¡Las casetas de comida callejera están hasta arriba! Aunque muchos vecinos por Mystic Falls disfrutan ya de sus comidas familiares, algunos prefieren entremezclarse en el ambiente navideño con un buen cono de patatas fritas o una gigantesca nube de algodón de azúcar. Scarlett, por su parte, está antojada de un buen gofre calentito, razón por la que no ha dudado en colocarse en la cola respectiva, preparada, aunque paciente a recibir su turno.

Sin embargo, aunque la muchacha acepta su correspondiente espera, parece que, llegado el momento, aquella cola se queda bloqueada por más tiempo del normal. —Qué extraño.—Comenta la castaña, frunciendo el ceño y dando un par de toques educados en el hombro del muchacho que se encuentra delante de ella, en la fila.

—Disculpa, mate...—Le dice, con su característico acento inglés.— ¿Sabes si hay algún problema? Me muero de hambre.—Si la máquina de gofres se ha averiado, con todo el dolor de su corazón, mejor será marchar hacia otro puesto de comida. No hay mayor fan de los dulces que la propia Scarlett, pero hay veces en las que el destino simplemente no está de tu parte, ¿no crees?

Y ahora, resulta prioritario buscar algo con lo que llenar el estómago.

Salva como buen latino, era poseedor de un gran filo y la comida que se estaba ofreciendo durante este evento navideño difícilmente iba a pasar desapercibida para él. El problema era para él que no tenía tanto dinero como para poder probar todo lo que se estaba ofreciendo, por tanto, debía de escoger sabiamente su decisión.

Sus ojos caramelo viajaban de un puesto para otro y ciertamente todo se le hacía apetecible. Aunque fuese un gusto tonto, comer perritos calientes siempre era un tópico norteamericano que se había vuelto costumbre en él. Volvías tarde un turno en el MacDonals y la comida de gerente no te llenaba porque era una burger minúscula, entonces ibas directo al primer puesto de hotdogs y te zampabas uno o dos por bajo costo para luego tirarte a dormir casa.

En teoría él no debía comer “estas porquerías” por su entrenamiento y tal, pero justamente aprovechaba ser un deportista que no solo se metía las matadoras prácticas con el equipo, sino que hacía también musculación en el gym como complemento. Por eso se permitía ciertos excesos que al menos por hoy, gracias a la actividad física y su corta edad, no le pasaban factura a nivel físico.

Efectivamente, se paró a hacer cola en el puesto de perros calientes que mejor pinta traía, atrás de este estaba un puesto de rollos de canela que básicamente emitían un aroma increíble. Haciendo la cola pudo ver a una chica de gorro amarillo caminar hacia la zona, ¿vendría por los rollos de canela o por los hotdogs?

Los gringos, siempre tan atractivos, pensó mientras la saluda con la mano derecha y sin conocerla realmente.

La suerte no está de su parte esta tarde: la máquina de gofres en la cola ha quedado averiada, de modo que Scarlett tendría que decantarse por otra opción para comer. Lo cierto es que le apetecía algo dulce, pero… puede que algo salado tampoco sea necesariamente una mala opción. Frunciendo el ceño, avanza hacia lo que parece la cola del puesto de perritos calientes; una costumbre tópicamente americana. Como buena inglesa, Scarlett no se halla especialmente familiarizada con la comida basura, pero… un día es un día, ¿no crees?

—Disculpa.—Le dice amablemente al último chico de la cola.—¿Esta es la cola de Hot dogs, verdad? Dime qué todo parece en orden.—Suspira, denotando en cierto modo su frustración.—Vengo de la caseta de gofres, y parece que la máquina se ha averiado.—Al menos, espera que no haya pasado nada del otro mundo con los perros calientes. Hoy no está teniendo demasiada suerte con los antojos, y teniendo en cuenta que ha empezado el día con una guerra de bolas de nieve tras la chocolatada… Necesita energía con la que recargar las pilas.

Energía en forma de la comida más grasienta posible a encontrar en aquellos puestecillos, naturalmente.

Pues la suya sí, la otra era para los rollos de canela, esos que eran carísimos en Argentina. Le sorprendió que tras su saludo con la mano realmente le hablara, abría quién pudiera pensar que era un ratito por saludar a una desconocida, la gente latina era sin duda mucho más afectiva que los gringos y él, aunque tenía sus problemas emocionales por básicamente tener una familia disfuncional y de mierda, pues igualmente era más cercano que los norteamericanos promedio por decirlo con justicia. Salvador asintió con la cabeza.

— Sí, así es. Este es y el del frente el de rollos de canela. Aunque como ves tiene mucha más gente, me vine por aquí al tener menos cola y porque los prefiere a los Rolls —

Salvador estiró su palma como ofreciéndole ponerse en la cola de los perros calientes y además delante de él. Un poco de cortesía nunca venía mal. Menos en navidad, a decir verdad, él estaría bien solo en estas fiestas en un país extraño, así que podía comprender mejor que muchos ahora mismo lo bueno que era tener amabilidad. No sabía si presentarse o no…

— Estas cosas pasan, sobre todo en los eventos. Aunque no hay mayores desastres que los que he presenciado en mi querida Mendoza… Soy Salvador, un gusto —

No le quiso extender la mano, pero tampoco le iba a dar un beso en la mejilla…

Su inglés era correcto desde luego, pero se notaba que tenía un dejo latino, diferente del mexicano, por supuesto, pero muchos le seguían preguntando exclusivamente si era mexicano.