señor Stefan Salvatore, ¿no? —aunque Klaus lo había conocido, Stefan no lo recordaría. Le había hecho olvidar ese episodio de su vida y, por el momento, no tenía ningún interés en que lo recordase—. Disculpa mis modales. Quería hablar contigo, a solas, y se me ocurrió que este podía ser un buen lugar —añadió con sarcasmo—. Probablemente no me conozcas, aunque seguro que has escuchado hablar de mí —le ofreció una mano de forma cortés—. Soy Klaus Mikaelson.

Hubo un pequeño rastro de decepción, apenas perceptible, en el rostro del original cuando Stefan no aceptó su mano y lo miró con desconfianza. No tardó en recuperar una sonrisa fría y retiró su mano para colocarla tras su espalda, alzando la barbilla sin parecer inmutarse. Puede que una vez hubiesen sido amigos -y no solo eso, sino buenos amigos, como si fueran hermanos- pero ahora no eran más que dos desconocidos. Incluso parecía que estaban en bandos distintos, aunque Klaus esperaba solventarlo pronto.

En su mente retorcida había planes para Stefan Salvatore.

—Me disculpo por las circunstancias de esta reunión, pero no deseo llamar la atención más de lo necesario. Al menos por el momento —lo miró con suspicacia, estudiándolo, y pensando que parecía otra persona completamente diferente a la que él había conocido. Qué decepcionante, ya apenas quedaban vampiros con los que de verdad pudiera pasarse un buen rato. Todos se habían vuelto demasiado blandos, incluso Stefan. ¿Dónde quedaban los buenos tiempos en que los vampiros se dedicaban a masacrar poblados enteros los domingos?

—Tranquilo, amigo, todo a su tiempo —respondió en un tono burlesco, suspirando antes de añadir—: La verdad es que estoy decepcionado. Había escuchado historias sobre "El Destripador" de Chicago. Según tengo entendido, todo un artista —incluso en la muerte y la violencia podía hallarse cierto sentido artístico, o eso pensaba él, que había matado y masacrado durante siglos. Cuando había conocido a Stefan en los años 20 se había sentido comprendido por primera vez en su larga existencia, incluso había llegado a verlo como a un igual y a respetarlo lo suficiente para permitir que se acercara a su hermana pequeña.

—Pero lo que encuentro ahora ante mí es a un… ¿vampiro vegetariano? Uno que ha olvidado su verdadera naturaleza —negó con la cabeza antes de sonreír, de nuevo, con malicia—. Parece que te has "reformado", incluso te has echado una novia humana: la dulce e inocente Elena Gilbert —la réplica que estaba persiguiendo, la que lo liberaría de las cadenas que mantenían presa una parte tan importante de su ser. Sabía que Stefan iba a ser un obstáculo cuando se enterase de los planes que tenía para ella.

—Es un infortunio que ella sea la razón de mi visita Mystic Falls —soltó entonces, añadiendo antes de que el moreno pudiese interrumpirlo—: Si me la entregas, sin trucos, no bañaré este pueblo con sangre —nadie podía negarle que les ofrecía una oportunidad de hacer esto por las buenas. Sino, bueno, tendría que hacer lo que acostumbraba a hacer: arrasar con todo hasta conseguir lo que quería.

Debía mantener mi temple si quería salir de allí con vida para proteger a mis seres queridos de las locuras de aquel ser, pero sobre todo para poner a salvo a Elena. Sin embargo, no me hacía una idea de cuán difícil sería aquel ejercicio, cuánto esfuerzo me llevaría, sobre todo a medida que la conversación iba avanzando. Y yo era un ser pacífico, que prefería el diálogo antes que la violencia, pero, aunque no estaba dispuesto a usarla fácilmente, las palabras del vampiro me ponían realmente nervioso.

Contuve un suspiro al escuchar lo primero que dijo, al igual que evité hacer una mueca. Sonaba tan hipócrita… ¿Por qué ahora que Damon se había “calmado” y había dejado de darme tantos quebraderos de cabeza aparecía aquella criatura para atormentarnos a mí y a todas las personas a las que quería? En cualquier caso, no podía centrarme en ese pensamiento, sino en cómo proteger a Elena. Pero algo me distrajo de aquello y entonces sí que no pude evadir que mi gesto se torciera. Klaus había mencionado aquella época de mi vida que tanto deseaba olvidar, algo que jamás conseguiría.

Me resultó preocupante que él supiera eso, ¿es que ya me conocía de antes? Sí, claro, me había llamado por mi nombre. Y había hecho que me llevasen hasta allí precisamente porque ya sabía quién era yo. Respiré hondo y aparté la mirada, incómodo por aquel recuerdo.

—Lamento decepcionarte, pero ese ser ya no existe —respondí antes de volver a mirarlo, no con ganas realmente, pues aquella maldad que su rostro reflejaba era incómoda y me preocupaba aún más. Por supuesto, también sabía el lazo que me unía a Elena y eso me asustó. Mis temores se vieron confirmados cuando él dijo que ella era el motivo por el que había ido a Mystic Falls…

Lo que dijo después fue aún más horrible. ¿Por qué me ponía en esa tesitura? ¿Significaba que yo tenía alguna posibilidad contra él y por eso me proponía un trato? ¿O se trataba de otra cosa? No lo comprendía, pero en aquel momento sólo deseaba sacar a Elena de todo ese asunto.

—¿Por qué? ¿Qué quieres de ella? —pregunté porque era lo que más necesitaba saber, pero también me atreví a responder a su propuesta— Si sabes que tengo relación con Elena… entonces también sabrás que no puedo entregártela —respondí finalmente, aunque no me gustase aquella palabra, pues Elena no era ningún objeto ni moneda de cambio con el que se pudiese comerciar.

El hombre que tenía ante él nada tenía que ver con el amigo que Klaus recordaba. ¿Qué le habría pasado en las últimas décadas para cambiar de esa forma? Era decepcionante. Habría dado lo que fuera por tener un buen amigo en aquel pueblo, alguien en quien confiar, alguien que lo apoyase y aconsejase como había hecho en el pasado. Con suerte, si sus planes iban según tenía previsto, no tardaría mucho en recuperar al viejo Stefan.

El destripador.

—Eso es lo que te dices a ti mismo para poder dormir por las noches, para tener tu conciencia limpia —le divertía el modo en que lo miraba, como si fuera el mismísimo diablo, y no ocultó su diversión esbozando una expresión de burla y autosuficiencia—. “Ese ser” es parte de ti, querido Stefan. Por mucho que ahora pretendas ser el chico bueno, el héroe, nadie escapa de su propia oscuridad tan fácilmente. Es cuestión de tiempo que vuelvas a caer —añadió con cierto misterio ya que, aunque él no lo supiera todavía, su intención era darle aquel “empujoncito” que necesitaba para volver a sus viejas costumbres.

Aunque primero tenía que conseguir algo más importante: romper su maldición.

—Sabía que dirías eso… ¿Qué tendrán las réplicas Petrova que las hace tan irresistibles? —preguntó de forma retórica, recordando fugazmente a la réplica original, Tatia, a quien él mismo había amado intensamente; aunque en el presente dicho sentimiento era apenas un puñado de cenizas frías en un corazón que había perdido todo rastro de humanidad años atrás—. Y, a la vez, tan poderosas. Verás, Destripador, la sangre de Elena es vital para romper cierta maldición que me atormenta desde hace siglos —explicó, con calma, preguntándose si el castaño sabría algo de todo o aquello o si sería la primera noticia que tenía sobre la naturaleza de la joven humana.

—¡En fin! Toda esta charla empieza a darme hambre, ¿a ti no? —le sonrió con cierta malicia antes de caminar hacia la entrada de aquella “celda provisional” — ¡Hacedla pasar! —ordenó a los vampiros que vigilaban el perímetro. En apenas unos segundos uno de ellos entró, sujetando por el brazo a una mujer rubia que no tendría más de veinticinco años, que parecía muy asustada. Se la entregó a Klaus, que la agarró por los hombros y la miró a los ojos para usar la compulsión con ella—. Tranquila, encanto, no va a sucederte nada malo. No tienes motivos para estar asustada.

—No… No estoy asustada —susurró la joven que, de pronto, estaba en completa calma.

—Tú primero, señor Salvatore —el original la sujetó por la muñeca y se la ofreció. La muchacha estaba tan pálida que podían apreciarse a la perfección sus venas, transportando sangre por todo su cuerpo. Era una tentación difícil de resistir.

No entendía por qué Klaus decía aquello, ¿buscaba hacerme sentir mal para que bajase la guardia? Hasta ese momento no había ido al grano de por qué me había llevado hasta allí… sí, me había dicho que había venido a Mystic Falls por Elena y me había “pedido” que se la entregase, pero… eso realmente no era necesario, porque él podía llevársela por la fuerza en cualquier momento… así que algo debía de estar tramando. No creía que pensase que yo era más fuerte que él como para temer mi protección hacia Elena. Quizá sobre Damon sí.

—No pretendo nada, Klaus —respondí con tesón—. Sólo intento ser mejor. Yo no soy ni quiero ser un monstruo

No pretendía que le molestase mi respuesta, pero si estaba tan loco como creíamos, dudaba que se lo tomase mal. Más bien le encantaría que lo llamasen monstruo. No obstante, lo que dijo sobre las “réplicas” hizo que esbozase una mueca de disgusto. Me tensé según hablaba, sobre todo cuando me llamó “Destripador”. ¿Es que nunca podría librarme de ese horrible pasado? Y las cosas no hacían más que empeorar…

Miré hacia la entrada y vi cómo traían a una muchacha aterrorizada. Aquello hizo que se me encogiese el estómago. Sentí repulsión al ver cómo Klaus usaba la compulsión para manipular a la pobre chica… Aunque era mejor que pasase sus últimos minutos de vida sin miedo. Observé la muñeca que Klaus me mostraba y después lo miré a él con las cejas apretadas.

—No voy a hacerlo —dije, tajante. Deseaba poder ayudar a la chica, pero por el momento dudaba mucho que pudiese lograrlo. Nunca me arrepentiría de mi dieta, porque de ese modo evitaba que más personas muriesen por mi culpa, pero… en aquel momento maldije ser tan débil.

Para Stefan aquel tema parecía ser realmente serio, mientras que Klaus no borraba la expresión mordaz de su rostro. Pero sabía que detrás de ese hombre que le resultaba tan patéticamente noble se encontraba su viejo amigo, su verdadero yo; aquel con el que podía llegar a identificarse y ver como a un igual. Y tarde o temprano conseguiría que saliese a la luz.

—Un monstruo... —murmuró para sí mismo, meditando las diferentes connotaciones de aquella palabra y las veces que la habían usado para referirse a él—. Somos vampiros, Stefan. Superiores a los humanos. Está en nuestra naturaleza ser los depredadores, los "monstruos" que ellos temen —no comprendía a aquellos de su progenie que olvidaban su propia esencia y pretendían vivir entre humanos como si fueran uno más, evitando matarlos... cuando no eran más que ganado.

Como aquella pobre muchacha rubia que había tenido la mala suerte de terminar ante el original, a punto de convertirse en su tentempié de media tarde.

—Es de mala educación rechazar el alimento que te ofrece tu anfitrión, aunque si te niegas no me importará ser el primero en probar esta delicia —sin más ceremonias se llevó la muñeca de la humana a los labios y sus colmillos rasgaron la fina piel para poder saborear su sangre. Su víctima, que seguía bajo su hechizo, ni siquiera trató de alejarse de él—. Qué sabor tan dulce... —susurró al terminar, relamiéndose los labios—. ¿Estás seguro de que no quieres probarla, aunque sea un pequeño sorbo? —volvió a ofrecérsela, solo que esta vez la sangre se deslizaba por su mano hasta manchar el suelo, tan cerca de él que le sería muy difícil, o imposible, poder controlarse.

—¿Tú que dices, querida? ¿No crees que Stefan sería un maleducado si se niega a probarte? —se dirigió a la humana, usando de nuevo su compulsión con ella.

—Sí, Stefan, serías muy maleducado —repitió ella automáticamente, mientras Klaus sonreía de forma sádica. Al final, estaba disfrutando sobremanera de aquel extraño reencuentro.

Tal y como me había imaginado, aquella afirmación no se la había tomado como un insulto, sino todo lo contrario. Tenía asimilado que él era un vampiro y como tal, se creía superior a los humanos. Yo no quería ser un depredador, no quería ser el destripador. Si hubiese podido controlar mi sed de sangre humana quizá ahora mismo habría podido alimentarme de bolsas del hospital como hacía Lexi y aquellos vampiros que me trajeron aquí probablemente no habrían podido conmigo… o al menos no tan fácilmente.

—Yo no comparto la misma opinión que tú, Klaus. No me siento superior a nadie, si fuera por mí… ni siquiera me alimentaría de sangre —dije con pesar y apartando la mirada, incómodo y preocupado por el camino que estaba tomando aquella situación. Respiré hondo para intentar calmarme y agradecí que fuese justo antes de que Klaus mordiese a la chica, cuando hablaba de mi “mala educación”.

Lo peor de todo fue que Klaus apenas bebió, sólo me estaba provocando. ¿Cuál era el punto de todo eso? ¿Sólo quería destrozarme para tener un obstáculo menos en su camino? ¿Quería quitarme de en medio para no tener que preocuparse por mí? No podía pensar bien, el olor a sangre inundó mis fosas nasales y me produjo sed… para muestra de ello, la transformación que tuvo mi rostro. Quizá fue la rabia que sentí al escuchar cómo usaba su compulsión con la chica para que dijese cosas que jamás habría dicho por propia voluntad lo que hizo que me mantuviese cuerdo, aunque aún sintiese sed.

—¡Ya basta! —exclamé cubriéndome la boca y la nariz y alejándome de ella todo lo que el lugar me permitía, pegándome a la otra punta del panteón, y cerré los ojos para intentar calmarme— ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Haces esto sólo por diversión o me consideras una amenaza y quieres apartarme del camino? Porque para eso sólo tienes que matarme. —Quizá estaba un poco fuera de mis cabales… debía dejar de respirar.

El rostro del original reflejó cierta... ¿decepción? No se esperaba que aquel a quien una vez había considerado su amigo, casi como si fuera su hermano, hubiese cambiado tanto. De hecho, seguro que el viejo Stefan se hubiera burlado de aquel vampiro con conciencia en el que se había convertido. Remordimientos, arrepentimiento, control... ¿Para que necesitaban someterse a algo así cuando eran la raza superior, mientras que los humanos eran tan solo hormigas a su lado? Quizá para recordarle aquello, o tan solo para torturarlo un poco, lo tentó con aquella mujer cuya sangre le resultó de lo más deliciosa. Al ver cómo retrocedía para no caer en dicha tentación esbozó una sonrisa ensangrentada.

—Mírate, Stefan, ¿dónde está el Destripador? A su lado, resultas de lo más patético —alzó una ceja y lo observó con arrogancia y superioridad. Ante el bombardeo de preguntas lanzó un suspiro impaciente, soltando a la chica para apartar el cabello de su cuello—. Cuántas preguntas. Podría darte una respuesta a todas ellas, aunque... Hoy no lo haré, hay ciertos planes que solo conocerás cuando llegue el momento —desvió la mirada del vampiro para fijarse en la yugular de la chica, notando cómo la boca se le hacía agua ante la perspectiva de morderla y dejarla seca.

—Digamos que, por ahora, lo único que quiero es que no te interpongas en mis planes. Y ambos sabemos que lo harías, que querrías dártelas de héroe —sonrió con ironía. En esta historia, y como siempre, él era el villano. Aunque desde su punto de vista, tan solo iba a recuperar aquello que su propia madre le había arrebatado hacía un milenio—. Pero matarte... ¿para qué? Me resultas mucho más útil vivo. ¿De verdad que no quieres un trago? —preguntó una última vez, encogiéndose de hombros al ver la negativa en su mirada, antes de morder finalmente el cuello de la humana. Como una bestia presa de una sed insaciable, bebió de aquel elixir que recorría sus venas hasta que su corazón dejó de latir. El cadáver de la joven golpeó el suelo, quedando justo frente a Stefan con los ojos carentes de todo rastro de vida.

—No entiendo cómo puedes vivir sin algo tan delicioso a cambio de la sangre de... ¿venados?, ¿ratas? —esbozó una mueca de asco, y después se limpió los restos de sangre de los labios—. ¿Por qué condenarte a algo así cuando podrías tener el mundo a tus pies?

Mi mirada, que hasta hacía un momento estaba fija en la sangre de la chica, se desvió hasta Klaus sin aflojar el ceño ni un ápice. Estaba tenso, nervioso, tenía miedo. No temía a Klaus, me temía a mí mismo. Me aterraba la idea de descontrolarme y atacar a aquella muchacha inocente. Sabía perfectamente que no sobreviviría otro día más… que no podría ayudarla a escapar porque Klaus era más fuerte que yo, pero prefería que yo no tuviese que ver con eso, no quería ser el responsable de la muerte de la chica.

Las palabras del híbrido no me ofendían en absoluto así como a él no le habían ofendido las mías, ninguno de los dos estaba en la onda del otro, así que era como hablar de dos realidades paralelas que no afectaban al que no estaba implicado en una de ellas. Sin embargo, sí que me dolía escucharlo hablar del “Destripador”. Definitivamente arrastraría aquel maldito apodo toda mi existencia, toda la eternidad… no importaba los años que llevase redimiéndome, tomando sangre animal, intentando ayudar a los demás… lo que siempre pesa más son tus malas acciones.

Y los entendía. Pero ese temor se instauraba en mi corazón, el temor de que Elena algún día conociese esa parte de mí… tenía que contárselo, pero no me había atrevido aún.

Miré a Klaus fijamente cuando dijo que me contaría algunos de sus planes “cuando llegase el momento”, ¿a qué se refería? ¿Qué momento? Quería preguntar, pero dudaba que fuese a responderme… o al menos a darme una respuesta decente o satisfactoria. Y, de todos modos, había cosas que me intrigaban y preocupaban más en aquel momento. “No quiero que te interpongas en mis planes”. ¿De verdad pensaba que iba a quedarme de brazos cruzados? Fui a decir algo al respecto, pero me dejó traspuesto al decir que le era más útil vivo. ¿De qué estaba hablando?

Y ni hablar de cuando tuve que ver cómo bebía de la chica que no oponía resistencia alguna por la compulsión del híbrido. Cerré brevemente los ojos, sintiéndolo en el alma, y los volví a abrir justo para ver cómo dejaba caer el cuerpo de la joven como si fuese algo sin valor. Me agaché junto a ella mirándola con tristeza mientras escuchaba las desdeñosas palabras de Klaus y me disculpé con ella mentalmente sin poder, sin embargo, dejar de mirar los restos de sangre que había en su cuello.

Cerré los ojos y después volví a mirar a Klaus justo antes de levantarme.

—No necesito que me entiendas… ni tengo por qué darte explicaciones. Tú y yo no somos iguales. Así que, ¿por qué soy tan útil para ti? —pregunté pensando que si era un estorbo para su misión actual… ¿qué podía desear de mí? Me intrigaba y asustaba al mismo tiempo. Lo que menos me preocupaba era mi propia integridad, pero no deseaba que alguno de mis seres queridos saliese herido. Y Elena… hice una mueca de dolor. ¿Y si no lograba protegerla? De sólo pensar en ello me ponía enfermo, a pesar de que realmente no podía enfermarme. ¿A dónde llegaría todo esto…?

"¿Por que soy tan útil para ti?"

La pregunta resonó en su mente. Aunque Stefan no lo recordase, una vez lo había ayudado en uno de sus peores momentos. Había sido en Chicago, en la maravillosa década de los 20: la época de la Ley Seca, la era dorada del crimen organizado, de los bares ilegales donde la música que tanto le gustaba sonaba sin parar, y en los que las mujeres bailaban, cantaban y reían hasta no poder más.

Su hermana pequeña y él acababan de huir del que había sido su hogar durante un largo tiempo, del imperio que tanto esfuerzo le había costado erigir en Nueva Orleans. Allí creía haber obtenido algo definitivo, de lo que enorgullecerse, por primera vez en su vida. Allí su familia podría ser feliz y dejar de huir. Qué iluso había sido. Al final aquel sueño utópico se hizo añicos cuando Mikael, el vampiro conocido como "El Destructor", los forzó a marcharse mientras la ciudad era consumida por las llamas de su ira. Esa noche había perdido varias cosas: su imperio, a su amante, a su pupilo Marcel y, por último, la última pizca de humanidad que le quedaba.

Stefan le había recordado que aun era capaz de alcanzar grandes cosas, que no era una abominación, sino un rey. Había descubierto que ambos, en realidad, eran muy parecidos y que, por lo tanto, él era merecedor no solo de su respeto, sino también de su hermana Rebekah. Aunque, al final, se habían visto obligados a huir de nuevo.

—Eres útil para mí porque, aunque ahora no lo recuerdes, una vez fuimos aliados —tras limpiarse la sangre de aquella rubia de la barbilla se acercó a él y colocó una mano sobre su hombro—. Y no solo eso, fuimos buenos amigos —añadió, buscando su mirada, antes de soltarlo y alejarse. Deseaba obligarlo a recuperar aquellos recuerdos, pero no era el momento adecuado para hacerlo. El plan que tenía en su cabeza no era ese y, al menos por ahora, necesitaba al aburrido Stefan con conciencia un poco más.

—Así que sé a ciencia cierta cuál es tu potencial, sé de lo que eres capaz. Y no estoy hablando de esta personalidad pusilánime bajo la que tratas de esconderte, sino de tu verdadero yo; aquel que se convirtió en leyenda, el que se ganó incluso mi respeto en los años 20 —alzó la barbilla en un gesto de superioridad pues, para un ser arrogante de mil años como era Klaus, era muy poco habitual sentir admiración hacia alguien que no fuese él mismo.

—Pero todo a su tiempo, Stefan —añadió con una media sonrisa misteriosa, dejando claro que no iba a desvelarle nada más—. Ahora mismo la verdadera razón de que estés aquí es que, simplemente, no puedes interponerte en lo que estoy planeando. Y sin duda lo harías, así que me vería obligado a matarte y eso no es lo que quiero —comentó con un tono mordaz, dándole cierto tiempo para que preguntase a qué se refería. En ese caso no tenía problemas en responderle ya que, por mucho que quisiera, Stefan no podría hacer nada para evitar lo que iba a suceder en apenas unos días.

No estaba seguro de que pudiese proteger a mi pareja, lo que sí tenía por seguro era que haría todo lo que estuviese en mi mano, dentro de mis posibilidades, para lograrlo. No me iba a dejar amedrentar por Klaus, iba a pelear contra él si era necesario a pesar de que eso me matase… aunque él no pareciera querer matarme. Sin embargo, imaginaba que si me convertía en un obstáculo lo acabaría haciendo. Fuese lo que fuese lo que quería de mí, dudaba que fuera lo suficientemente importante para él como para permitir que me convirtiese en un óbice.

Pero era cierto que también tenía que ser inteligente y ya no sabía qué decirle al vampiro, pues estaba claro que amaba a Elena y que no iba a quedarme de brazos cruzados como había hecho con la humana que acababa de morir delante de mí… otra cosa que jamás olvidaría y que quedaría en mi conciencia…

Pensé que no respondería a mi pregunta, pero me sorprendió que finalmente lo hiciera… más aún por la respuesta que me dio en sí. ¿Que fuimos aliados? ¿De qué estaba hablando? No puedo negar que fuese posible, pues hacía años yo había hecho cosas horribles y había sido tan despiadado como él, pero… no le recordaba. Simplemente no me acordaba de él. Podría haber olvidado cosas, pero estaba seguro de que Klaus jamás se me habría borrado de la mente.

No sabía ni cómo sentirme por la admiración que parecía profesarle a mi lado más oscuro, pero por el momento parecía ganar la gran incomodidad. Yo me odiaba por los crímenes que había cometido en el pasado, que viniese alguien a resaltarlos de manera positivo era, cuanto menos, extraño. Aunque ese alguien fuese un vampiro muy viejo que estaba bastante loco.

—Tú mismo lo has dicho: no lo recuerdo. Si todo eso es cierto, ¿por qué no me acuerdo de ti? No pareces alguien fácil de olvidar —comenté antes de escuchar lo que dijo, esas palabras que me hicieron torcer el gesto—. Entonces… ¿qué es lo que vas a hacer?

Me preocupaba la respuesta.

Todavía podía apreciar aquel brillo retador en la mirada del joven vampiro. Si fuera cualquier otro no habría dudado ni un segundo en arrancarle el corazón del pecho, consciente de que iba a ser tan solo un estorbo. Pero no era un cualquiera; era el Destripador, el monstruo sin escrúpulos que tan bien le vendría como secuaz, el hombre al que podría considerar un aliado y un amigo. Así que, como le había dicho, su plan era no darle siquiera al posibilidad de frenar lo que estaba por llegar.

¿El cómo? En realidad era de lo más sencillo.

—Te responderé a eso cuando llegue el momento, y no antes. Sé un poco más paciente. El pasado, por el momento, está mejor siendo tan solo un recuerdo que has olvidado —comentó con un tono de voz de lo más enigmático. Antes de responder a su siguiente interrogante se alejó un poco de él y paseó con calma por aquel espacio reducido que olía a humedad, y a muerte—. Hace mil años una bruja muy poderosa puso una maldición sobre mí, sellando una parte de mi naturaleza. He estado desde entonces tratando de romperla y, como sabrás, tu inocente novia es muy especial. Es una réplica Petrova, y su sangre es lo único que romperá la maldición en la próxima luna llena —hizo una pequeña pausa, observando su reacción y sin apiadarse lo más mínimo de él.

—No te preocupes. Elena sobrevivirá, pero sé que no te gustará lo que debo hacerle, algo que seguro que tú has deseado hacer muchas veces... —susurró, mirándolo a los ojos de forma perversa— Beberme su sangre —antes de que Stefan pudiese reaccionar se acercó a él nuevamente, valiéndose su velocidad sobrenatural, y lo agarró con fuerza por los hombros para que lo mirase a los ojos—. Te quedarás aquí dentro, en silencio, hasta dentro de tres días —por mucho que se esforzase, no podría romper el efecto de su compulsión.

—Entonces Elena te necesitará —añadió, alejándose de Stefan y arrastrando el cadáver de aquella mujer por un brazo—. Y, pronto, yo también —se giró hacia él una última vez antes de abandonar aquel lugar, dejándolo a solas con sus pensamientos y la impotencia que, probablemente, estaría carcomiéndolo por dentro.

«¿Cuando llegue el momento?», pensé. Empezaba a creer que Klaus sólo hacía aquello para torturarme, lo de posponer la información que decía que quería darme, pues dudaba mucho que fuese mentira que había algo que me quisiera contar… todo eso tenía que ser verdad, porque era demasiado fácil matarme como para no hacerlo porque sí, por hacerme daño. Sobre todo cuando retenerme le iba a ser más difícil de lo que creía, pues no iba a darme por vencido…

Aunque quizá era más prudente fingir que me tenía dominado para después escapar en cuanto pudiese e ir a advertir a Elena. Por el momento tenía que ser paciente… y escuchar lo que el vampiro quisiese decirme. Jamás pensé que el hecho de que Elena fuese idéntica a Katherine significase algo tan importante y tan horrible al mismo tiempo… La sangre de Elena rompería la maldición que Klaus tenía. No sabía de qué maldición hablaba, pero a mí lo que me interesaba era Elena. Se me hizo un nudo en el estómago y abrí la boca para decir algo, pero entonces él añadió que Elena sobreviviría.

Hice una mueca de asco y lo miré con profundo desprecio cuando habló de Elena de esa manera, como si fuese una mera herramienta que le serviría para sus propósitos y no una chica humana con sentimientos y deseos. Apreté los puños, deseando que se callase de una vez y recordando que yo sí había probado su sangre una vez. Y lo terrible que fue el proceso posterior. Como cada proceso de desintoxicación.

—No… —mascullé justo antes de que él se acercase a mí a gran velocidad y me sujetase de los hombros. Para cuando quise darme cuenta, ya estaba atrapado por sus hipnóticos ojos que me obligaban a acatar una orden directa. ¿Qué?— Me quedaré aquí dentro, en silencio, hasta dentro de tres días —repetí.

¡No! ¡¿Qué estaba pasando?! No fui capaz de decir nada más, aunque quería. Era como cuando intentaba ingresar en una casa y la ausencia de invitación, de algún modo, me lo impedía. No… ¡No! ¡Elena! Quería avanzar hasta la puerta, pero no era capaz. ¡No podía hacerlo! ¡¿Por qué?! Me llevé una mano a la boca y después me apoyé en una pared, dejándome caer poco a poco hasta el suelo, en silencio. La frustración que no podía sacar de ningún desahogo violento, pues no podía hacer ruido, se manifestó mediante unas lágrimas que aparecieron en aquel momento… y que se convertirían en mis únicas compañeras durante casi tres días.