Verdaderamente odiaba aquella época del año. Las parejitas felices que iban de aquí para allí, las compras excesivas, las comidas opulentas. Demasiada alegría en todos lados cuando en verdad simplemente era una fecha más en el calendario en la que se celebraban sucesos meramente fantasiosos. Lo único que le hacía gracia era aquel personaje verde llamado Grinch con el que tanto se identificaba en aquellas fechas. Hacían falta más antiheroes de la navidad como aquellos.

Al menos, las fiestas ya habían pasado, pero aun así el espíritu seguía latente para coronarlo con el fin de año. Ya había visto como las celebraban en Nueva York o en Miami y aun así debía admitir que aquella ciudad no tenía nada que envidiar. El barrio francés se encontraba lleno de gente por todos lados, más de lo usual ya que no dejaba de ser una zona transitada. Más la cantidad de guiris y estúpidos que atraían las multitudes era lo que más odiaba de todo.

Y si tanto lo odiaba, ¿por qué seguía allí? El trabajo era el trabajo y a fin de cuentas, tal noche merecía que todo el personal se encontrara allí presente. Había ido en contra de su voluntad, pero el dinero le era necesario ya que los Grigori no era como si le fueran a dar un duro aún formar parte de sus filas. Con ello no quería decir que estuviera disconforme, ya que los idolatraba, pero un pequeño sueldo de vez en cuando no iría mal.

Magnus, siendo uno de los trabajadores del local, se encontraba cerca la barra, esperando a que terminaran de llenar la bandeja con los pedidos y así repartirlos en sus respectivas mesas antes de tomar las nuevas comandas. El volumen de comandas sólo hacía que el tiempo se le pasara más rápido, significando que ya quedaba poco para la media noche.

Manteniendo su pelo recogido en una coleta baja, por razones de apariencia e higiene, aunque eso no parecía ir con su barba al parecer, repartió con su casual profesionalidad las comandas, antes de acercarse a una de las nuevas mesas con la libreta y el bolígrafo en la mano para tomar nota. Solo quería que aquel día terminara ya. — Hola, buenas noches. ¿Qué va a tomar? —

Tiempo después de acabar en el comedor social que habían organizado en la iglesia me hice a las calles como un pirata se hace a la mar, solo que en lugar del oleaje fiero que hay durante una tormenta, yo tuve que mezclarme entre las gentes que llenaban la ciudad en una fecha tan señalada como aquella.

Envidiaba a aquellas personas que juntas celebraban el fin de año. Mi padre solía decirme: «Es solo un día más, Tayne, no lo olvides, pero la apariencia lo es todo. El día que dejen de invitarte a una fiesta como esta estarás acabado, así que compórtate».

Ocho años tenía la primera vez que me lo dijo. Creo que mi padre pretendía que ya desde entonces fuera un hombre y yo… bueno, puede que en mi subconsciente decidiera rebelarme a partir de ahí. Al menos, según sus palabras, pues él nunca llegó a considerarme como tal.

Mis pasos me llevaron a un bonito lugar en medio del barrio francés en el que me refugié. De paso cenaría algo, ya que no lo había hecho. Había sido fuerte, dado que me había pasado un buen rato sirviéndoles comida a otras personas.

Saqué, aun así, el neceser donde guardaba el dispensador de insulina para inyectármela antes de que me trajeran la comida. Un camarero llegó muy deprisa y me sorprendí al escuchar su voz, por lo que con esa expresión lo miré.

—¡Magnus! ¡Qué sorpresa verlo aquí! —exclamé, emocionado. Pareciera que había visto a un amigo de toda la vida, pero es que en un sitio nuevo siempre era agradable ver una cara conocida. Y no pasó desapercibido que llevaba una coleta. Una que le quedaba muy bien, dicho sea de paso— No sabía que también era camarero. Pues la verdad es que estoy en blanco, ¿qué me recomendaría comer? Que no tenga azúcar.

Aquella vocecilla le resultó familiar, y no solo por el hecho de que este conociera su nombre, sino porque también la persona que había sentada en aquella silla era de las primeras que pronunciaba su nombre con cierta alegría, sin ápice de maldad en absoluto. Tuvo que mirarlo dos veces para reconocerlo. Sin toda la indumentaria de burgués de época le fue un poco difícil, pero como olvidar a Tayne, aquel iluso sujeto del que incluso un niño podría aprovecharse.

— Soy un poco de todo. — respondió el Nigromante cortante como siempre. Verdaderamente le daba un poco igual si se trataba de Tayne, John, Kevin o Marvin, fuera quién fuera lo trataría como un cliente mas, a fin de cuentas, por desgracia, no cobraba por hablar y eso no cambiaría el resultado de que a fin de mes, cobraría lo mismo de siempre. — ¿Sin azúcar?— respondió un poco extrañado, ya que no era una petición recurrente. Magnus recorrió con su mirada al humano, hasta llegar al estuche que había encima de la mesa. No hacía falta ser muy listo para descubrir cual sería el contenido que protegía este. — No tienes muchas opciones. Te recomendaría el salmón con arroz y verduras. — si es que eso podría permitírselo, ya que en ese caso, Magnus no. — Sino tienes variedad de ensaladas entre las que escoger a las que podemos no ponerles aliño. — Aquello no era un restaurante cinco estrellas así que las opciones eran mas bien pocas. Si le gustaba, bien; y sino, podía irse a cualquier otro lado.

—¡Oh! Suena a hombre del Renacimiento —contesté con ánimo y sin un ápice de burla. Los hombres de esa época se versaban en diferentes campos y, aunque ser camarero estaba muy infravalorado, era una profesión que aprender también. Incluso se estudiaba. Ahora sentía curiosidad por descubrir a qué otras áreas se dedicaba… pero me iba a quedar con la duda, pues no era adecuado preguntarle. Al fin y al cabo, no éramos amigos… aunque me habría gustado.

Asentí con la cabeza y le iba a responder, aunque sin dar mucho detalle, hasta que vi el recorrido que hacía su mirada. Lo seguí y vi que llegaba hasta mi estuche. No sabía si habría intuido que guardaba allí la insulina, pero no dijo nada, simplemente me aconsejó algo por mi petición.

—Salmón, hace mucho que no lo consumo. Me encantaría tomar eso. Y un vaso de agua, por favor —le pedí con una sonrisa. Aún no había pensado en que, igual que en Nochebuena, aquella sería mi primera Nochevieja solo en mucho tiempo… y dolería en cuanto se me pasara por la cabeza.

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Si Tayne tenía razón con una cosa, aun apenas conocerse, era con aquello. Magnus era parecido a un hombre del renacimiento. Sabía hacer un poco de todo, a fin de cuentas, des de Dios sabe cuando había vivido completamente solo y aun sin estudios acreditados, había sabido valerse para seguir adelante. Así que con todos esos años, la cantidad de cosas que había aprendido y había descubierto que se le daban bien formaban parte de una larga lista que entre ellas englobaban la poesía, la cocina y especialmente el fraude; ya que sin este último, muy probablemente no tendría ni la mitad de cosas que disponía. — Sí, supongo que algo por el estilo. — respondió con el tono nuestro al que estaba acostumbrado a hablarle a todo el mundo.

Que aquel hombre fuera diabético verdaderamente le daba igual. No le causaba pena alguna, ya que a fin de cuentas, en la época moderna, no era nada mortal si se tenía dinero suficiente como para permitirse insulina y estaba claro que el señor pudiente era capaz de ello, de la misma manera que podía permitirse un plato de salmón. — Tomo nota. — Escribió el pedido en un el bloc de notas y tras recoger la carta, se encaminó hacia la cocina para dejar el pedido sin decir nada más.

Atendió a las demás mesas y solo acudió una vez mas a la mesa de Tayne a dejarle la botella de agua y no volvió hasta que su plato estuvo listo. — Aquí esta tu plato. ¿Necesitaras algo mas? — Lo correcto con los clientes sería hablar de usted, pero con aquel hombre no pensaba hacerlo ya que no lo hizo en su primer encuentro. Así que ¿por que ahora?

La media noche se estaba acercando a las calles de Nueva Orleans, el rumor de la gente era un claro indicio de ello. El año nuevo estaba a la vuelta de la esquina y tal vez, este sería el inicio de nuevos cambios o no, al menos aquello era lo que la gente esperaba, aunque para Magnus significaría que todo seguiría igual, igual de mal como siempre.

Es verdad que Magnus no era el hombre más simpático y amable del mundo —nada más lejos de la realidad—, pero su forma de hablar tenía cierto encanto. Lo cierto es que había tratado demasiado con alguien despreciativo y desagradable como lo era mi padre como para sentirme incómodo con alguien que no se le acercaba tanto en carácter.

Y ser serio no tenía nada de malo. Además, le daba un aire respetuoso.

—¡Gracias! —exclamé cuando me dijo que tomaba nota y repetí el agradecimiento después de que me trajera el agua. Y una vez me trajo la comida me quedé mirándola como si fuera el manjar más suculento del mundo. Aunque era bastante bueno ciertamente.

Por un momento, ante su pregunta, miré hacia las calles por la ventana del restaurante y observé a la gente que salía para ir a celebrar la llegada del nuevo año. Luego volví al plato y susurré:

—Compañía… —Fue unos segundos después cuando me di cuenta de lo que había dicho y, con los ojos bien abiertos, miré de nuevo al camarero— Lo he dicho en voz alta, ¿verdad? Qué vergüenza… —dije mientras me cubría la cara con las manos— Haz como si no hubiese dicho nada —le pedí, abochornado.

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La efusiva gratitud con la que Tayne recibió su bebida le sorprendió sin desagradarle en absoluto. Magnus hubiera dado lo que fuera para que los clientes habituales de aquel local se les contagiara un poco de esa energía que usualmente ayudaban a hacer el servicio más llevadero. Y en cuanto esté volvió, sirviéndole el plato pedido, la simple aura de agradecimiento que desprendía le certificó que aquel tipo tan ingenuo era un bicho raro de los que se podría encontrar uno entre un millón.

Y aun todo aquel personaje que suponía, a veces su mirada podía llegar a esconder cierta melancolía con la que perderse en el horizonte, tal y como le ocurrió en cuanto Magnus le preguntó si necesitaba alguna cosa más. Tal vez le sucediera algo, pero no sería Magnus quién le preguntara qué sucedía o si estaba todo bien. Al no recibir respuesta inmediata, titubeó en si ir a atender a otra mesa, más esos segundos en los que no se movió de aquel espacio le ayudaron a descubrir cuál era el problema del señor de clase superior a la suya: la soledad.

— Sí, lo has dicho en voz alta. — Respondió como siempre el Nigromante, como si lo que hubiera dicho no supusiera nada fuera de lo normal. Y en verdad, no lo era. A cuántas personas había llegado a ver él deshaciéndose en llantos copa tras copa intentando ahogar las penas. Aunque Tayne, estaba claro que estaba lejos de asemejarse a algo a aquellos alcohólicos. — Oh, bueno, entonces no te preocupes, haré oídos sordos. Si no necesitas nada más me voy. — y sin darle opción alguna a la que le contará sus penas, ya que tampoco le importaban ya que para penas ya tenía suficientes con las suyas,  volvió a la barra para seguir atendiendo.

¿Le había dado pena? Verdaderamente no. Sin embargo, ahí estaba él volviendo hacia la mesa de aquel tipo tras el transcurso de unos minutos. Sin decir nada, tomó lo que llevaba en la bandeja y lo dejó en la mesa. — No lleva azúcar. Invita la casa. — Y cuando decía que invitaba la casa  claramente era que se lo iba a descontar de su mísero sueldo, como a veces podía ser tan imbécil.

En la mesa ahora había un tarro cristalino con un contenido color canela. Con un solo vistazo era fácil saber qué se trataba de compota de manzana. No era como si aquel humano pudiera aspirar a mejores postres que ese, así que al no tener donde escoger ya lo había hecho Magnus por él. Lo miró por un segundo antes de desviar la mirada a la calle y después al reloj. Apenas quedaban cinco minutos para el año Nuevo, y él  allí como un gilipollas aún sirviendo mesa, aunque, al menos, el cliente era aceptable. — Que aproveche. —

Emití una maldición en voz muy baja, llevado también por un impulso, cuando confirmó que había pensado en voz alta. Pero lo que dijo luego me hizo sonreír, incluso estuve a punto de reírme un poco. Me parecía un hombre simpático. Es decir, tenía aspecto de ser muy serio y de ir siempre mucho a su aire, pero esa naturalidad con la que decía las cosas como «sí, lo has dicho en voz alta» me agradaba. Me hacía gracia.

Él se marchó y yo me puse a comer. Bueno, supongo que me había convertido en una de esas personas que compensaban sus faltas con dinero. O con comida. Aquel plato en cuestión estaba delicioso. Aunque no era nuevo en mí hacer aquello, solo que ahora era lo único que me quedaba en la vida: el dinero. Los lujos.

Aún no había terminado de comer cuando Magnus regresó con un tarro que pensé que era para otra mesa… hasta que lo colocó en la mía. Lo miré, sorprendido, pero más asombro me produjeron sus palabras.

—¿Qué? —inquirí con sorpresa. No podía ser que su jefe o su encargado me quisiera invitar, así que intuí que se trataba de él. ¿Cómo podía haber gente tan mala en el mundo y, por otro lado, personas tan amables como Magnus?— Oh, no, no, no. De ninguna manera. Lo pagaré, no quiero que me invites cuando yo puedo permitirme pagarlo… —Sobre todo porque sabía que los camareros no tenían el mejor sueldo del mundo.

Y porque no solo era camarero, tenía más de un trabajo. Y, a juzgar por cómo comía canapés, no es que tuviese demasiada comida normalmente. Que encima me hubiese encontrado con él otra vez me pareció una especie de señal… Quizá debía ayudarlo. Quizá podíamos ayudarnos mutuamente.

—Gracias —dije con una sonrisa y miré a nuestro alrededor. Había más camareros y la sala parecía tranquila—. ¿Por qué no te sientas un rato? Y te invito yo a comer.

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Pero, ¿qué mierdas le había pasado por la cabeza? Eso se preguntaba Magnus mientras volvía hacia la mesa de Tayne con el tarro de compota en la mano. Sus palabras no le habían dado pena, al contrario, el Nigromante gozaba de la tranquilidad que le brindaba la soledad, mas, por alguna razón, había pensado que aquello lo animaría. ¿Pero acaso le preocupaba aquel tipo? No, ni en lo mas absoluto. Si se tirara por un puente aquella misma noche simplemente pensaría que ya quedaba un idiota menos en aquel mundo. Y ya.

La cara de sorpresa que puso tal personaje verdaderamente fue cómica en cuanto vio la compota encima de la mesa. Magnus no pudo evitar esbozar algo parecido a una sonrisa en sus labios. Así que el señor pudiente no aceptaba presentes y quería pagar por todo lo que le ofrecieran. Él no se metería en sus convicciones, pero si que terminaría por tener la razón. — Yo no he dicho que te invitara. — Aunque si que aquello era verdad. — Igualmente lleva dos días dando vueltas por la nevera. No es como si alguien fuera a pagar por ello. — Realmente, aquello era falsa, simplemente una mentira para que se lo comiera y cerrara la maldita boca, parando así sus quejas de persona que había nacido con una cuchara de plata en la boca.

El Nigromante no respondió a su agradecimiento. Pero si que contestó al ofrecimiento que le había hecho Tayne segundos después, arrugando la nariz mientras hablaba. — A no ser que quieras que me despidan, no puedo sentarme aquí a comer. — Y además de que no aceptaría que lo invitaran. Sí, iba justo de dinero siempre, pero no por ello iba a dejar que lo trataran como una persona necesitada. Ademas, en la nevera de su pequeño apartamento le esperaba un plato de macarrones con queso precocinado apunto de caducar. — Pero sí que puedo hacer esto. — Con suavidad tomó un trozo de brócoli que sobresalía entre el arroz y se lo llevó a la boca. Probablemente la cara de estupefacción que tendría aquel tipo después sería épica.

Un griterío ensordecedor se apoderó de la sala. Al fin habían llegado las doce de la noche y junto a ello, un nuevo año por delante para todos los allí presentes. Probablemente con algunas sorpresas nuevas, en especialmente para los Grigori, grupo del cual Magnus formaba parte y en verdad solo esperaba nuevas ordenes para poder actuar como el perrito faldero que en verdad era.

— Feliz año. ¿Vas a querer alguna cosa mas? Y no me refiero a ningún propósito de año nuevo. — Porque si no quería nada mas podía levantarse de aquella mesa e irse a su casa solo. a partir de aquel momento, todo se vendría abajo. La gente empezaría a beber, todos empezarían a desmadrarse y muy probablemente terminaría haciendo horas extra. Como siempre.

—A veces no hace falta decir algo para que se entienda —contesté y pensé que quizá había sonado más profundo de lo que pretendía, pero no dije nada más al respecto. Alcé las cejas al oír lo que dijo después—. Entonces debería poner una reclamación —bromeé, aunque puede que al principio no se notara… hasta que me reí un poco.

Después de mi invitación, su respuesta me hizo poner un gesto de culpabilidad. Por supuesto que no deseaba que lo despidieran. Lo que me sorprendió fue lo que hizo a continuación. Alcé las cejas al ver cómo me quitaba un trozo de brócoli y se lo comía. De todo lo que había, se había ido a comer lo menos sabroso y, tras el breve momento de asombro por aquel atrevimiento, me eché a reír sin hacer ruido, de forma elegante.

—Feliz año para ti también —le dije con una sonrisa que no mostraba demasiada alegría—. Solo la cuenta, gracias —contesté a su pregunta y luego me dediqué a comerme lo que me quedaba del plato para luego pasar al postre—. Mucho ánimo, Magnus —fue lo último que le dije.

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