Normalmente Salena era el tipo de persona que, a pesar de poder vivir de día, trataba de hacerlo por la noche, ya que todo estaba más concurrido y no necesitaba estar sobria para soportar a la gente, y, además, nadie la miraba mal si a las 8 de la tarde estaba ebria, pero a las 8 de la mañana era otra historia. Pero no, aquel día había salido de la casa que compartía con su novia, sí, su novia, su pareja, oficialmente, después de tanto tiempo, ni se lo creía a veces. Y tras darle un beso en la frente, había salido temprano, vestida como una mujer de negocios en busca de aquello que una vez juró y perjuró que jamás haría, trabajar. Porque se había dado cuenta de que Victoria no podría soportar el ritmo de vida frenético que ella llevaba, y porque contarle a tu novia que todo lo que posees lo has conseguido de forma poco honesta no es plato de buen gusto. Aun así, a pesar de su buena mano para conseguir dinero de forma poco legal, había determinado que tenía que hacer algo con su vida, que no fuese vivir el día a día y hacer locuras.

Tras todas las entrevistas que había tenido, Salena se dirigió al último lugar donde Victoria le había dicho que estaba, aprovechando también que ponían música. Se calzó los patines, y, a verla agarrada a una barra tratando de no matarse mientras patinaba, la hereje susurró el mismo hechizo de aprendizaje rápido en dirección a su novia, mientras se acercaba a ella con una sonrisa, agarrando su cintura pro la espalda.—No me mates por la ayuda, princesa, me apetece bailar contigo.— Susurró, dándole un tierno, pero juguetón beso en el cuello.—¿Qué tal tu día?.— Victoria siempre olía a flores, tranquilidad y felicidad, era alguien que le proporcionaba serenidad, calidez y cariño. ¿Cómo no podía enamorarse de ella?

Después de encontrarme con aquella mujer tan simpática con la que había estado patinando. O intentarnos no caernos puede decirse igual. Me había quedado con ganas de patinar más a si que tras esperar un tiempito prudente volví a acercarme a la mujer de los patines para pedirlos de nuevo.

Por un segundito tuve miedo de que me dijese que no y entonces haber tenido que usar eso que no quería usar. Pero no fue necesario! La mujer me dio los patines y yo le di el dinero. A si que... aquí estaba de nuevo cual pato borracho intentando no caerme. No, a ver... tengo que intentar no ser tan cruel conmigo misma... Ya no me caía tanto. Incluso patinaba por el medio sin agarrarme. Pero en cuanto corría el aire de más o algo así, tenía que mover enérgicamente los brazos a cada lado de mi cuerpo para recuperar el equilibro y evitar caerme. Se que suena ridículo, pero funciona.

Claro que entonces sentí como una brisita, cosquilleo extraño y segundos después sentí una mano en mi cintura acompañado de una voz que me hizo sacar una sonrisita como una tonta. ¿Matarla como iba a matarla? Más bien... me volvía más tontina a su lado y la muestra de ello fue la cara que se me había quedado y..

Que cuando me dio aquel beso en el cuello no pude evitar reírme y arrugar el cuello por el efecto del mismo. Maldito el momento en que descubrió mi punto débil. Bueno... en verdad no.. - Ay.. Salena... - Me hice un poco la tontilla y me apoyé en ella con ambos brazos mientras la observaba sonriendo.

- Fue un día raro... - Si, habían pasado muchas cosas de lo más curiosas. Algunas buenas... otras solo, raras. - Pero ahora que estás aquí... no puedo dejar de sonreír. - Me mordí el labio y escondí mi cara en su hombro unos segundos muerta de vergüenza como el 80% del tiempo que estaba con ella. Y también por esa cursilería que acababa de decirle.

Cualquiera que conociese a la ahora hereje, hubiese puesto una mano en el fuego para asegurar que no había persona en el mundo que amase más que a sí misma. Pero, estarían equivocados, Salena miraba a Victoria con una mezcla de amor, adoración y ternura que sobrecogerían al más frío de los corazones. Era casi impensable imaginársela de esa guisa, amorosa, protectora, amable. Pero con la castaña le salía natural, era algo que se había desarrollado a lo largo del tiempo, instaurándose en su pecho ese sentimiento que creía desconocido para ella: el amor.
La hindú la rodeó con los brazos de forma protectora, el dulce olor del cabello ajeno impregnando sus fosas nasales mientras se encontraba a su espalda.—En casa no te quejas tanto de esto.— Susurró bajo mientras frotaba su nariz en el cuello de la hereje. La morena tomó a la contraria con delicadeza de la barbilla, separándola de su hombro, y le dedicó una amplia sonrisa sumada a una mirada cargada de amor.—Es curioso entonces que a mí me suceda lo mismo.— Comentó, antes de acercarse y besarle con delicadeza los labios. Luego tomó su mano, entrelazando los dedos con los suyos—Vamos, que la gente tenga envidia de la pareja tan preciosa que hacemos.— Tiró de ella para que comenzase a patinar, asegurándose que su hechizo había hecho efecto y ninguna se caería.

Intenté encogerme de hombros mientras me revolvía ligeramente sin querer separarme de ella. - Si.. lo hago. - Me reí ligeramente antes de sentir el suave contacto de sus dedos sobre mi barbilla. En ese momento me quedé mirándola hasta que la vi acercarse. Cuando se acercó, bueno, dejémoslo en que puse ligeramente morritos esperando ese beso que recibí con una amplia sonrisa. - Te lo habré contagiado yo.

Sonreí un poco más entrelazando mi mano con la contraria y dejé que tirase de mí para ganar el pequeño empujón necesario. Era extraño estar patinando cuando realmente, no sabía patinar, mucho al menos. - ¿Crees que hacemos una pareja bonita? - Susurre consciente de que escucharía mientras la mirada como si fuese lo más maravilloso del mundo. - Seguro que solo lo haces tu. - Aceleré ligeramente para ir más o menos a su altura. - Eres la más guapa sabes. - Miré a otro lado después de decir aquello. No era alguien que supiese bien tratar con otras personas, pero es que Salena... no podía compararse a nadie.