No se lo puede creer.
Simplemente, no puede.

Cuando mandó un mensaje a Pearl avisándola de que no se marcharía del pueblo hasta dentro de unas semanas, no fue Pearl, sino su hija Anna, quien la respondió. Y no precisamente con buenas noticias. En cuestión de un par de horas, Katerina ya se encontraba en el cementerio de Mystic Falls. No hay nadie rondando aquellos lares tal perezosa mañana de martes; nadie, salvo Anna. En la distancia, reconoce su cuerpecillo pequeño y menudo, contemplando una de las tumbas en particular.

Katerina avanza en silencio entre las lápidas. Se siente flotando, como en una ensoñación. Y sobre todo, en estado de negación. Tan sólo cuando se planta frente a la lápida de piedra que reza el nombre de una de sus mejores amigas, comprende que es cierto. El mensaje que Anna le había enviado horas atrás, recobra instantáneamente todo su sentido.

«Pearl ha muerto.»

La vampiresa contiene el aliento y ahoga la voz, reprimiendo la súbita necesidad de echarse a llorar. La procesión, sin embargo, la lleva por dentro; su expresión es sepulcral e impenetrable. Probablemente Anna se hiciera con el cuerpo y se sirviera de su compulsión para obligar a un par de enterradores a darle digna sepultura. La lápida, recién colocada, reza:


Y quizá en otras circunstancias, habría sonreído. Anna ha sido muy valiente colocando su verdadera fecha de nacimiento. Merece ser recordada tal y como fue... Y, en cualquier caso, duda que nadie vaya a reparar en aquella lápida en particular como para darse cuenta. Quizá en algunas décadas, aquel cuatro se difumine y pueda confundirse con un nueve, siendo una fecha de vida más realista —de 1982 a 2010—; o al menos, más humana.

Pero Katerina hoy no tiene fuerzas de sonreír.

Ambas mujeres permanecen en silencio unos minutos, sin perder la vista de la lápida. Y sólo cuando tiene la seguridad de que no se le va a quebrar la voz, se atreve a hablar. — Ni siquiera me despedí de ella —confiesa, aún sin fuerzas para dejar de mirar aquella lápida. Es surrealista ver cómo todos, incluso los inmortales, algún día acabaremos así: reducidos a polvo y piedra—. Era la única persona que estaba segura que volvería a ver. La única. —Porque Pearl es fuerte: una superviviente. No importaba los siglos que tuvieran que pasar separadas, volverían a encontrarse... así había sido siempre. Así debería haber sido siempre. Pero ya no está.

Pearl ya no está.

— No me debes nada, Anna —se adelanta la vampiresa, volviéndose hacia la más joven—, pero necesito saberlo. Necesito saber qué pasó.

La había visto. Sus miradas se habían cruzado en el mismo momento en el que el corazón de Pearl había sido atravesado por aquella rama de madera. Lo último que su madre había presenciado antes de dejar se sentir para siempre había sido el rostro desconpuesto de dolor y manchado de sangre de Annabelle. Y en ese momento lo supo.

Se había quedado huerfana.

Después de medio milenio, el cuerpo de su madre reposaba dentro de un ataud. Aún no era capaz de asimilarlo que aquello hubiera ocurrido. No estaba preparada para perder a Pearl, menos aún de aquella manera tan cruel en la que lo había hecho. Justo cuando empezaban a recuperar los 145 años que habían perdido mientras ella estaba encerrada en la tumba. Durante aquel tiempo, Anna había podido sobreponerse al dolor manteniendo la motivación de romper el hechizo para sacarla de allí. ¿Pero ahora? No había ningún hechizo, la muerte se la había llevado de manera definitiva, lo único que le quedaba era aprender a convivir con el dolor.

No puede apartar la mirada de la lápida que reza la inscripción del nombre de su madre, junto a la fecha de nacimiento (la verdadera) y su fecha de defunción. Qunientos años de vida y todavía sentía que se había marchado sin que hubiera podido decirle muchas cosas cosas que aún mantenía guardadas.

En algún momento de la mañana, Katherine había llegado a su lado. Anna no dijo nada, seguia en silencio mirando la tumba de su madre. Había sido la vampiresa mayor la que había tratado de contactar a la que había sido su mejor amiga por largo tiempo. Se limitó a darle la noticia, no esperaba que realmente apareciera por allí. Quizás en el fondo, Katherine Pierce todavía conservaba parte de su corazón.

— Yo también lo pensaba — responde con una nota de amargura en la voz. ¿Y quién no? Pearl, tan poderosa y eterna. ¿Como iba a poder seguir adelante sin su madre a partir de ahora? El labio le tiembla tratando de controlar el llanto que amenaza con volver de un momento a otro.

Se toma una pausa para pensar la respuesta. El recuerdo de aquella noche ni siquiera la dejaba dormir, el dolor que sintió, que aún sentía... traga saliva y suelta un suspiro para limpiar su mente —Durante la fiesta en casa de los Mikaelson hubo un enfrentamiento. Licantropos contra vampiros... o al menos esa era teoría, hasta que uno de los licántropos me atacó y se desató la guerra— pensar que si tan solo su madre y ella no hubieran tomado partido y se hubieran marchado de allí habría podido evitar esa tragedia hacía que se le revolviera el estómago — Solo se que mi madre quiso defenderme. Y esos... híbridos de Klaus la atacaron en manada — escupe las palabras como si de veneno se tratase. En principio, no había tenido nada en contra de ellos, se compadecía de que tuvieran que servir a tan atroz lider. Ahora, les odiaba a todos.

El mundo es un lugar hostil, y está muy lejos de ser justo.

Con el paso de los siglos, Katerina Petrova ha aprendido muy bien aquella lección. Tal vez sea una cuestión de azar, o puede simplemente que haya personas que no están destinadas a tocar la felicidad, o que no se la merecen. En el caso de la vampiresa, tiende a echar la culpa a la mala suerte que la ha acompañado desde su nacimiento: desde que fue marcada convirtiéndose en la réplica, cruzándose con los enemigos equivocados y con los aliados menos aptos. En especial, la sombra de aquel que la condenó a una vida de soledad y desgracias, jamás ha dejado de acompañarla en más de quinientos años.

Y hoy, a pesar del famoso indulto con el que ha recuperado la confianza y la lealtad de Elijah, aquella sombra vuelve a postrarse sobre ella, más amenazadora que nunca.

— Klaus —sisea.

Que Pearl haya sido asesinada por una manada de híbridos no puede ser casualidad. Precisamente, Pearl. Su más fiel amiga, a pesar del tiempo y de los egoísmos de la morena. Vampiros contra licántropos... ya. Pero, al final, son los soldados de Klaus los que se cobraron a una de las pocas invitadas que, con toda seguridad, eran importantes para Katerina—. Osó decirme que durante un mes, me habría perdonado. Que sería libre —le dice entonces. Y, durante un breve instante, le creyó. Se dejó llevar por la implacable fe de Elijah, tan capaz de vislumbrar la luz hasta en las almas más oscuras... pero se equivocó—. Debí suponer que aquello tendría un precio —y ella, ilusa, llegó a creerse que sólo lo hizo porque en Nueva Orleans le salvó la vida.

Maldita la hora.

Aquella debe ser su forma de recordarle que, a pesar de todo, no se olvida de quién es. De quiénes son. La única razón por la que Katerina sigue viva —y sobre todo, sigue en Mystic Falls— es por su gracia. Su clemencia. Porque así él lo desea. Llegar a creer mínimamente que tiene capacidad de elección, sería el más grande de sus errores. — Cuando escapé de Klaus en 1492, me prometió que siempre estaría sola —aquello no es nada que Pearl, o la propia Anna, no supieran. Quizá sólo ellas conocen en profundidad la terrible historia en torno a Katerina Petrova—. Lo lamento, Anna. Tu madre no se lo merecía —su único pecado, muy a su pesar, fue ser su amiga.

Se le hacía tan irreal el pensar que nunca más volvería a escuchar la voz de su madre, el no volver a oír su risa, sus regaños, un "te quiero" pronunciado por sus lábios. Ya no iba a poder abrazarla, refugiarse en sus brazos cuando necesitara consuelo y aspirar su aroma a lavanda que la caracterizaba. Ahora todo lo que le quedaba de ella yacía a los pies de aquella tumba de marmol blanco, a 2 metros bajo tierra. Se habían acabado las conversaciones hasta las tantas de la madrugada recordando viejos tiempos, ahora ya nunca más la aconsejaría ni escucharía cuando lo necesitara.

Aprieta los puños de impotencia al esuchar el nombre del responsable.

A sus ojos, Niklaus Mikaelson era el principal culpable de la muerte de Pearl. Quizás no había sido él quien se había manchado personalmente las manos de sangre, pero había sido él quien había creado aquellas abominaciones híbridas que obedecían sus ordenes.

— ¿Klaus Mikaelson mintiendo? Quién se lo diría — escupe las palabras con una mezcla de amargura e ironía. Si algo había aprendido Anna en esos años era a no fiarse de la palabra de un original — Mi madre ha pagado ese precio con su cabeza — asiente ante las palabras de su acompañante. La rábia, el odio y la impotencia crecían en ella como el fuego que devora todo a su paso, arrasandolo.

Durante muchos años se había mantenido neutral, manteniendose leal a sus seres queridos. Ahora ese número se había reducido a la mitad y había llegado el momento de tomar una decisión. Se toma su tiempo antes antes de responder dejando que durante unos instantes el silencio se apodere del lugar — Tienes razón, mi madre no se merecía quedar involucrada en una guerra que no era suya — asiente haciendo una nueva pausa antes de proseguir — Pero Klaus todavía no ha podido cumplir su promesa — por unos segundos sus ojos se oscurecen reflejo del odio que siente por el original — No estas sola, me tienes a mi, Katherine — pronuncia con seguridad aquellas palabras, sin muestra de titubeo — Y quiero que me prometas una cosa, solo una. Que tú y yo, juntas, vamos a hacer que Klaus Mikaelson pague por lo que le ha hecho a mi madre — la venganza se sirve en frío y la que le esperaba al original le iba a caer como el peso de un iceberg — Se lo debes Katherine. Se lo debemos — sentencia.

Una puerta se abre, otra se cierra. Finales. Nuevos comienzos. Pearl no formará parte de este capítulo de sus vidas, ni de aquellos que estén por llegar. Pero en sus manos queda permitir que su muerte haya sido o no en vano.

Sin embargo, ¿qué pueden hacer?

Katherine clava la mirada en la muchacha al escuchar sus palabras. Puede que el vínculo independiente entre ambas jamás fuera demasiado profundo, pero algo las mantendrá unidas por el resto de la eternidad: el amor que profesaban por Pearl. Una de las criaturas inmortales que más lealtad ha demostrado hacia ella, a pesar del paso de los siglos. — Anna —le dice entonces—, no sé qué tienes en mente, pero... Plantarle cara a Klaus es un suicidio. Ahora más que nunca —el primer impulso de Katherine, naturalmente, es reaccionar con miedo. No puede prometerse una muerte segura. El discurso de Annabelle es valiente, pero temerario. Y aunque Pearl es y siempre será su amiga, no vale la pena condenarse por su muerte. Sentenciarse a un punto sin retorno de poco servirá para ellas, y por supuesto no les devolverá a Pearl.

Por no hablar de lo más evidente: resulta que Klaus, de alguna forma, ahora es su cuñado. Y siendo una de las personas más amadas por Elijah, para Katherine es intocable.

Aunque hay algo de él que sí podrían arrebatarle.

— Dime una cosa —comenta, desviando nuevamente la mirada en dirección a la lápida de Pearl—. ¿Hasta dónde serías capaz de llegar por vengar a tu madre? ¿Hasta dónde te querrás arriesgar? —a pesar de la determinación con la que se ha dirigido a ella hace unos instantes, necesita conocer la respuesta. Enfrentarse al híbrido original tiene un precio muy alto: mucho más que siquiera la muerte—. Puede que solo tengamos una oportunidad —le advierte—, y si fracasamos, tendrás que renunciar a tu vida tal y como la conoces ahora mismo. Tendrás que renunciar a Mystic Falls... y a Jeremy Gilbert —puede que esté jugando sucio haciendo mención a su amor adolescente, pero si Anna va a unirse a ella, necesita conocer las consecuencias. Si algo saliera mal, todos sus seres queridos lo pagarán muy caro... E incluso saliendo bien, ambas tendrán que renunciar a todo lo que tienen ahora.

Y lo cierto es que Katherine no tiene nada, o casi. Pero ese no es el caso de Anna.

Sí, quizás la vampiresa hubiera podido perder la cordura que le quedaba, pero ¿Quién podía culparla si lo hubiera hecho? Ahora el dolor era quien dominaba sus acciones y palabras. Su madre estaba muerta y el culpable, Niklaus Mikaelson estaba vivo, ¿Por qué el podía vivir libremente, siguiendo haciendo sus maldades mientras que su madre que solo quería vivir en paz ya no podía hacerlo?

Simplemente no era justo.

— Sí, Katherine, se donde me estoy metiendo, ¿Pero que quieres que haga? Dejarlo así pasar, ¿Sin más? — no, esa no es una opción para ella. No podía permitir que la muerte de su madre fuera en vano — Probablemente sea un suicidio pero te recuerdo que aunque improbable, no es imposible matar a un original — ya habían mantenido esa conversación la última vez que se reunieron a las afueras de la ciudad — Existe un arma que puede exterminarlos — le recuerda.

— ¿Acaso ya no quieres librarte de Klaus para siempre? — la pregunta sale de sus labios con una nota acusatoria en su voz. ¿Se había perdido algún capítulo las semanas que estuvo fuera? ¿Habían forjado algún tipo de alianza de la que no era consciente? Katherine Pierce era una superviviente después de todo.

¿Que a donde estaba dispuesta a llegar por vengar a Pearl? ¿Lo preguntaba en broma? Por supuesto que hasta el final, no había límite. O eso era lo que iba a responder antes de que su acompañante le de un golpe bajo.

Jeremy

Durante un momento todo sentimiento de rábia desaparece al pensar en su novio. Hacía unos días le había prometido que había vuelto para quedarse, que nunca más se iba a marchar. Había imaginado que podía construir una nueva vida con él en Mystic Falls pero aquella promesa había sucedido justo antes de la tragedia. Si bien era cierto que el menor de los Gilbert era lo único que le quedaba a la vampiresa y que perderlo sería algo incluso peor que la muerte para la vampiresa, aún sentía que le debía algo a su madre.

— Si no fracasamos, ninguna de las dos tendrá que renunciar a lo que tiene — quizás solo fuera una única oportunidad, pero todo dependía de ella — Así que ya estas tardando en contarme que es lo que está pasando por esa cabecita — podría ser arriesgado, un suicidio, pero una oportunidad le parecía más que suficiente para entrar en el juego. No quería renunciar a su venganza, pero mucho menos quería renunciar a su pareja.

Se jugaría aquella carta al todo o nada.

Anna clava sus ojos decididos en ella y, por primera vez, de alguna forma la hace sentir intimidada. Hay fiereza, dolor, deseos de venganza; algunos de los motores más peligrosos para los vampiros, criaturas que se mueven en base a sus emociones amplificadas. Se conocen desde hace siglos, y siempre la ha recordado al amparo de las decisiones de su madre. Por primera vez, se trata de su voz y su voto. De su determinación. Está preparada para llegar hasta el final.

— No me desafíes, Annabelle —le advierte, severa—. Jamás ha habido nada que haya deseado más que ver a Klaus muerto. Lo sabes muy bien. Pero también sabes que no te acompañaré a un suicidio —la ferocidad con la que Katherine Pierce se aferra a la vida no es ningún secreto—. Hace semanas fui su rehén —le confiesa—. Me atrapó, me torturó, me mutiló... Y por muy poco, no fui la vampiresa con la que se habría convertido en un híbrido. No estoy dispuesta a pasar por lo mismo dos veces.

En su inconsciente, sabe que le teme más que nunca. Pero hay algo que no se atreve a confesarle: su más grande, y mayor pecado. Atentar contra la vida de Klaus, supone atentar contra la vida del hermano del hombre al que ama. Y aunque odia a Klaus, como jamás ha odiado a nadie a lo largo de toda su existencia... El amor que profesa hacia Elijah es más fuerte.

Sin embargo, no todos tienen por qué quedar al amparo de aquel sentimiento. Ni muchísimo menos.

— ¿Sabes por qué Klaus ansiaba desesperadamente convertirse en un híbrido? —le pregunta entonces—. Más allá del poder, y de sus deseos de ser la criatura más implacable de la tierra... Hay un sentimiento que siempre le ha acompañado. La soledad —la mirada de la vampiresa se ensombrece, mientras aquel plan, poco a poco, va tomando forma en su mente—. Lleva diez siglos cargando con la losa de ser una criatura incomprendida. De ser diferente... Pero como híbrido, no tiene por qué serlo. Puede crear un ejército... o puede crear compañeros. Criaturas como él.

Guarda silencio durante algunos segundos, permitiendo que Anna descubra, poco a poco, los engranajes que componen aquella idea.

¿Suicidio? Tal vez, no era lo suficiente ingenua como para creer que enfrentarse a Klaus Mikaelson sería algo tan sencillo como arrancarle el corazón a un vampiro ordinario. Por algo se había labrado aquella reputación como el ser más temido del mundo sobrenatural, había asesinado cientos no, miles de vidas tanto humanas como de vampiros, había destruido a sus propios aliados e incluso arrasado ciudades enteras. Annabelle era consciente que de fallar en su plan de venganza la muerte sería solo el menor de sus problemas. Pero aún así no iba a quedarse de brazos cruzados mientras el responsable de la muerte de su madre seguía sembrando el caos a su paso e infundiendo miedo a quienes lo rodeaban.

— ¿Y que sugieres? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras Klaus se sigue moviendo a su conveniencia? ¿Seguirás viviendo tu vida sabiendo que en el momento en que le de la gana, será capaz de matarte? — cuestiona cruzandose de brazos ante la figura de la vampiresa mayor — ¿O simplemente seguirás huyendo? ¿No te cansa tener que hacerlo? ¿No quieres plantarle cara? — la preguntas salen una tras otra de su boca como dardos.

Escucha en silencio la confesión de su acompañante, podía notar el miedo en su mirada. Tragó saliva antes de volver a hablar — Por eso mismo, Katherine. ¿Qué le impide volver a atraparte? ¿Y si la próxima vez no tienes tanta suerte? Tú mejor que nadie sabes de lo que es capaz, te has pasado medio milenio huyendo de él y aún así no ha sido capaz de olvidar tu error — sabía que convencer a Katherine sería difícil pues si había algo a lo que la vampiresa temía más que a Klaus, eso era la muerte.

Frunció el ceño y entrecerro los ojos mientras escuchaba las palabras de la vampiresa, ¿A donde quería llegar? Apieta los dedos con fuerza al rededor de sus brazos tratando de descifrar lo que parecía estar queriendole decir — ¿Klaus está creando híbridos porque desea tener una familia en la que sentirse integrado? — cuestiona intentando llegar al fondo del asunto — Pero que los convierta no significa que ellos lo vean como un padre, sobretodo si lo hace de forma obligada o con engaños — murmura más para si misma que para su interlora — A no ser... — de repente parece encendersele una bombilla en la mente de la vampiresa — ¿Que pasaría si sus propios híbridos se volvieran en su contra? —.

Quienes juegan con fuego, se acaban quemando.

Katherine comprende demasiado tarde que se encuentran en medio de una encrucijada: ninguna opción para continuar es mínimamente segura. ¿Retroceder, esconderse? Aún está a tiempo y, desde luego, le ha funcionado los últimos quinientos años. Pero Anna tiene razón en una cosa: en el momento que estime conveniente, Klaus podría —y podrá— arrebatarle la vida. Si ha obtenido un indulto por su parte, sólo es porque tiene en sus manos el corazón de Elijah. Ante el más mínimo error, Klaus tendrá en su poder la excusa perfecta para aniquilarla.

Esta vez, sin embargo, pueden tener una oportunidad para cambiar las tornas. Para lanzar el primer golpe.

Entorna la mirada, en silencio. Tiene que reconocerlo: Anna ha dado en el clavo. El híbrido original ha agarrado su vida por los cuernos desde que la conoció, pero ahora, podrán decidir su propio destino. Quizá, devolverle parte de su propia medicina.

— Si lo hacemos —le advierte, severa—, tendremos que llegar hasta el final. No tendremos opciones para echarnos atrás, ni mucho menos después de dar el primer golpe. Tal vez tu vida cambie, para siempre. Incluso, quizá, te veas abocada a traicionar a personas a las que jamás habrías dado la espalda. Lo entiendes, ¿verdad? —la rebelión, incluso sin fracaso, puede tener un precio. Anna sólo será una aliada fiable si está dispuesta a todo, con tal de acabar con el reinado de Klaus.

A todo.

— De todas formas —carraspea—, quizá no sea necesario. Creo que tu novio y el resto de sus amiguitos puedan ser los primeros interesados en echarnos una mano —tal vez sea pronto para hacer suposiciones, pero conoce de los sentimientos de Stefan y Damon hacia la joven réplica. Harían cualquier cosa por protegerle de aquellos que, ahora, también son sus enemigos.

Katherine se lleva una mano al mentón, con gesto pensativo.

— ¿Crees que puede haber una forma de romper ese... vínculo? ¿De volver a los híbridos de Klaus en su contra? Tengo entendido que es algo sobrenatural. Como los vampiros engendrados a un creador, de forma incondicional —nunca se ha oído nada al respecto de vínculos rotos entre híbridos, porque tampoco han existido híbridos jamás—. Reconozco que mi solución podría ser más drástica —chasquea la lengua—. Y más rápida. Sólo tendré un mes en Mystic Falls.

Para Klaus, perder a sus híbridos por que estos recuperasen su fuerza de voluntad, sería más humillante. Pero tal vez, sólo tengan tiempo para exterminarlos.

— Escúchame —propone entonces—. Me encargaré estos días de buscar aliados. Nosotras solas no tendríamos ni por dónde empezar. Entretanto, encárgate de encontrar una forma para romper esos vínculos, si lo deseas. Volveremos a vernos de aquí a dos semanas; para entonces, quizá y con suerte, ya contemos con varios vampiros de nuestro lado. —El trabajo en equipo les hará ganar tiempo.

Por lo pronto, Katherine debe centrarse en qué hacer con aquellos que, hasta ahora, la han seguido de forma incondicional. ¿Cuál será el papel de Giulia y de Nikola en todo esto? Aún está a tiempo de averiguarlo.

— Y por dios, Anna; no hagas ninguna estupidez —le advierte, antes de marcharse—. Hasta que sepamos a dónde nos lleva todo esto, estamos solas —puede que Anna confíe en el chico Gilbert mucho más que en ella, pero no pueden arriesgarse. Alguien como Jeremy, por ejemplo, podría ser completamente vulnerable ante la compulsión de un híbrido. Cuantas menos personas estén al corriente de lo que sucede, más a salvo estarán.

Katherine desvía la mirada hacia la lápida de Pearl una última vez.

Una madre y amiga querida las ha dejado, para siempre. Pero ahora, depende de ellas que haya sido —o no— en vano.