—Bueno. Pues aquí estamos... —¿Qué cómo ha acabado en el hospital? Por meterse donde no le llaman, por eso. Por lo visto pasearse de noche por el bosque de Mystic Falls no es la mejor opción y mucho menos si de repente la linterna se te queda sin luz.

Pero claro como Iris viene de campo y se cree Rambo o Arnorld Schwazenegger, pues bueno. ¿Y qué ha terminado pasando? Que se ha caído y ha terminado rodando. Nada grave, un golpe en la cabeza, algunos rasguños y una herida un poco más dolorosa en la pierna, pero nada que no haya sufrido ya.

Si es que de verdad... Quién me manda a mí. Pues yo. Yo me mandé a mí misma. En fin.

—Como le iba diciendo, señor, señora o lo que sea que tenga en la camilla de al lado... —Que no lo ve porque está tapado con una cortinilla—. De pequeña yo vivía en una granja allí en Texas, con todo el sol cayendo. Muchos animalitos, vaquitas, conejos, cerdos, en fin de todo. También gallinas. Y vendíamos a la gente cuando hacíamos mercadillo y... ¿Me está escuchando?

¿Le ha parecido oír un ronquido? ¿Le están ignorando? ¿¡A ella!? Sí hombre. De eso nada.

Lev había ido a revisar la ficha de un paciente. Había operado a un hombre con rotura de aneurisma cerebral y,juntamente con un neurocirujano experto, habían conseguido solucionarlo. Era un procedimiento complicado y cuyos resultados eran bastante variables, pero su jefe estaba satisfecho. Con todo, visitaba con frecuencia al Sr Osborne, nombre del paciente, para consultar que siguiese estable y bien.

No obstante, en aquella misma habitación había otra joven, de menor gravedad, que poseía una verborrea incansable. Lev había coincidido justo en el momento que compartía su historia con su paciente y, sin poder evitarlo, acabó preso del sueño.

Llevaba días sin dormir. El estrés y la tensión lo habían mantenido despierto durante los pasados días y, en aquel apacible instante de vigilancia, acabó somnoliento sobre la silla. Tan sólo cuando se vio ligeramente zarandeado por la joven interlocutora, despegó sus párpados lentamente sobre sus oscuras orbes:--¿Hmph?—musitó al principio mientras se desperezaba con dificultad:--¿Empanadillas?—también llevaba días sin comer como debía y su estómago verbalizó aquello que deseaba:--¿Qué sucede?—miró confundido a la chica, cuyo nombre no distinguía ver bien en la ficha de su camilla desde aquella posición:--Claro que te estoy escuchando—tampoco estaba seguro si se refería a él o al pobre Sr Osborne:--A mi también me impactó la matanza de Texas pero no recuerdo el momento de los conejillos—había atrapado palabras al azar y su viva imaginación había jugado con los siguientes elementos.

—¡Qué matanza de Texas ni qué ocho cuartos, oiga señor, que le estaba hablando de mi vida y se ha quedado frito! ¡Muy bonito servicio el suyo! —Dramática hasta la médula, Iris está con los mofletes hinchados, las cejas fruncidas y los brazos cruzados. Eso sí, la pierna de la herida además está tan tensa que hasta la misma le duele un poquito.

Ay, mierda. Me pasa por teatrera.

—Qué empanadillas ni qué leches. Cojones. Aquí una ya no puede hacer amigos porque se le ignora. —Enfurruñada —y cojeando— Iris se vuelve a su camilla dándole la espalda a ese señor no-tan-amable que se ha dormido mientras le ha estado contando la historia—. ¡Pues que sepa que no hay escena de conejillos en la matanza de Texas! Suficiente que se carguen a la gente como para matar a unos dulces y pequeños y adorables conejos.

Lo que le faltaba. Encima asesino de conejos.

--¿Y tu vida es parecida a la matanza de Texas?—la pregunta había salido de sus labios con seriedad absoluta. Lev, en ese estado de duermevela, aún seguía pensando que la rubia habría asociado aquella película con algún elemento de su vida:--Oye, espera, no pretendía ofenderte—levantó ambas manos a modo de disculpa y, cuando su respuesta fue darle la espalda, el moreno se sintió aún más confundido.

El lobo nunca había sido muy bueno con algunas personas. Su última experiencia en Lanvik le había demostrado que su torpeza siempre sería su mayor problema:--Yo puedo ser tu amigo—tomó su silla y la arrastró con cuidado hasta el lado derecho de la camilla de la paciente. El pelinegro le sonreía y no se tomaba en serio las quejas de la desconocida. En el fondo, consideraba que se trataba de una chica dulce que sólo deseaba conversar:--Lo sé. Está basada en hechos reales—antaño, de pequeño, le había resultado terrorífica, pero tras haber vivido distintas experiencias en Mystic Falls, creía que aquella película era bastante suave en comparación a su vida en el pueblo:--Me llamo Lev, es un verdadero placer—tendió su mano para estrechar la ajena:-- ¿Iris, no?—se había podido fijar en su nombre en la ficha colgada de su cama antes de acercarse:-- Quiero escuchar tu historia. ¿Cómo te hiciste eso?—le señaló su pierna, bajo un semblante preocupado.

—¿Estás en este mundo? —entonces Iris llega a pensar lo peor—. ¿Te... drogas? —pregunta, con la misma seriedad con la que el otro hombre le ha preguntado sobre la matanza de Texas. Están los dos para entrar en un manicomio y no salir, de verdad.

En un puchero, Iris lo mira con los ojos entrecerrados—. ¿Mi amigo? —el semblante de la rubia cambia drásticamente y de inmediato. ¡Qué contenta se ha puesto de repente!—. ¡Sí, me llamo Iris! ¿Lev de qué nombre es? No lo he escuchado nunca —de vuelta en la cama, la joven cojea antes de sentarse en ella y suspira.

Qué aburrido es estar en un hospital—. ¿Esto? —se señala la herida con una risita—. Me caí. Soy bastante torpe, en realidad. No recuerdo bien cómo porque creo que también me pegué en la cabeza... —murmura en voz baja y con la boca pequeña llevándose una mano a la cabeza irremediablemente; ah sí, ahí nota los puntos—. ¿Y tú qué haces aquí?

—Claro que sí—su terrible experiencia con la muerte hizo que irremediablemente Lev empezase a palpar todo lo de su alrededor. Necesitaba algún tipo de confirmación de que seguía vivo:—Por las barbas de Merlín, no me digas que no sigo en este mundo—su manera de actuar no estaba ayudando a disipar las sospechas de su interlocutora sobre su estado. Sólo al escuchar su siguiente pregunta, se forzó a proceder con mayor profesionalidad:—No, por supuesto que no me drogo—mas su voz pareció traicionar su verdad, ya que salió en un chillido agudo.

Para su fortuna, la chica moduló su actitud a una más suave cuando el lobo ofreció su amistad:--Es ruso. Significa león. Mi madre era rusa—sonrió con triste nostalgia, mas sacudió pronto el pensamiento en pos de la conversación:—Te diste un buen leñazo—las heridas de la chica no habían sido graves, pero sí que resultaba preocupante el motivo desconocido por el que había acabado de aquella forma:—Debo apuntar eso—tomó la plantilla que colgaba de su litera y anotó con rapidez su falta de memoria. No sabía quién era su encargado, pero Lev estaba determinado a descubrir por sí mismo el accidente de Iris:—Yo trabajo aquí. Estoy de prácticas para ser neurocirujano—llevaba ya un tiempo y estaba a punto de conseguirlo. La ausencia por su fallecimiento había complicado un poco las cosas, pero tras su regreso había conseguido suplirlo con excelentes resultados en su departamento:—¿Y tú, Iris? ¿A qué te dedicas? Háblame un poco de ti—sacó entonces de su maletín su desayuno: un sándwich de crema de cacahuete y un zumo de naranja.
 

—Oh, vale, dios, creí que lo hacías, no sé por qué —no es lo más normal del mundo que digamos el ir y decirle a alguien que acabas de conocer algo similar a oye creo que te drogas. Pues no, pero Iris no tiene filtro y a veces hasta le cuesta reconocer las diversas situaciones sociales.

Siempre lo ha achacado a que es excesivamente despistada—. Pues sí pero es algo común en mí. ¿Así que ruso, no? yo soy de Texas —de las Texas más profundas, la verdad. La Texas ibérica—. ¡Oh! ¡Eso es muy interesante! ¿Significa que vas a ser mi médico ahora que somos amigos? A mis padres les habrías encantado pero es que me gusta desafiarlos —se ríe suavemente, de nuevo hablando de más—. Estudiante de derecho pero me he tomado un año sabático y ahora estoy aquí. También soy escritora.

Lo ha dicho con todo el orgullo del mundo que es lo que siente cuando presume de que lo es.

Sus ojos escudriñan lo que el muchacho saca para comer. Ugh—. ¿Eso es tu... desayuno? Ugh... —qué estómago.

—Todo esto es muy confuso—se llevó ambas manos hacia su cabello para revolvérselo. Era una costumbre adquirida que solía hacer en momentos de nerviosismo o timidez. En este tipo de situaciones, cuando no sabía qué decir ni añadir a la conversación, se tocaba el pelo.

—Nunca he estado en Texas—le confesó, tras haber comentado sus lugares respectivos de procedencia:—Bueno técnicamente no lo soy, pero veré qué puedo hacer—le comentó con una cándida sonrisa. No comprendía la asociación entre amistad y su atención sobre ella, pero lo dejó pasar:—¿Y te estás gustando Mystic Falls? Es bastante peculiar—una forma muy suave de decir “jodidamente peligroso y con probabilidad de morirse más de una vez”:—¿Has escrito algo? Me gustaría leerlo si es así—él adoraba leer y siempre se abría a cualquier género de lectura.

Cuando sacó su comida, el rostro de su interlocutora lo detuvo al instante:—¿Qué sucede? ¿No te gusta la crema de cacahuete?—se sorprendió, ya que parecía la comida más popular de Estados Unidos:—A mí me empezó a gustar por culpa de los Reese—le confesó, tras dar un mordisco y soltar un sonoro murmullo de placer:—¿A ti qué te gusta? Última pregunta antes de que te mande a descansar—le advirtió en el tono más serio posible.

—Oh —Iris no ha podido evitar hacer un puchero con los labios cuando le ha dicho que no es su médico, pero que a ver qué puede hacer. Bueno, eso puede que le haya alegrado un poco la mañana—. ¡Un día vamos de viaje! Yo vivía en una granja, así que bueno, todo muy natural. Era divertido —sí, sobre todo caerse cada dos por tres o pisar el fango después de una noche de lluvias torrenciales.

Divertidísimo para ella, susto tras susto para sus padres.

—¡Sí! Y sí, también. Ya te lo enseñaré. Pero cuando lo acabe, aún no lo he hecho y tengo mucho que perfilar —Iris bosteza. El sueño la está venciendo de nuevo, y la verdad es que sí debería descansar. Seguramente no tarden mucho en darle el alta—. ¿Los Reese? —pregunta totalmente confusa ante aquello, encogiéndose de hombros—. El chocolate, evidentemente —contesta, echándose en la camilla—. Seguiremos hablando de esto otro día, ¿eh? Que lo sepas. Tengo que quitarte la costumbre de la crema de cacahuete como desayuno.

Menudo crimen estomacal es ese.