Confiaste en mí cuando dedos me señalaban
y perdonaste cuando el resto sentenciaba.
Celebraste cada paso que daba,
cada logro como el triunfo del fruto de tus entrañas.
Mi primera palabra va dedicada a la primera dama,
mi ángel de la guarda y maná.
La palabra más hermosa que haya sido pronunciada,
y escuchada por el hombre y no es otra que "mamá"...

Erika y Erzsebét contemplan las vistas de Mystic Falls a lo lejos, desde la panorámica que ofrece un mirador a las afueras. Acaba de anochecer. Desde aquel lugar, pareciera que el pueblo en su apogeo se estuviera rindiendo a sus pies. La Condesa sonríe con satisfacción, completamente en silencio.

Erika y Erzsebét quizá no han pasado juntas tanto tiempo como deberían, para haber permanecido sobre esta tierra más de cuatrocientos años. La realidad es que hace mucho tiempo que Báthory dejó de sentirse una madre, para transformarse en algo más. Un objetivo. Algo que estaba por encima de todos ellos, destinado a cumplir con un propósito inescrutable que tan sólo Erzsebét podría cumplir. Y ahora... su momento ha llegado.

Sin embargo, y aunque no se lo diga a menudo, Erika sigue siendo su primogénita. Sangre de su sangre. La recuperó después de haberla creído siempre perdida, y ahora podrá construir un mundo en el que la seguridad de Erika estará asegurada, con la independencia de que tanto Erzsebét como Darvolya sigan allí para protegerla. Al final, todos necesitamos motivaciones... y en silencio, Erika es la suya. Después de haber perdido a su marido, a su status, a muchos de sus sirvientes y a prácticamente, todos sus hijos... puede que aquella muchacha rubia de mirada despierta sea lo único importante, sentimental y real que a Erzsebét le queda.

Sin embargo, la Condesa es demasiado fría, y su hija demasiado complaciente, como para que sean capaz de decirse aquello más allá de lo que las miradas que comparten son capaces de transmitir.

—No es la gran cosa.—Reconoce, con la mirada aún clavada en el paisaje que Mystic Falls ofrece—. Pero desde aquí parece muy bonito. ¿No te parece?—Le pregunta, volviendo el rostro para mirarla con una pequeña sonrisa en los labios. Las luces del pequeño pueblo de Mystic Falls se reflejan sobre su rostro color porcelana, luciendo a Erika y convirtiéndola en una muchacha aún más hermosa.

Si es que aquello es posible.

Erika y Erzsebét contemplan las vistas de Mystic Falls a lo lejos, desde un mirador a las afueras donde ambas parecen exentas del todo lo que las rodea. Como si de madre e hija se tratase. Como si de dos personas corrientes se tratasen. Con la diferencia de que no son dos personas corrientes, ni probablemente nunca lo sean.

Erika escribe en su cuaderno con parsimonia, con la lentitud de quien disfruta de aquel instante. Pues lo hace. Son muchas las noches que pasa observando por la ventana, deseando en silencio que su madre aparezca para reclamar un rato de su compañía. La presencia de su madre siempre es bien recibida, siempre es añorada y siempre es disfruta por ella. No necesita mucho más, no necesita grandes reuniones, ni tampoco grandes viajes. Lo único que desea es pasar tiempo con ella, a su lado. Como ahora.


Su mano se detiene, sus pensamientos se detienen y todo queda pausado al escuchar la voz de ella. Con lentitud eleva la vista del cuaderno, con lentitud observa el pueblo que se ilumina frente a ellas. Lejano, pero al mismo tiempo lo suficientemente cerca para poder disfrutar del mismo. Un pequeño asentimiento inicial, seguido de un pequeño movimiento para enderezar su espalda. No puede evitar responder a la pequeña sonrisa de ella con una propia que parece escapar de sus labios con la urgencia de que su madre la vea.

- Si me parece. Es una vista muy bonita. - Da la razón con sus propias palabras, limitándose a una respuesta corta, pero que abarca parte de sus pensamientos. - Y esta lleno de personas interesantes. - Comparte recordando algunos encuentros que ha tenido recientemente. Personas diversas, historias distintas, mundos diferentes. Pero eso es lo interesante de conocer a otras personas, de descubrir otras vidas. - Me gusta. - Termina por añadir en un cierre a sus palabras que reúne aquello que había tratado de plasmar en sus anteriores frases pero que culmina con dos únicas palabras. Aunque sin dudarlo, más disfrutaba estando allí aquella noche con ella.

Erika levanta la mirada de su cuaderno para escucharla. A Erzsébet siempre le gustó observarla en silencio mientras escribía o, en general, se concentraba en sus aficiones o en sus quehaceres cotidianos, tan absorta en sus tareas que ni tan siquiera podría percibir la presencia de alguien más, observándola con una tímida sonrisa en el rostro y la certeza de que, contra todo pronóstico, siguen siendo sangre de su sangre. Vinculadas la una a la otra por un destino del que jamás podrían —ni querrían— escapar.

—La verdad es que sí.—Báthory ha podido observar aquello durante las últimas semanas. Mystic Falls no es sólo un pueblo perdido en medio del Estado de Virginia: es residencia de todo tipo de individuos de lo más interesantes. Individuos que, si todo marcha bien, comenzarán a trabajar para ella y para sus Jinetes sin demora, en pos de construir el mundo en el que la Condesa hubiera deseado que Erika hubiera podido vivir durante los últimos siglos. Hay veces, sin embargo, en las que no podemos esperar a que los demás nos entreguen aquello que deseamos. Debemos ponernos en pie y hacerlo por nosotros mismos.

Y aquella es la razón por la que Báthory ha sobrevivido, después de todo. Ha escapado de la muerte y de todos sus enemigos en repetidas ocasiones, porque el destino la quería en aquel lugar, en aquel momento. Dispuesta a cumplir su definitiva misión.

—He estado pensando mucho en Anna y en... bueno, tus compañeros.—Darvolya aún tardaría unas semanas en llegar y asentarse en Mystic Falls, aunque Erika se ha adelantado. Erzsébet lo prefiere así: de vez en cuando, es agradable poder compartir tiempo de calidad sin que nada ni nadie más les perturbe—. Creo que también podrán sernos de ayuda aquí. Darvolya... es incontrolable.—Suspira—. Pero alguien leal si compartes sus ideales.—Y si puede contar con el apoyo externo de alguien en esta iniciativa, sin duda es ella—. Aunque me temo que a ella no le gustará este lugar.—Sonríe, volviendo la mirada hacia su hija. Es probable que Darvolya se sienta fuera de lugar en un pueblo tan mundano y tan poco sofisticado como aquel.

Está a punto de preguntar por el resto del aquelarre al que Erika pertenece, cuando empieza a escucharlo. Báthory entorna la mirada, extrañada, y clava la misma en el paisaje, como si este pudiera devolverle una respuesta certera. —¿Lo oyes?—Le pregunta a Erika, quizá con la esperanza de no estárselo imaginando.

Gritos.

Golpea el bolígrafo contra la libreta dando pequeños golpes de forma acompasa, pero también de forma inconsciente, mientras escucha a Erzsebét hablar. Siempre le gustó su voz. Fueron muchos los años en los que se imaginaba como podría ser, en los que ella misma trataba de interpretar voces que pudiesen acomodarse a la idea que tenía en mente de como sería su madre. Pero ninguna de aquellas que imaginó pudo finalmente parecerse a la voz que verdaderamente ella tenía. Era mucho mejor, la voz que solo un ángel podría tener. La voz que solo la condesa tenía.

Pero las palabras que transmitían aquella voz confundían y hacían pensar a Erika o lo hubiesen hecho de haberse tratado de otra persona. Confiaba en su madre como en pocas personas confiaba y haría cualquier cosa que ella le pidiese solo por verla sonreír y verla feliz. Solo por seguir estando junto a ella. - Darvolya siempre me ha cuidado. - Para ella, aquella mujer era otro de aquellos pilares que siempre tenía presente. - Seguro que te ayudan en todo lo que necesites. - Asiente a sus propias palabras observándola.

- Yo también quiero ayudarte. En lo que necesites. - Unas palabras que ella sintió como un atrevimiento por su parte. Siempre se contentaba con aquello que obtenía de su madre, pero una parte de ella deseaba poder ayudarla con todo aquello que llevaba, aquello que la hacía apartarse. Erika dejó de tener magia muchos siglos atrás, pero podía hacerla de otra manera. - Pero si es posible que no le guste. - Aunque Erika estaba segura que Darvolya encontraría la forma de sacar el poco interés que pudiese tener o de crearse uno propio.

- Madre... - Aquella palabra queda en un intento ahogado en su propia garganta al observar el rostro de Báthory cambiar. Al encontrar la extrañeza y confusión en ojos y gestos de ella. ¿Qué podía ocurrir que la trastocase de aquel modo?- ¿Lo oigo? - Una pregunta respuesta a su pregunta. Los golpes en la libreta cesan y ella misma cierra unos segundos los ojos para dejar correr aquel fino oído que hacía ya demasiados siglos había aprendido a ignorar o ceder ante él. - Lo oigo. - Gritos empiezan a solaparse unos sobre otros, súplicas y extrañezas en voz alta que parecían tan desesperadas que consiguieron que la propia Erika abriese los ojos y se pusiese en pie con la espalda tensa y la mirada clavada en el pueblo que se alzaba ante ellas. - ¿Están atacando el pueblo? - Uno de sus pies se adelanta al otro pero pronto se detiene para girar su mirada hacia Erzsebét. - ¿Es cosa tuya? - No era una pregunta hecha a mala intención, no era ninguna acusación. Solo era una duda, una duda confusa ante algo inesperado. Algo extraño ante lo que no tenía respuesta.

Erzsebét sonríe de medio lado cuando la conversación se desvía hacia su vieja amiga. Darvolya ha demostrado ser una líder fuerte, y capaz de todo por proteger a los suyos. Quizá por eso siempre ha estado tranquila y en paz con la idea de que Erika formase parte de su clan de vampiros. Si la joven Báthory podía estar segura y a salvo con alguien, sin duda sería ella. —Lo sé.—Ha demostrado lealtad a su familia durante más de cuatrocientos años, e incluso antes de convertirse en lo que son hoy—. Supongo que cuando Darvolya y los suyos lleguen, podré contarles mis planes. Estoy… francamente ansiosa.—Aunque consigue conservar la calma y la frivolidad que la caracterizan, sin demasiado esfuerzo.

«Yo también quiero ayudarte.»

La expresión de la Condesa adquiere cierto matiz de ternura que rara vez puede contemplarse en ella. Erika sigue sonsacando lo mejor de Erzsebét; su parte más humana y más natural, aquella que por tanto tiempo se ha esforzado en dejar atrás. Y no es que agradezca que las cosas sean a su lado hoy, como siempre debieron ser. Si simplemente no le hubieran arrebatado a aquella criatura de los brazos, Erika se habría criado en palacio junto al resto de sus hermanos y… y puede que las cosas hubieren sido diferentes. O puede que no. Sea como fuere, y aunque no sea su intención, Erzsebét termina sintiéndose especialmente vulnerable al lado de su propia hija.

Y ser vulnerable o débil es algo que, simple y llanamente, Báthory no puede permitir.

Aun con todo, Erzsebét se permite el lujo de realizar alguna concesión. —Todos encontraremos nuestro papel en esta guerra. No dudes que pronto descubrirás el tuyo.—Porque si Erika sigue implicándose en las afrentas de su madre, terminará en medio del conflicto. Y aunque sea algo que Báthory hubiera deseado evitar, algunos movimientos de ficha serán inevitables.

Sin embargo, el futuro aún es incierto y ambas mujeres inmediatamente encuentran algo más en qué preocuparse. Gracias al oído que les conceden sus habilidades especiales, madre e hija pueden escuchar a cierta distancia el caos que se está desatando en Mystic Falls. «¿Es cosa tuya?» La Condesa niega con la cabeza. —Si lo fuera, lo sabrías.—Le asegura—. Ni tampoco puede ser Darvolya.—Pues de acuerdo con Erika, ésta aún no ha llegado al pueblo y no tendría motivos para mentir a su propia madre. Entonces, ¿qué es lo que deben hacer? ¿Echar a correr? ¿Comprobar qué está sucediendo?

—Acerquémonos.—Le dice finalmente. Necesitan resolver el misterio—. No te separes de mí en ningún momento.—Le pide, comenzando a descender del mirador por los caminos, rumbo a Mystic Falls.

"...cuando Darvolya y los suyos lleguen, podré contarles mis planes..." Erika era parte de los suyos, era parte del clan de Darvolya y aquellas palabras no hacían sino afianzar una pequeña esperanza en su pecho de que en esta ocasión se encontraría ayudando a su madre del mismo modo que la otra mujer lo hacía. Que podría ayudar a su madre a cumplir sus deseos, como siempre deseaba hacer. Especialmente notando aquel matiz en sus palabras, su madre parecía estar realmente ansiosa como sus palabras le habían trasmitido.

Aunque no es así lo que le trasmite la respuesta que da a la confesión de Erika. Ella deseaba ayudar, pero no estaba segura de que fuesen a permitírselo una vez más. Su papel en la guerra. Deseaba saberlo ya. No le importaba realmente los bandos, no le importaba la razón de la guerra o el objetivo de la misma. Si quiera le importaba las victimas que pudiesen haber. Solo deseaba estar con su madre y hacerla feliz. - Espero que mi papel sea junto a ti. - Erika muestra una mirada tímida al hablar, pero al acabar alza su mirada para dedicarle una amplia sonrisa a su madre.

Sonrisa que pocos minutos después ha desaparecido de su rostro. Aquellos gritos no son causados por su madre. Eso consigue en Erika que dos reacciones opuestas luchen por imponerse en su interior. Alivio por no encontrar a su madre tras el sufrimiento que parecía estar causándose, decepción por no poder ser esta una oportunidad en que ayudarla. O quizás si.

- No me separaré de tu lado. - Afirmación seguida de una pequeña sonrisa que surge al tiempo que sigue a su madre por aquel camino que las baja hacia el origen de los gritos. Podía observarse en Erika tranquilidad y una alegría que le llevaba a dar pequeños saltos en cada paso que daba. Deseaba descubrir el origen de aquello junto a ella. - ¿Crees que puedan ser vampiros atacando a humanos? - Era una opción, quizás en un primer aspecto la más obvia. Pero tanto que también podía hacer pensar a Erika que ellos no fuesen los culpables.

Conforme sus pasos van llevándolas hacia la entrada de Mystic Falls, hacia aquello que podría tener la llave que resolviese la duda que generaban aquellos gritos. Pero llega un punto que se adelanta a ello. Un olor consigue arrugar la nariz de Erika que olfatea un par de veces sin detenerse. - ¿No huele a quemado?

Aquel instante genuino entre madre e hija —quizá tan extraño contemplado desde fuera, pero tan propio y real tratándose de ellas—, se ve abruptamente interrumpido por los inesperados gritos. Mystic Falls es un pueblo pequeño y, por lo general, tranquilo —pasando por alto los cada vez más evidentes altercados con vampiros. Sin embargo, y hasta donde Báthory tiene entendido —luego de realizar una pertinente y rápida investigación junto con Guerra, su Jinete estratega por excelencia—, los eventos sobrenaturales del pueblo son controlados por un grupo de humanos que impiden que los asuntos relacionados con vampiros se salgan fuera de control.

Báthory cruza miradas con Erika, hallando su misma confusión en los orbes azules de ella. «¿Crees que puedan ser vampiros atacando a humanos?» —No lo creo. —Responde, al principio con firmeza. Sin embargo, pierde seguridad a medida que los gritos se hacen cada vez más intensos, comenzando a dudar—. No… no estoy segura. —¿Qué es lo que pueden hacer ante semejante tesitura? Báthory lo tiene claro: investigar. A fin de cuentas, si ha elegido Mystic Falls, fue porque confiaba en sus posibilidades en un primer lugar. Si aquel pueblo ha sido un error… conviene averiguarlo cuanto antes.

De modo que Erzsebét y su hija descienden del mirador, de camino al pueblo. Cuanto más se acercan, más intensos se vuelven los gritos… junto con aquel pequeño detalle que Erika capta de inmediato: el olor a quemado. No, más exactamente: a carne quemada. Un olor que para Báthory es extrañamente… familiar. —Todo esto es muy extraño. —Siendo aquella frase más un pensamiento en voz alta que nada que tenga la necesidad de transmitir realmente a su pequeña—. No te separes de mí. —Le advierte entonces, casi previendo el peligro…

Porque en aquel momento, madre e hija cruzan la barrera. Y, al contrario que Erzsebét, quien no necesita una joya solar para caminar bajo el sol, Erika sí. Por lo que es probable que, para cuando Báthory se percate de lo que realmente está pasando… ya sea demasiado tarde.

O puede que no. Puede que aún tengan una oportunidad.

Esperaba hallar una respuesta clara en ojos de su madre, pero lo que encontró fue la propia confusión que ella misma sentía. Hacía mucho tiempo que era consciente de que su madre no tenía todos los conocimientos con ella, pero aún así, guardaba siempre la posibilidad de que conociese aquello que para ella era una incógnita. Pero, posiblemente, lo que más descolocó a Erika no fue aquella mirada, sino aquel cambio de la firmeza a la duda en sus palabras.

Fue ese matiz de duda el que logró transmitirle aquella sensación de incomodidad a Erika. O al menos, ella lo atribuyó a esto, dado que la realidad de aquella sensación sería descubierta apenas unos minutos después. Algo que comienza con aquel olor a quemado que llega a Erika. Un extraño olor que le resultaba familiar, pero que no era capaz de encontrar de que o de donde era este familiar. - Creo que he olido esto antes... - Murmura para sí apretando la libreta contra su pecho antes de retomar sus pasos para alcanzar a Erzsebét. - ¡Voy!

Grita mientras se acerca hasta alcanzar a su madre para poder caminar junto a ella. Pero la alegría de su voz no dura demasiado. No cuando aquella sensación de su interior empieza a apoderarse de ella. Algo no va bien. Incluso la propia Erika, siempre tan positiva, siente que algo está mal, algo no es como debería. Algo que empieza a notar en un extraño picor en sus brazos descubiertos. - Que... - Es una palabra que parece más un pequeño murmullo mientras sus pasos vuelven a detenerse.

Quiere continuar caminando junto a su madre, ir junto a ella a descubrir de donde provenían aquellos gritos y aquel olor, no quiere fallar a su madre o desobedecer sus palabras. Pero aquel picor empieza a transformarse en algo peor y algo en su cabeza se ilumina mostrándole de que recordaba ese olor. Era el olor de un vampiro quemándose y ahora, por alguna razón que desconocía, ella misma estaba empezando a sentir las consecuencias del sol.  

- Madre - Llama a Erzsebét antes de tratar de ocultar sus brazos descubierto y su rostro con su propio cuerpo y su libreta. Una de sus manos incluso baja la mano a buscar su joya de día en su tobillo, bajo su pantalón. Pero esta sigue ahí, solo que por alguna razón no está haciendo el efecto que debería. - Madre. - La incertidumbre sobre pasa a Erika, quien quiere huir pero no sabe hacia que dirección o si debe dejar a su madre y que piense que no es suficientemente fuerte para confiar en ella. - No funciona. - Añade en referencia a su joya de día.

A veces, somos incapaces de percibir el verdadero peligro hasta que es demasiado tarde.

Madre e hija toman su camino de regreso a Mystic Falls, incapaces de imaginarse qué es lo que está pasando realmente. A pesar de superar con creces los cuatrocientos años de edad, tampoco pueden suponer a qué están a punto de enfrentarse, pues jamás en la Historia de la Humanidad ha llegado a contemplarse un evento semejante. Sea como fuere, y sin adelantarse a los acontecimientos, Erzsebét y Erika continúan su camino... hasta que la última da la voz de alarma.

«Madre.»

—Ssh. —Porque sencillamente es incapaz de concebir que Erika pueda sufrir riesgo alguno mientras permanece a su lado, la manda callar para tratar de concentrarse mejor en los ruidos y olores que llegan hasta ellas. Pero Erika insiste otra vez, y sólo entonces Erzsebét se vuelve hacia ella, chocándose de bruces con la realidad y contemplando, con el rostro enmarcado en el horror, lo que la vampiresa trata de decirle: su joya de día—. No. —No es posible. Su joya solar no puede dejar funcionar de forma repentina, jamás ha ocurrido algo así. Erzsebét acorta distancias con su hija rápidamente, tomándola sin delicadezas de la mano para comprobar el estado del anillo.—. Esto no puede estar pasando. —Pero Erika comenzará a arder si no toman una decisión cuanto antes.

La Condesa desvía la mirada hacia el horizonte: el sol está a punto de ponerse. Quizá tengan una oportunidad.

—Rápido. ¡Rápido!—Clama con repentina urgencia, tratando de cubrirla como buenamente puede con su cuerpo, en un triste intento por protegerla—. No te perdí en el pasado. No voy a perderte ahora. —Sus palabras son una evidente declaración de intenciones, pero también una forma de convencerse a sí misma. No puede permitir que Erika sufra daño alguno. No va a permitirlo—. ¿Puedes correr?—Le dice, antes de tomar cualquier dirección aleatoria en busca de un lugar donde Erika pueda refugiarse de la luz solar hasta que concluya la puesta de sol.

¿Tomarán la dirección correcta?

Resultado con la dirección tomada.

Aquello que comenzó como una ligera molestia, como un pequeño picor, va extendiéndose por sus brazos comenzando a hacer sentir a Erika como si alguien tratase de arañar su piel con fuerza, como si tratasen de destrozar sus brazos conforme el sol comienza a hacerse dueño de estos. El dolor, que va poco a poco acentuándose hasta un final cruel y doloroso del que ella no quiere formar parte. Suerte puede llamarse que el sol este punto a retirarse, suerte puede llamarse a que no sea el momento pleno en que este se encontrase con todas sus fuerzas en el cielo. Pero esto no es excusa, esto no salva, solo cede algo más de tiempo al ya escaso del que disponen antes de que Erika no sea más que ceniza mecida por el escaso viento que acompañaba aquella escena.

- Madre- Erika repite una vez más aquella palabra. Palabra que le estuvo prohibida durante gran parte de su vida mortal, pero que ahora tiene el lujo de poder decir entre sus labios. Solo, desea, que esta no sea la última vez que pueda decirlo. Solo desea encontrar la forma de salvarse, de salir del punto de mira del sol antes de que este desee arrebatarle la oportunidad de estar con su ángel. Antes de que a Erzsebét se le niegue aquella oportunidad que le tendieron para enmendar el no haber estado durante la infancia de su hija, para, a pesar de sus negaciones, mostrar ese amor que esconde y que débil pueda hacerla parecer ante otros.

Pero ahora, todo da igual, todo es cerrado a un segundo plano, todo es falto de sentido cuando la vida de Erika se consume ante cada segundo que pierden en aquel punto. - No... - Aunque Erika trata de pronunciar palabras no puede más que asentir a su madre cuando le pide correr. Hacía muchos tiempo que no se sentía tan vulnerable, que alguien tan alegre y capaz no sentía que todo estaba apunto de terminar.

- Si.. . - Se fuerza a responder una vez más antes de pegarse todo lo que puede a su ángel para poder cubrirse lo que pueda del sol gracias a ella. Usa el cuerpo de ella y el propio para tratar de cubrir sus brazos, pero el resto del cuerpo empieza a sentir aquel dolor que le anuncia el como el tiempo va agotándose. Las propias lágrimas empiezan a correr por el rostro de Erika, quien en ese instante no es una vampiresa de más de 400 años, no, en ese instante, no es más que una niña pequeña asustada en brazos de su madre.

Pero no es ello todo lo que aquel pueblo parecía tenerles preparado. Mientras corre sin saber a donde, mientras corre depositando toda confianza en su madre, mientras trata de contener el llanto que se esfuerza por salir... mientras empieza a sentir algo que sintió una sola vez en su vida. Algo que no concibe que ahora ocurra. Su respiración empieza a hacerse más lenta, sus músculos, empiezan a agarrotarse, mientras un calor le llena el pecho dejándola poco a poco sin respiración. Hace muchos siglos... un veneno y la imposibilidad de respirar le arrebataron la vida. Como si los ángeles hubiesen tendido sus manos para llevarla junto a ella al paraíso, en ese instante se dejó.

Pero ahora ya está allí, no puede volver a morir y un quejido surge de sus labios antes de dar un pequeño traspiés y agarrarse con más fuerza a Erzsebét. - No puedo respirar. El veneno... - Trata de decir solo información imprescindible consciente de la falta de tiempo, pero es tanto que no consigue pensar en la causa de ello, en el sentido de que todo ocurra conforme se adentran en el pueblo. - Madre. ¿Voy a morir? - Pregunta finalmente confiando una vez más su vida en aquella mujer.

«Madre.»

Erika repite aquel apelativo una vez más, pero no se parece al anterior: cada vez, su voz suena más teñida de terror. Y, aunque trata de aparentar, de guardar la calma, el terror de la Condesa es el mismo que el de su hija. O puede que incluso mayor. Pues no hay mayor miedo que el que una madre pueda sentir hacia aquellos que tuvo alguna vez en su vientre; aquellos por quienes serían capaces de dar la vida, o de cruzar los infiernos cuantas veces fueran necesarias.

Erzsebét sería capaz de cualquier cosa por Erika. Cualquier cosa.

De modo que la Condesa cubre pobremente a su hija con los brazos, sin miedo a morir bajo las llamas de ser la muerte que compartiera con ella. Intentan correr, pero lejos de hallar un refugio, aquello que la esté pasando está yendo a más. —¿El veneno?—Pregunta con evidente nerviosismo, alzando la voz. Aquello nada puede tener que ver con su anillo. ¿Veneno? ¿Cómo...?

Y entonces, lo recuerda. Recuerda cómo Erika murió hace más de cuatrocientos años —bajo un veneno rápido y letal que le permitiría desfallecer para volver a la vida, inmortal, fuerte y joven para siempre. Erika murió hace décadas y, por alguna razón, está volviendo a morir. ¿Cómo es...?

Báthory ahoga un grito. No fue veneno, sino una soga al cuello, la forma que Erzsebét eligió para morir. Y ahora, al igual que Erika, puede sentir también cómo se le corta la respiración. —No vas... a morir... aquí.—Báthory ha vivido durante siglos creyéndose destinada a una gran misión, pero puede que siempre haya estado equivocada. Puede que sólo haya tenido que sobrevivir hasta aquel instante porque, quizá, su sacrificio salve a lo más preciado que ha tenido en esta vida, y en la otra. Poco le importa su final en aquellos momentos, pero tiene algo claro: Erika no va a morir allí.

No lo permitiría.

—Erika...—Su pequeña, su dulce Erika. Erzsebét se lleva ambas manos al cuello, tratando de recuperar inútilmente la respiración—. Agárrate... agárrate...—Le pide, tendiéndole el brazo. Si hay una manera de acabar con todo aquello, si hay una escapatoria o una forma de huir, la encontraría. De modo que, sirviéndose de todas las fuerzas de las que puede valerse —a pesar de la falta de oxígeno—, Báthory echa a correr, esta vez en dirección contraria. Corrió tanto... hasta que el aire volvió a entrar en sus pulmones.

Desde aquella zona no lo podrían saber, pero han cruzado la frontera de Mystic Falls.

—¡Erika!—Erzsebét se vuelve rápidamente para mirar a su hija, tomándola del rostro y tratando de evaluarla—. Erika, mi amor...—Y ahí está: Báthory, que jamás utiliza apelativos o apodos cariñosos, se deshace en ellos tras creer que había estado a punto de perderla—. ¿Te encuentras bien? Tu anillo...—El sol está a punto de ponerse, pero su estado sigue siendo importante. Mañana volvería a salir el sol.

Y aunque el destino no ha estado de su parte, vivirían para verlo.

La vampiresa va sintiendo como las fuerzas la van abandonando poco a poco, como aquella sensación producida por un veneno que tomó hace más de 400 años parece haber vuelto más fuerte que nunca. Incluso siente como su visión se vuelve borrosa por segundos. Pero confía en Báthory, confía en su palabra, confía en su madre y por ello, sabe que no va a morir, por que la salvará. Sabe que lo hará. Erika dejaría ciegamente su vida en manos de las de Erzsebét las veces que hiciese falta. Cumpliría sus deseos y peticiones sin pensar en el que ni el por que. Solo por estar con ella, por verla feliz. Por que la esperó toda su vida mortal hasta que finalmente pudo encontrarse con ella. Consiguió lo que más anhelaba, conocerla, ahora, simplemente, disfrutaba lo que no pudo tiempo atrás.

Pero incluso sintiéndose así, Erika podía ver que algo no iba bien con la propia Erzsebét. Y trató de preguntarle, trató de ver que ocurría, simplemente, no pudo hacerlo. Cada vez se sentía más débil, el sol quemando su piel y la sensación de veneno quemando su interior. Tanto era así que se sujeto a su madre con las pocas fuerzas que le quedaban. Un poco más. Era todo lo que se repetía ella una y otra vez en su cabeza.

Y simplemente se dejó llevar. Sus pies trataban de llevar el ritmo, de no dejar todo el trabajo a la contraria. Pero Erika no tenía fuerzas y más estaba siendo arrastrada que otra cosa. Hasta que se detuvo. Cuando esto ocurrió, las piernas de Erika temblaron y la vampiresa cayó al suelo de rodillas. Aquella sensación desagradable de su interior estaba desapareciendo, no así el escozor de las quemaduras que el sol había dejado en su piel .

Siento las manos de Erzsebét tomando su rostro, aquel tacto ya es relajante, pero más lo es cuando escucha esas palabras. Erika, mi amor... Palabras que logran sacar una sonrisa de labios de la hija de la condesa. Una sonrisa cálida que contrasta con el dolor que siente, un dolor que creyó nunca más volvería a sentir.

Erika cierra los ojos unos segundos, le escuece cada centímetro de su piel que ha estado expuesto, pero, quitando eso, no siente que vaya a peor, no siente que el sol siga consumiendo su tiempo hasta convertirla en cenizas. Y podría haber respondido a eso, pero aún esa parte de Erika asustada, esa más infantil, sigue presente en ella. Su rostro sigue cubierto de lágrimas y basta un rápido movimiento para abrir sus brazos y lanzarse contra los de su madre. Para esconderse en brazos de la persona que lo es todo para ella. - Madre. - Aquella palabra vuelve a surgir de sus labios, pero en esta ocasión es más tranquila, acompañada eso si por el llanto del propio miedo hasta lo que estuvo apunto de pasar. - Gracias por salvarme. - Erika tiene el cuerpo dolorido y cada contacto con la contraria es más dolor, pero no le importa pues al mismo tiempo aquella sensación de encontrarse entre brazos de ella era lo mejor que podía pedir.

Ha pasado. El mal que se cernía sobre ellas, fuera lo que fuese, ha pasado. Erzsebét poco a poco recupera el ritmo normal de su respiración, aunque su pulso aún sigue acelerado. Revisa con nerviosismo el rostro, el cabello, la piel y manos de Erika, tratando de comprobar que regresa a la normalidad. Su pequeño ángel rubio no estallará en llamas en sus brazos.

Ahora está a salvo.

—Oh, niña.—Báthory estrecha a su pequeña —pues no importaba cuántos años llegase a cumplir Erika: ella siempre sería su pequeña—, entre sus brazos, descansando el mentón sobre su cabeza y depositando allí un beso lleno de cariño—. Nunca permitiré que nada malo te pase.—La mirada de Erzsebét se desvía hacia el pueblo que han dejado atrás. Aún no entiende qué es lo que acaba de pasar, pero algo parece claro: por el momento, aquel no es un lugar seguro para ellas, o al menos, desde luego no lo es para Erika.

—El sol se está poniendo.—Advierte. En el peor de los casos, el sol ya no será una amenaza para ella—. Marchémonos a casa.—Añade a continuación—. Le pediré a mis Jinetes que revisen tu joya cuando lleguemos... y averigüen qué demonios ha sucedido en Mystic Falls.—Pocas cosas pueden perturbar más a Báthory que un contratiempo dentro de sus planes. De suerte que al menos Erzsebét cuenta con la lealtad de tan poderosos brujos, y no duda que puedan indagar qué es a lo que Erika ha estado expuesta durante el ocaso, evitando que vuelva a hacerlo en el futuro.

Nuevos enemigos se ciernen en las sombras: de eso no le cabe duda.

Sin mediar más palabra, la Condesa Sangrienta le ofrece una mano a la pequeña Erika para que ambas puedan marcharse de allí. Ha sido un día muy largo.