Si alguna vez he llegado a ser importante para ti, reúnete conmigo en el puente Wickery cuanto antes.
Te necesito.
— K.

Está a punto de amanecer.

Katherine tiene la mirada perdida en el horizonte. Asomada desde el puente Wickery, en su expresión puede leerse que algo no va bien. Su plazo está a punto de culminar, y bien sabe qué es lo que tiene que hacer.

Sin embargo, ha decidido que no se le han agotado todos los recursos. En un último gesto desesperado, ha enviado un mensaje de texto a Stefan. No tiene claro que lo vaya a leer o, en el caso de hacerlo, que vaya a acudir en su búsqueda. Pero tenía que intentarlo. Tenía que intentarlo porque, si hay alguien que pueda impedir lo que está a punto de suceder, aun a pesar de haber roto por completo su confianza... sin duda, es él.

Está temblando, y no por culpa del frío. Es el miedo. Por primera vez en mucho tiempo, Katherine está realmente aterrada. Ni aun frente a Klaus, ni aun delante de tantos enemigos, Katherine ha tenido la auténtica certeza de que va a morir. Pero hoy sí. Hoy morirá, a menos que el noble Stefan haga algo por ella.

La pregunta es: aun en el caso de que aparezca, ¿la ayudará?

Es muy temprano y cabría esperar que, siendo domingo, cualquier persona estuviese durmiendo.

Yo no. Ni siquiera me había acostado a dormir. Me había pasado la noche pensando, dándoles vueltas a las cosas que me preocupaban y atormentaban. Los problemas nunca, nunca se iban. Y el último de ellos estaba relacionado con la bolsa de sangre que acababa de consumir en cuestión de segundos.

La disfrutaba, por supuesto que sí, pero luego me daba cuenta del ansia con el que había bebido y volvía a sentirme mal. No era un ser humano, pero sabía que de serlo seguiría sin poder controlarme... Y Damon y Lexi querían que aprendiera a hacerlo.

Había estado a punto de matar a alguien otra vez...

Mi teléfono móvil sonó con el tono de nuevo mensaje. Sentado en el sofá me incliné hacia un lado para recuperarlo del bolsillo de mi pantalón y mirar de qué y quién se trataba. Lo que no me esperaba era que fuese de Katherine. Fruncí el ceño al leer el contenido del mensaje y a punto estuve de lanzarlo contra la chimenea por la rabia. Matt estaba vivo gracias al anillo de la resurrección que poseía, porque de no ser por eso, ella lo habría matado.

Quizá era momento para el segundo round.

Devolví el teléfono al bolsillo del pantalón y fui a por las llaves del coche. Salí de casa y conduje hasta el puente Wickery, lugar de la cita. «Te necesito», ¿se podía tener más hipocresía que Katherine Pierce? Lo que necesitaba era que alguien le diese un escarmiento y no sabía si yo iba a ser ese alguien, improvisaría.

Finalmente aparqué al lado del puente, de modo que no dificultase la circulación de nadie, y me bajé del coche para luego acercarme a ella lentamente, mirándola con recelo y el ceño fruncido.

—Bueno, aquí me tienes. ¿Qué quieres ahora? —inquirí con un tono claramente hostil.

No las tuvo todas consigo. Prácticamente, una parte de ella estaba segura de que no aparecería. De que perdió a Stefan para siempre desde el momento en el que puso la vida de uno de sus seres queridos en apuros, otra vez. Aquello no fue culpa suya y ni siquiera pudo tomar aquella decisión, por descontado. Pero, ¿por qué molestarse en buscar los porqués cuando se trata de Katherine Pierce?

Sin embargo, y contra todo pronóstico, puede reconocer el ruido del motor del coche de Stefan, y a punto está de escapársele una lágrima de felicidad. Se contiene de forma consciente e inconsciente, sin embargo. Está tranquila; no teme que esta vez vaya a intentar matarlo.

Esta noche Katherine no ha venido a matar. Ha venido a morir.

Y puede que Stefan sea el único capaz de detenerla. Arruga la expresión en silencio. No puede pedirle ayuda: tendrá que ver por sí mismo lo que va a pasar y atar cabos. Si lo hace lo suficientemente rápido, quizá tenga una oportunidad. Así pues, y aún en silencio, la vampiresa se lleva la mano opuesta a la pulsera de la que cuelga el camafeo de lapislázuli y, sin previo aviso, lo arranca de cuajo para lanzarlo después desde la barandilla del puente... directa al río.

Katherine Pierce acaba de desprenderse de su única protección frente al sol... y está a punto de amanecer.

Katherine no decía ni una sola palabra, solo estaba allí, de pie, con una expresión que no mostraba soberbia. No mostraba rabia. Ni siquiera un mínimo de enfado. Simplemente… parecía… ¿asustada? ¿Por qué? ¿Pensaba que había venido a matarla? Ganas no me faltaban después de lo que le había hecho a Matt, lo que nos había hecho a varios de nosotros, porque no habían sido pocas cosas… pero no quería hacerlo. No había ido allí a matarla, había ido a escuchar lo que tuviese que decirme como el idiota que era.

Y, sin embargo, ella no dijo nada. Ni una sola palabra. Lo que hizo me dejó aún más perplejo de lo que ya estaba. Más perplejo que nunca. Acababa de quitarse su pulsera, la que, como a mí mi anillo, la protegía de la luz del sol. ¿Es que no se había dado cuenta de que en pocos minutos empezaría a asomar el sol por el horizonte? ¿En qué diablos estaba pensando?

—Pero ¿qué haces, Katherine? —inquirí, entre la sorpresa y el fastidio de tener que estar allí con ella, después de haber corrido hacia un extremo del puente para mirar hacia abajo. Nada, la pulsera era irrecuperable— ¿Por qué te has quitado tu pulsera? ¿Es que quieres quemarte? ¿O tienes otro amuleto? —Exigí saber y luego la sujeté por los brazos para sacudirla— ¡Por Dios, habla de una vez, Katherine! —Le grité.

¿Por qué estaba preocupado? ¿Es que no había hecho ya el tonto lo suficiente?

Aunque el horror se dibuja en la expresión de Katherine, su corazón respira de alivio. Como mínimo ha logrado el efecto deseado: Stefan puede percatarse de que algo va mal. Que si todas las conductas que tanto él como el resto de sus amigos han podido contemplar con anterioridad, no les resultaban sospechosas; aquella es rara como poco. Rara tratándose de Katherine Pierce.

La superviviente.
«Pero, ¿qué haces Katherine?»

La vampiresa niega repetidas veces con la cabeza, incapaz de decirle realmente lo que está pasando. —Es... —Pierce trata de articular algunas palabras, pero no logra decir nada que Klaus no le hubiera impuesto antes—. Es… lo que tenía… que hacer. —Porque eso es lo que Klaus ha pretendido desde un primer momento: una vez hubiera decepcionado a Stefan por última vez, ni tan siquiera él se molestaría en tratar de ayudarla cuando Katherine tratase de suicidarse.

Pero hay algo con lo que Klaus no ha contado. El espíritu del menor de los Salvatore es demasiado noble y puro como para, simplemente, pasar por alto lo que está pasando. El vampiro la toma de los brazos y la zarandea, prácticamente desesperado y tratando de obtener una respuesta. “¡Ayúdame!” Pero de nuevo, las súplicas no brotan de sus labios. Stefan tendrá que llegar a una conclusión por sí mismo… y tendrá que hacerlo rápido.

Está a punto de amanecer.

Estaba cansado de todo ya. Harto de que las cosas parecieran repetirse una y otra vez, de tener a Katherine detrás de mí incordiando y poniendo patas arriba mi vida y la de mis seres queridos, con Klaus haciendo maldades por otro lado, con el dolor de saberme el Destripador, con la paranoia de que en cualquier momento alguien vendría para atormentarnos de nuevo.

Y, sin embargo, allí seguía. Podría haberme dado la vuelta y marchado de allí, pero allí estaba yo. Exigiendo respuestas de la vampira que tanto daño nos había hecho a Damon y a mí, la principal culpable de que nuestra relación fraternal se hubiese degradado un poco cuando antes de su llegada éramos los mejores hermanos.

Porque estaba claro: a Katherine le pasaba algo. Ella nunca actuaba de esa forma, tan insegura, tan asustada. Katherine Pierce estaba asustada y solo había algo que ella temía tanto como para ponerse así: Klaus. Inquieto, me giré en todas direcciones, pensando que podía estar por allí y que había obligado a la vampiresa a llevarme hasta una trampa. No obstante, no parecía ser así. Volví a mirarla, frunciendo el ceño, cuando por fin me respondió.

—¿Lo que tenías que hacer? —repetí, recordando que me había dicho algo parecido en la pelea en el Mystic Grill, cuando Katherine estuvo a punto de matar a Matt, de no ser porque él tenía un anillo mágico que lo trajo de vuelta.

Algo más llama mi atención: un tímido rayo de sol empieza a asomar por el horizonte, pero aún no llega hasta nosotros.

—Tienes que irte de aquí, está saliendo el sol. —Le indiqué, por si no se había dado cuenta, pero ella no parecía tener intenciones de moverse. Aquello andaba muy mal. Katherine no se suicidaría por mi rechazo, por descubrir que la había engañado. Ella era una mujer fuerte que valoraba, por encima de absolutamente todo, su propia vida. Jamás se la quitaría por algo así—. Maldita sea… —mascullé por lo bajo y le acabé cargando en volandas, como si fuera una princesa y yo, su caballero andante, para llevarla al coche y resguardarla del sol. Esperaba que las cosas no se pusieran más difíciles.

Creo que no hace falta preguntar por qué Katherine ha acudido a Stefan en este momento de necesidad. Sabe que ha sido una decepción para todos; probablemente, quien haya salido más escaldado haya sido precisamente. Sin embargo, y al contrario de lo que sucede con Damon, el noble corazón de Stefan no tiene límites. Siempre creerá en las segundas oportunidades y en la redención porque, de alguna forma, sabe que sólo así puede esperar la redención propia.

De haber pedido auxilio a Damon, es probable que se hubiera marchado apenas la hubiera visto arrojar su pulsera al río. Lo habría achacado a un triste intento por llamar su atención, o peor: a alguna clase de trampa. Incluso —yendo más lejos—, habría disfrutado viéndola arder bajo el sol. Pero, ¿Stefan? Él se detendría dos veces a evaluar la situación, comprendiendo por fin que algo no cuadraba.

Que todos han sido víctimas de un engaño vil, y por primera vez, Katherine no ha sido su propia artífice: sólo una marioneta al servicio del mismo.

«Tienes que irte de aquí.»

—Pero no puedo, Stefan. ¡No puedo! ¿Entiendes? —No, probablemente no entiende nada. Sin embargo, le basta por el momento con que comprenda que algo no marcha como debería y que… sí: necesita ayuda. El alba amenaza con la llegada del sol, y finalmente Stefan toma una determinación: la toma en volandas dispuesto a llevársela de allí.

«Ah, Stefan —piensa Katherine para sus adentros en aquel momento—. Que hayamos tenido que llegar a esto para por fin tenerme en tus brazos…»

—No, Stefan, ¡suéltame! Tienes que soltarme. —Las órdenes de Klaus, sin embargo, son claras y marchan en otra dirección: nada ni nadie puede detenerse en su camino. Debe poner fin a su vida, y debe hacerlo ahora. Así pues, Katherine trata de resistirse, contemplando —no sin cierto pavor en la mirada—, que a lo lejos está comenzando a amanecer.

Claro que no lo entendía. ¡¿Cómo que no podía irse?! ¡¿A qué estaba jugando?!

En cualquier caso, si ardía no podría responder a mis preguntas y yo estaba demasiado entumecido por la confusión como para razonar lo que se le estaba pasando por la cabeza a Katherine para quitarse su amuleto de día justo antes de que saliese el sol y exponerse a este lo mejor posible. Como si de verdad quisiese morir. ¿Cómo Katherine iba a querer morir? Después de tantos años, ¡tantos siglos!, huyendo para sobrevivir… ¿cómo iba a intentar suicidarse?

No me lo creía. O estaba tramando algo o…

—Ahora mismo no entiendo nada —respondí antes de ver que de verdad no parecía tener intenciones de moverse y llevarla a la fuerza hasta el coche. Debía meterla en el maletero para que no le entrase el sol por ninguna parte, llevarla delante sería un riesgo.

Pero la vampira no parecía dispuesta a dejarme ayudarla. ¿Para qué me había llamado entonces?

—¡Katherine, quédate quieta, maldita sea! —exclamé, intentando sujetarla para que no siguiera resistiéndose, pero ella era más fuerte que yo debido a su edad y, si seguía así, se acabaría escapando. En ese momento no razoné, solo pensé que ella iba a quemarse y, por muchos problemas que hubiésemos tenido, de solo imaginarla en ese estado se me hacía un nudo en el estómago— No me dejas otra opción —dije con la voz temblorosa por el esfuerzo. La estampé contra el coche para poder soltarla sin que huyese y después sujeté su cabeza, cerré los ojos y le partí el cuello.

Apreté los labios, la última vez que le había hecho eso había sido cuando no tenía humanidad y me traía esos malos recuerdos. Sacudí la cabeza, tenía que meterla en el coche cuanto antes… La levanté en brazos y la acosté en el maletero, lo cerré y me subí en el asiento del conductor. Tenía que llegar a la mansión y encerrarla antes de que se despertara.