Velkan estaba muy harto de algunos productos que se guardaban en su residencia. Había comenzado a comprar por su cuenta, pero aquel día de Navidad, decidió disfrutar de los manjares locales con la compañía de una amiga:—No sabes lo harto que estoy de las cosas que hay en mi casa—aún le ocultaba su verdadera procedencia y a qué familia pertenecía, ya que temía que Iris lo juzgase por la mala fama que acompañaba a su apellido:—Hoy comeré como una persona normal y corriente. Con olores y sabores de verdad, partidos con mi navaja sobre el pan y remojado en un buen tinto. No esa mierda que me dan para recalantar, ni los malditos congelados y todas esas porquerías de fábrica.—soltó un vaho de aire cálido por su boca mientras intentaba abrocharse mejor la chaqueta que llevaba. Para aquella fría noche, se había ataviado además de esa prenda de abrigo, con un gorro de lana y unos tejanos oscuros. En cuanto al calzado, difícilmente Velkan cambiaba sus deportivas por otra cosa.

—¿A ti no te gusta comer bien?—inquirió con curiosidad. El otrora armero no comprendía como podían alimentarse de esos plásticos sus nuevos compañeros. Aún se acordaba de las palabras del estúpido Roan “estas fresas son francesas” cuando probó aquel fruto helado e insípido. Velkan reconocía que tenían buen aspecto, pero aquello debía haberlo matado algún producto. El resultado fue que las tiró por la ventana:—También me apetece beber algo fuerte. La chocolatada está bien por la mañana, pero ahora quiero un buen whisky—le señaló el Mystic Grill iluminado, donde habían previamente quedado:—Bueno vamos, tanto patinaje me ha abierto el apetito.

—No puede ser tan... malo, ¿no? —Iris no está segura pero tal y como lo ha descrito Velkan, parece que sea algún tipo de tortura para él que ella desconoce por completo—. Eh, eh, eh, a ver, un momentito —la misma nefilim alza una mano para parar el discurso del Grinch Velkan—. La comida precocinada y congelada no está mal si sabes dónde tienes que buscar, pero por lo visto no sabes. Algún día tengo que enseñarte o no vas a estar preparado para la vida moderna —como Iris diría: le falta calle.

Por eso esconde su sonrisita detrás de su abrigo intentando que Velkan no la vea.

—Claro que me gusta comer bien, nada como la comida de mi madre —oh sí, o de su hermano, que también cocina muy bien—. Pero en la universidad no todo era arcoiris y cosas bonitas en cuanto a comida y la cafetería no siempre es lo mejor —aunque la rubia, tal y como es, siempre conseguía sacar lo positivo en los momentos más negativos. Bueno, que están hablando de comida, pero aplica para todo—. ¿Entonces interpreto que vamos a comer hamburguesas y patatas grasientas? Aunque yo no como carne —pero una hamburguesa vegana tiene que haber, ¿no?

—¿Cómo que no está tan mal? No hay nada mejor como algo hecho por ti—la respuesta de Iris le hizo entrecerrar su mirada:—No me digas que eres de esas que nunca toca la cocina—soltó una carcajada y, acto seguido, le dio un ligero empujón:—Un día hacemos una prueba. Yo te cocino y calentamos también algo precocinado. A ver qué es mejor—elevó el mentón con orgullo. Le estimuló la idea de poder prepararle algo en un futuro, aunque sólo fuese para rebatirle con su argumento.

—La comida de la universidad y de estos lugares no suele ser buena—rodó los ojos y, sin querer, su mente se trasladó hasta su actual residencia. Los Lanvik no podían llamarse tampoco buenos cocineros. Nadie de ahí parecía saber lo que hacía con el fogón aunque le agradaba observar que había personas como Oskar que apreciaban el queso de cabra. Estos pequeños detalles le generaban buena convivencia:—¿Eres vegetariana? ¿Y eso?— se limitó a dedicarle una mirada inquisitiva,como si quisiera llegar hasta su alma:—Yo sí que tomaré de carne, pero si no te gusta ver a alguien comer eso, no me importaría en absoluto probar con una vegana—la mirada de Velkan se iluminó:—Sería mi primera vez tomando una, así que tú me guías—abrió la puerta del Mystic Grill y le dejó entrar antes a ella.

—Claro que no hay nada mejor que eso —la rubia pone los ojos en blanco—. A veces eres tan dramático. ¿Qué signo eres, a ver? ¿Libra, escorpio tal vez? —está segura de que Velkan tiene alguno de esos signos en su carta natal.

No es que ella sea una experta de esas, Dios la libre de ser como Esperanza Gracia pero en rubio y joven, pero alguna «idea» pues sí tiene.

—Venga, hacemos esa prueba cuando quieras —se encoge de hombros. Seguramente Iris acabe con la tripa llena de comida deliciosa, y Velkan con el ceño fruncido en la cara, como siempre. Si es que van a salirle arrugas. Iris pasa al interior del Mystic Grill y se sienta en la primera mesa libre que ve dispuesta a pedir lo que quiere—. Me crié en una granja y al final cogí tanto cariño a los animales que era incapaz de comérmelos. Cambió toda mi dieta desde que era pequeña —se ríe suavemente al recordarlo. Por supuesto que ha llevado a sus padres de cabeza, cómo no—. No te preocupes cada uno puede comer lo que quiera y yo no impongo mis ideales. Lo que sí que como muchísimo son patatas fritas de cualquier tipo —alargadas, gajo, con salsa...—. Dime que te gustan las patatas, ¿Por favor?

—No pienso decirte eso. Te estoy imaginando estudiando mi carta astral y definiéndome bajos unos parámetros que pueden no ser ciertos—la miró de soslayo, con elocuencia, para trasladarse otro mensaje implícito que no tardó en verbalizar:—Además, ¿no prefieres que sea algo enigmático? Uhhh ¿seré cáncer? ¿O terco como tauro? Ta-chán—alzó ambas manos para crear un falso ambiente de tensión. Velkan sólo estaba provocándola, como ya era costumbre entre ellos. Desde que se conocían, los piques amistosos habían sido constantes.

—Así que es por eso—asintió, empatizando asimismo con la situación de infancia de Iris. Podía comprender que le hubiese costado devorar a un animal al que había cogido afecto. Ni él hubiese podido, por muy carnívoro que fuese:—Pues comemos coliflor que también va bien y unas patatas fritas. Me ofende que me preguntes si me gustan. Cincuenta puntos menos para hufflepuff y te falta calle—sin embargo, cuando entró en el local y vio el espectáculo que había, decidió que no había sido tan buena idea invitarla ahí.

¿Cómo carajos iban a tener tranquilidad?

—Mira, mejor vamos al bar de la esquina. Aquí me huelo que va a suceder algo—tomándola del brazo, le obligó a salir con él hacia otra dirección.

Aquella noche, la navidad, la celebrarían un poco más solos