“Alguien te está buscando”.

Se le había helado la sangre cuando uno de los vampiros de Marcel, y también de sus mejores amigos en la ciudad, le había dado la descripción. Según Rhett, era una joven de cabello castaño, ceño fruncido y con un peculiar tatuaje en su antebrazo. No podía ser otra, tenía que ser ella… Pero, ¿cómo? Piper se había encargado de borrarle los recuerdos y él se había encargado de mantener cierto anonimato, muy lejos de ella, pensando que así la protegería. Sin embargo, ahora estaba tan cerca… y sabía que, si tenía alguna mínima esperanza de encontrarlo, no dejaría de hacerlo hasta que lo consiguiera. O muriera en el intento.

Nueva Orleans era una ciudad peligrosa, puede que más que nunca a esas alturas, y Jasper tenía claro que, si su hermana estaba ahí, e incluso aunque supiera que podía cuidarse sola, no iba a dejarla a su suerte. Quizá era hora de asumir lo que había hecho, cómo había roto su promesa… O puede que solo necesitara encontrarse con ella una última vez, de nuevo, antes de pedirle a Rhett el favor de que volviera a borrar sus recuerdos. Sin embargo, finalmente lo que le pidió al ex-policía fue que le ayudara a localizarla.

No tardaron mucho en dar con ella, cerca del hostal en el que se hospedaba, en medio de una situación complicada. Escuchó gritos, olisqueó la sangre en el aire y estampó contra una de las paredes del callejón al primer vampiro fuera de sí que se topó en su camino. Rhett, a su lado, avanzó hacia el segundo y no necesitó más prueba que el sonido de un cuello al partirse para saber que había sido más rápido que su enemigo. Eran jóvenes y su comportamiento era errático, guiados por la sed de sangre, aunque eso los volvía especialmente peligrosos.

Entre Rhett y él dejaron fuera de combate al segundo y, entonces, fue en un parpadeo hasta agacharse al lado de su hermana. Estaba perdiendo una gran cantidad de sangre, aunque se mantuvo bastante sereno, centrado gracias a la preocupación qué sentía. No podría decir cuántas heridas tenía, solo que estas terminarían matándola antes de que pudiera llegar a un hospital.

—Dylan... ¿puedes oírme? —su pulso sonaba débil, su respiración era irregular, y creyó escuchar un murmullo saliendo de sus labios, que fue precedido del rugir de un relámpago en el cielo, anunciando tormenta. Antes de que fuera demasiado tarde, se mordió la muñeca y la llevó a su boca— Vas a ponerte bien, te lo prometo —la obligó a beber de su sangre y, acto seguido, la cargó con ambos brazos y reparó en la presencia de Rhett, a su espalda— ¿Podrías ocuparte de ellos? Esto es... es importante —no necesitó darle más explicaciones. Ante su asentimiento, desapareció como una ráfaga mientras su hermana caía inconsciente y las primeras gotas de lluvia descendían del oscuro cielo.

Minutos más tarde, Jasper se había colado con facilidad dentro del hostal. Una vez en la habitación que había reservado su hermana, la dejó con sumo cuidado sobre la cama y, aunque su intención era marcharse como si nada hubiera sucedido, dudó. Se quedó paralizado, con el corazón encogido, escuchando como el suyo latía ahora con normalidad y sus heridas se curaban con rapidez. Apenas fue un minuto, pero bastaba para que ella pudiera descubrir su presencia al recobrar la conciencia.

Su cuerpo golpeó con violencia contra la pared de ladrillos del callejón, deslizándose a través de esta hasta tocar el suelo. Se llevó una mano al vientre, que no paraba de sangrar. Se había defendido con uñas y dientes de aquel grupo de vampiros, e incluso se llevó a uno de ellos por delante.

La superaban en número y la pérdida de sangre la debilitaba. Trató de volver a ponerse en pie, pero su cuerpo no reaccionó. No podía más, había llegado a su límite. Dejó caer el rostro hacia un lado y pudo contemplar el tatuaje que se hizo meses atrás, en honor a su hermano.

Jax... ¿Este es el final?

Como si fuera una respuesta a su pregunta, le pareció escuchar una voz familiar gritar su nombre, pero sonaba lejana, como si los separara una larga distancia. No fue capaz de responder, pues en ese momento, la oscuridad la envolvió por completo, arrastrándola hacia las frías tinieblas.

Cuando volvió a abrir los ojos no tardó en percatarse de que ya no estaba tirada en la calle, sino que su cuerpo reposaba sobre una superficie blanda. Al moverse pudo notar como se le clavaba algún que otro muelle, por lo que no tardó en reconocer el incómodo colchón del hostal en el que se hospedaba.

— ¿Balthazar? — lo llamó, asumiendo que el rúnico había vuelto a salvar su vida una vez más. Se incorporó sobre la cama y se llevó una mano hacia el vientre, en dónde uno de los vampiros la atravesó con la barra de metal con la que esta lo atacó en un principio. Pero no había nada. Era como si hubiera desaparecido. Y ni siquiera dolía —. ¿Cómo has...? — lo buscó con la mirada, más no fue el rostro del brujo el que reflejaba la escasa luz que se filtraba por las ventanas, revelando las facciones de alguien a quien conocía muy bien. Sintió a su corazón dar un vuelco y tuvo que ahogar un grito.

Era él...

— Jax... — su voz sonó débil al pronunciar el apodo. Todo lo contrario de su cuerpo, que se movió con rapidez, para avanzar hacia este. En apenas un segundo, sus temblorosas manos se posaron sobre el rostro de su hermano, sintiendo un estremecimiento recorrer su cuerpo cuando su piel entró en contacto con la de este —. Eres tú... — la emoción ahogó su tono y su visión no tardó en humedecerse a causa de las lágrimas, las cuales, no tardaron en descender por sus mejillas en el momento en que lo rodeó con sus brazos, en busca de su calor, que tanto había extrañado —. Estás vivo... — susurró. Y fue entonces, cuando se dio cuenta del poder de aquellas palabras y lo que estas representaban.

Vivo...

Tan rápido como se había echado a sus brazos, se apartó de él, como si su roce abrasase. Retrocedió un par de pasos y lo contempló con una mirada indescifrable.

— Has estado vivo todo este tiempo — comprendió entonces, como si alguien hubiera tirado de ella y la hubiera devuelto a la realidad —. ¿Por qué? — recuperó la fuerza en su voz al hacerle aquella pregunta. Y no, no se refería a por qué seguía con  vida, si no a por qué se lo había ocultado.

Quería una explicación. Y no solo es que la quisiese, es que la necesitaba.

Porque ya no solo se trataba de que Jasper hubiera estado viviendo su vida lejos de ella, en otra ciudad. Si no que, también, se había encargado de que alguien más manipulase su mente para creerle muerto. Durante casi tres años.

Tres años en los que Dylan no había dejado de culparse por su muerte ni un solo día.

Incluso aunque sabía que su hermana estaba bien, gracias a su propia sangre, estaba intranquilo y no se relajaría hasta que recuperara la conciencia. Su idea era marcharse y escuchar desde fuera de la habitación cómo, en efecto despertaba, sin embargo fue incapaz de mover ni un solo músculo mientras se debatía consigo mismo. Y, cuando fue consciente, era demasiado tarde para tomar la vía fácil.

No tenía ni idea de quién era ese tal Balthazar, aunque su curiosidad de hermano mayor afloró unos momentos, al menos hasta que escuchó cómo Dylan recobraba los cinco sentido y se percataba de quién era de verdad. Se quedó en silencio, sintiendo que todo se rompería en mil pedazos si decía algo. Sus pasos la guiaron hasta él y el abrazo que siguió le hizo reaccionar, rodeándola con sus brazos y apretando los labios mientras la emoción lo consumía.

Había ansiado aquel momento más veces de las que pudiera recordar.

Se había imaginado otras tantas su regreso a Mystic Falls, y la forma en la que le expondría las razones de su ausencia; su conversión fortuita, cómo había sido incapaz de suicidarse porque Piper había llegado justo a tiempo, cómo había tenido que destruir su mundo desde los cimientos para construir uno en el que ella estuviera a salvo, todo lo feliz que pudiera estar, y él fuera capaz de controlarse y no ser una amenaza.

—Dylan, ¿estás bien? —notó cierto temblor en su voz, y cómo sus brazos se negaban a soltarla. Llevó una mano a su cabeza, en un gesto protector y cariñoso, y notó la humedad de sus lágrimas en su camisa. Era consciente de que ya no había vuelta atrás. En aquel instante, le daba igual.

Pero la magia del momento duró poco, y se rompió en cuanto la mecánica se paró a analizar el significado de su afirmación. Pudo captar el momento justo en el que sus latidos comenzaron a acelerarse, bombeando sangre a mayor velocidad, seguramente presa de la confusión y del más que probable enfado.

—Sé que tengo muchas cosas que explicarte —le leyó el pensamiento, mientras el ambiente se volvía pesado e insoportable. Nunca habían tenido secretos, nunca, y aquel era demasiado grande—. Creo que, en realidad, ya sabes lo que pasó... Sé que has estado buscándome y eso solo puede significar que recuerdas. No sé cómo, pero lo haces —tragó saliva, haciendo una breve pausa.

—Realmente. no estoy vivo —halló en su interior las fuerzas necesarias para confesarle aquello una vez más. No estaba vivo porque sí que había muerto aquella noche, y ahora se había convertido en una de las criaturas que ambos habían detestado y cazado juntos—. Morí la noche de la batalla, y desperté horas después en... el depósito. Era mejor que creyeras que no lo hice —una decisión que parecía lo contrario a egoísta, solo que no era así para Dylan.

Había decidido por ella, la había dejado sola todo ese tiempo, justificando su culpa cada día y recordándose que la ignorancia sería mejor para rehiciera su vida.

Pero aquella mentira no había llegado a durar ni tres años, lo que le llevaba a preguntarse si Piper estaba bien y a valorar la peor hipótesis posible; llevaba semanas sin tener un mensaje de ella, algo que no le preocuparía de no ser por la presencia de su hermana en Nueva Orleans y lo que esta suponía.

No había pensado en cuál sería su reacción cuando viera a su hermano. No había valorado ningún posible escenario, ni siquiera qué iba a ser lo primero que le diría. Porque, para ella, su hermano llevaba tres años muertos. Tres años en los que no había dejado de llorar su pérdida ni un solo día.

Ni siquiera cuando aquel sueño disparó sus alertas, o cuando Balthazar le aseguró que se encontraba escondido en algún lugar de Nueva Orleans. ¿Y si tan solo se trataba de un error? ¿Y si ese sueño solo era su mente mostrándole lo que quería ver? ¿Y si Balthazar estaba equivocado? ¿Y si se pateaba toda Nueva Orleans y no era capaz de encontrarlo? ¿Y si crecía en ella la esperanza de volver a verlo y al final, tenía que volver a acepta que su hermano estaba muerto? Aquella posibilidad, volvería a hundirla todavía más.

Pero no. No era ningún error. Jasper estaba allí, frente ella. Podía tocarlo y sentir su cálido abrazo cuando este la envolvió. Y durante un segundo, volvió a sentirse completa, como hacía mucho tiempo que no se sentía. Volvía ser aquella adolescente que acababa de perder a sus padres, pero que aun así, sabía que todo seguiría bien mientras tuviera a su hermano con ella. Cuidándose y protegiéndose el uno a otro.

Tal y como se prometieron.

— Te has convertido en uno de ellos... — si bien aquello no debería tomarla por sorpresa, escuchar aquella confesión de boca de su propio hermano le sentó igual que si le hubieran tirado un jarro de agua fría encima. Pero fue aun peor el golpe que vino a continuación.

"Era mejor que creyeras que no lo hice".

— ¿Y creíste que era mejor que pensara que estabas muerto? — salió del shock al instante. Podía sentir aquellas palabras pronunciadas por su hermano como si fueran un eco en su mente —. Imposible. Tú nunca me habrías hecho eso... Nunca me habrías dejado sola — negó. Su mente era capaz de concebir que Jasper le hubiera hecho daño de forma intencional —. A no ser que tuvieras una buena razón — concluyó, mientras su mente trabajaba a una velocidad insana, en busca de una explicación coherente —. Fue esa chica, ¿Verdad? — la chica que aparecía con Jasper en el sueño. Solo que no era un sueño, sino que un recuerdo —. ¿Fue ella quien te dio su sangre? ¿Te obligó a que le acompañaras y me dejarás atrás? — quizás lo amenazó de alguna forma, como con hacerle daño a ella si no le hacía caso.

Porque no podía creer que su hermano hubiera tomado esa decisión por su propia cuenta. Era mucho más sencillo echarle la culpa a otra persona.

Se sentía como un cobarde, como el peor de todos, como aquel que rompe una promesa. No podía ver la decepción en el rostro de su hermana, el dolor; pero sí podía sentirlo, escucharlo en su voz. Estaba rota, y todo era por su culpa. ¿Lo habría perdonado de saber la verdad?, ¿habría aceptado que viviera como uno de aquellos seres que ambos cazaban en el pasado? Como aquel que mató a sus padres. ¿O lo habría odiado por no ser capaz de tomar la decisión correcta?

Morir.

—No, fue decisión mía. Creí que era lo mejor. Dylan... fue solo culpa mía —se llevó una mano al pecho, dando énfasis a sus palabras, admitiendo su mentira con voz temblorosa—. Ella solo lo hizo porque yo se lo pedí como favor, porque quería protegerte de la verdad. Y porque... entonces no tenía el valor para contártela —admitió con pesar, consciente de que eso cambiaría el modo en que su hermana pequeña lo había visto siempre. Como un ejemplo, una especie de héroe sin capa, alguien que la protegería sin importar de qué fuera.

—Piper fue la que me encontró después de huir de la Armería. Estaba en transición, dispuesto a morir... Era lo que quería, lo que debería haber hecho —por la memoria de sus padres, por el peligro que suponía no solo para ella, sino para todas las personas que lo rodearan—, pero ella me enseñó que había otra forma de hacer las cosas. Fue la que me... guió, me ayudó a controlarme. No podía decirte la verdad; me seguirías, te pondrías en riesgo y... —deseaba que ella lo interrumpiera, que le gritara o golpeara; que hiciera cualquier cosa, pero no aquello que más miedo le daría enfrentar, aquello que lo destrozaría— Temía... Temía que me odiaras. Por aceptar ser como aquel monstruo que mató a nuestros padres —finalizó, guardando silencio, y dándole la sensación de que el mundo acababa de detenerse.

No podía verla, pero sí sentirla.

Nunca había dejado de hacerlo, incluso en la distancia. Ella habitaba en sus recuerdos, que revivía a pesar de la culpa. Fantaseaba con su pasado, con volver a él y cambiar tantas cosas. Soñaba con viajar hasta la noche en que cambió todo; obligaría a sus padres a marcharse de aquel lugar, evitaría su muerte y todo sería normal.

No habría vampiros, ni cazadores, ni sangre, ni muerte.
Ni oscuridad.

—Di algo —le suplicó, pues aquel silencio ensordecedor era peor que cualquier otra cosa porque, tras este, era capaz de escuchar cómo su relación se hacía pedazos—. Si quieres que me vaya, lo haré.

Una explicación. Todo debía tener una explicación y Jasper iba a dársela. Estaba segura de que lo haría y que entonces todo cobraría sentido. Su hermano no la habría abandonado sin más. No habría manipulado su mente sin darle la opción a elegir de no ser porque su vida corriese peligro o algo así.

El hermano que conocía nunca habría roto su promesa sin más.

¿Verdad?

Sin embargo, cuando Jasper comenzó hablar, esa explicación que no solo deseaba, si no necesitaba escuchar, nunca llegó. En su lugar, lo que salió de los labios de este fue una cruda realidad que la cazadora no estaba preparada para afrontar.

Y fue, en ese momento, cuando algo se quebró dentro de ella, dejándola más rota de lo que ya estaba. Porque nunca nadie había partido su corazón de la forma en la que su hermano acababa de hacerlo.

"Di algo".
"Si quieres que me vaya, lo haré".

— No te atrevas a cruzar esa puerta — consiguió reaccionar por fin a sus palabras, saliendo de aquella especie de trance en el que se encontraba sumida —. No te atrevas a hacerlo sin escucharme primero — le advirtió. Podía sentir un angustiante nudo en la garganta, como si acabaran de pasarle una soga por el cuello y tirasen de ella cada vez más fuerte, con intención de ahogarla —. Es lo mínimo que me merezco después de venir hasta aquí en busca de la pista de tu fantasma — su cuerpo comenzó a temblar, movido por aquel torbellino de emociones que la asolaba.

Dolor, tristeza, ira... Pero sobre todo, decepción.

— Rompiste nuestra promesa — las palabras escaparon de sus labios de una forma casi lapidaria. Su mirada se mantuvo fija sobre este. Pudo percibir su temor, pero eso no la detuvo —. Y has preferido hacerme creer durante casi tres años que estabas muerto — se quedó callada un instante, mordiéndose el labio inferior con fuerza, como si esperara que este le dijera cuan equivocada estaba.

Pero no lo hizo

— ¡Joder, Jasper! ¡Han sido tres malditos años! — arrebatada por aquel sentimiento impulsivo, fue hacia su hermano y golpeó su pecho con el puño —. ¡Tres años en los que en lo único en lo que he pensado ha sido en tomar venganza! — siguió descargándose con un nuevo golpe en pecho, seguido de otro más. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas de manera desconsolada —. ¡Tres años en los que no he dejado de culparme ni un solo día por lo que pasó! — su corazón latía con intensidad, a pesar de encontrarse hecho pedazos —. ¡Tres años en los que he deseado cada día haber sido yo la que hubiera muerto en tu lugar! — se aferró a su camisa con ambas manos, sintiendo como en ese punto, las fuerzas comenzaban a abandonarle.

¿Cuántas veces había puesto su vida en riesgo, haciéndose eco del poco valor que esta parecía tener para ella? ¿En cuantas ocasiones había visto la muerte de cerca en el último año? Ni siquiera era capaz de contarlas. Y ahora parecía que nada de eso tenía sentido.

Porque Dylan creyó que su mundo se derrumbó el día en que su hermano murió, pero lo que nunca imaginó era que sería el propio Jasper el encargado de tirarlo abajo.

Siempre juntos... Já...

Hubo un momento en sus vidas en el que nació una promesa. Puede que no tuvieran a sus padres, pero siempre se tendrían el uno al otro. Y él la había roto. Sabía lo importante que era para Dylan, tanto como lo había sido para él, y lo había hecho de igual forma... por temor, por cobardía.

Se mantuvo en silencio. Si debía desahogarse, le dejaría hacerlo libremente. Recibió los golpes en el pecho sin pronunciar palabra, manteniéndose quieto en el lugar, sin apenas sentir dolor alguno. Era peor el que sí sentía a causa sus acusaciones, impregnadas de una verdad hiriente.

Tres años. Un tiempo muy largo, en el que tuvo más de mil ocasiones de retractarse, de regresar, de decirle al menos que seguía vivo. Lo pensó tantas veces como oportunidades tuvo, mas nunca llegó a hacerlo. Lo paralizaba el miedo a decepcionarla y causarle más daño, así como la idea de que ella estaría mejor así. Podría cerrar un capítulo, por duro que fuera lograrlo, y empezar de cero.

—Nada de lo que pasó fue culpa tuya —murmuró. Necesitaba decirlo, aunque dudaba que fuera a ofrecerle algún tipo de consuelo a esas alturas—. Y yo nunca me perdonaría que hubieras ocupado mi lugar —en contraste con la castaña, la agarró por las muñecas con calma para que soltara su camisa. No la soltaría a no ser que ella lo hiciera. Sabía que estaba llorando, decepcionada, y deseó que hubiera algún modo de poder consolarla—. Tu deber nunca fue protegerme, Dylan. Ya te lo dije: se supone que eso lo hacen los hermanos mayores —por lo que jamás debió haber cargado con ese peso, ni él haberla abanado.

—Siento que tuviera que ser así, siento haberte dejado sola y, al hacerlo, romper nuestra promesa —a medida que hablaba, sus ojos se humedecían. Aún le costaba controlar la magnitud de las emociones como vampiro, y mucho menos podría conseguirlo en una situación como esa—. Creí que sería más fácil así, para los dos. ¡Se supone que tú debías seguir adelante! No venir a buscarme, poniéndote en peligro. ¿Y si no hubiera llegado a tiempo? —exclamó, sin subir demasiado el volumen de su voz, dirigiendo la frustración hacia sí mismo. ¿Cómo culparla por no poder rehacer su vida?, ¿acaso podría él?

No quería ni imaginárselo. De haber sido Dylan la que hubiera muerto, estaba seguro de que él ya la habría seguido hacía mucho. Quizá ambos habían heredado ese instinto suicida de algún antepasado; ese mismo don que lo había llevado a pelear aquella noche en la Armería, cuando era evidente que ya no era el que había sido una vez.

No importaba, nunca podría haberse quedado de brazos cruzados.

—Lo siento, de veras que lo siento —repitió, por mucho que supiera que no era tan fácil como romper un juguete roto. Era la confianza de su hermana la que estaba herida, algo frágil, algo que no podría recuperar con unas palabras de arrepentimiento.

"Nada de lo que pasó fue culpa tuya."

Había escuchado tantas veces esas palabras en los últimos tres años que ya había perdido la cuenta. Las escuchó por parte de Gin, la noche de la tragedia. También por parte de Blake, cuando fue a visitarlos al hospital. Incluso Balthazar trató de convencerla hacía tan solo unos días de que no habría podido hacer nada. Pero nunca fueron un consuelo para ella y pronunciadas por boca de su propio hermano, aquellas palabras sonaban más vacías que nunca.

Sintió como aquel arrebato explosivo de ira se iba diluyendo y comenzaba a perder fuerza a medida que aquella herida en su alma sangraba al sentirse traicionada por la persona que más amaba.

Aquel que había sido todo su mundo y cuya muerte nunca fue capaz de superar. ¿Y cómo se supone que podía hacerlo sin él en su vida? Cuando en todos sus recuerdos felices, él era el protagonista.

Su hermano mayor, su héroe.

Y ahora, una gran decepción.

— ¿Y qué pretendías que hiciera? ¿Qué ignorara mis sueños? — se soltó de su agarre de un tirón, volviendo a sentir de nuevo como el enfadado se imponía sobre el resto de sus emociones. Era como una montaña rusa que había perdido el control —. ¡Recordé que viniste a verme después de tu muerte! ¡Pensaba que me estaba volviendo loca! — se llevó las manos a la cabeza, retrocediendo un par de pasos y  —. Si no lo hubiera recordado... Seguiría creyendo que estás muerto — su mirada húmeda por las lágrimas derramadas volvió a centrarse en el rostro de su hermano. Él no podía verla, pero de hacerlo, no la reconocería. Pues era la primera vez que en su mirada no había admiración o cariño, sino la más profunda de las decepciones.

— Si no lo hubiera recordado habría seguido llorándole a una tumba vacía, ¡Creyendo que estabas muerto! — exclamó con un nuevo grito sintiendo aquella presión atenuante en el pecho —. Si no lo hubiera descubierto por mi cuenta... ¿Habrías venido a buscarme alguna vez? — un sollozo entrecortado escapó de entre sus labios, sacudiendo todo su cuerpo por inercia —. ¿Acaso te has preocupado siquiera por saber de mí en todo este tiempo? — no... De ser así, Jasper no la habría dejado sola. No habría permitido que arriesgara su vida una y otra vez de forma prácticamente suicida.

Y aquella rabia que la quemaba por dentro, se transformó en un desesperado grito de dolor que estalló en un fuerte llanto en el momento en el que su cuerpo cedió y se dejó caer de rodillas sobre el suelo. Odiaba ser débil, incluso delante de su hermano. Él era la persona que más veces la había visto llorar, el que siempre la había consolado en sus peores momentos. Durante tres años no había tenido ese apoyo, teniendo que cargar sola con su dolor.

Y ahora que lo tenía en frente de nuevo, que ambos se encontraban en la misma habitación, era incapaz de sentir ese consuelo que siempre le brindó.

Ya ni siquiera le reconocía.

— Lo que más me duele de todo no son esos tres años. Si no que no me conocieras lo suficiente como para saber que yo te habría aceptado aunque fueras un vampiro — masculló en apenas un susurro que se convirtió en un gemido lastimero —. ¡Joder! ¡Yo misma te habría suplicado que completases la transición! Porque habría preferido tener a mi hermano vivo que el tener que pasa cada mañana junto a la puerta de su habitación y ver una cama vacía — ¿Es que no era evidente? ¿En tres años no había podido llegar por su cuenta a esa conclusión? Jasper lo era todo para ella y lo habría aceptado, sin importar qué.

Porque su hermano no era ningún monstruo, él nunca sería como la criatura que los dejó huérfanos cuando apenas eran unos críos. Si tan solo hubiera tenido el valor de contárselo, Dylan habría estado para él, le habría ayudado a pasar por los peores momentos. Y no le habría dejado caer en la oscuridad, porque ella se habría encargado de ser su luz y de recordarle una y otra vez quién era.

Pero Jasper eligió otro camino. Eligió destruir la promesa con la que crecieron y abandonarla. La dejó en un mundo en el que él no estaba. Y la rompió.

Y ahora ya era demasiado tarde para recomponer los pedazos de lo que una fue.

No había mucho más que pudiera decir... Ahora que Dylan sabía la verdad, cada disculpa sonaría vacía, sin mucho peso, sin poder cambiar lo que había hecho. Una promesa rota no podía recomponerse. ¿Cuál era ahora el camino correcto? No se paró a pensarlo antes, pues se suponía que eso no debería suceder nunca.

—¿Un sueño? ¿Cómo que un sueño? —su mano se quedó en el aire después de que se soltara, si poder aferrarse a nada más que a las preguntas que surgían ahora en su cabeza, al vacío creado por las mentiras— Que recordaras es imposible. Eso nunca sucede, a no ser que alguien te obligue a hacerlo... o que te conviertan —comentó, más para sí mismo que para Dylan. En la ciencia, incluso la probabilidad se ajustaba a cierto control. Y no había ninguna probabilidad de que eso ocurriera, Piper se lo había asegurado.

—No sé lo que habría hecho —le confesó con pesar, en un tono de voz bajo—. Lo pensaba cada día. Pensaba en regresar, en una llamada... pero ese era el camino fácil —era lo que de verdad quería. En su mundo ideal, habría permanecido a su lado, sin embargo no podía exponerla a un peligro que ni él mismo sabía controlar. Puede que hubiera aprendido un poco en los últimos tres años, pero aún estaba lejos de no ser una amenaza si las cosas se torcían.

—Se suponía que no debía hacerlo. Si te buscaba, aunque fuera a través de otros, sabía que no iba a aguantar sin regresar a tu lado. Era consciente de que sufrirías, pero era mejor eso que poner en riesgo la vida de mi propia hermana... o que no hubieras soportado la realidad. Se suponía que después del luto debías seguir tu propio camino —en su cabeza, era un plan perfecto y nada descabellado; lo mejor para ambos dadas las terribles circunstancias. La realidad terminó siendo una muy distinta... Una en la que Dylan era incapaz de pasar página, una en la que lo encontraba. Una en la que todo se rompía y sus manos, vacías, nada podían hacer para evitarlo.

Aquel grito de dolor provocó que los cimientos de su cordura temblaran. Escuchó las rodillas de su hermana al impactar con el suelo. Hizo ademán de acercarse, recordando el anterior gesto de Dylan y sabiendo que se exponía a un nuevo rechazo, así que se quedó a medias, sintiéndose completamente inútil.

—Me habrías aceptado... ¿y luego qué? —dejó la pregunta en el aire, soltando un largo suspiro— Te habrías adaptado a mí, poniendo incluso en riesgo tu vida. Porque cuando te encontré esta noche, podía oler tu sangre y Dios sabe que la quería. Incluso ahora, puedo olerla, escucho tu corazón y... Esto no es tan fácil. Incluso aunque tú me aceptaras, yo nunca podré hacerlo —sintió que se aligeraba el peso en su alma al admitirlo en voz alta, al aceptar las verdaderas razones de su ausencia, de las mentiras, de su abandono. Porque, sí, la había abandonado.

—Simplemente ya no pertenecemos al mismo mundo, Dylan. Dejamos de hacerlo hace casi tres años —recordaba la fecha exacta, el tiempo exacto. Los días largos se le habían hecho eternos—. Y quizá lo mejor sea... aceptarlo —aunque doliese. Porque dolía, dolía mucho.

Claro, Jasper no tenía ni idea de que Dylan ya no era humana. No sabía sobre la existencia de nefilims, ni de demonios. No podía ni imaginarse que su hermana había sido reclutada por una especie de entidad celestial.

Y en ese momento, tampoco estaba con ánimos de contárselo.

— No eres el único en esta familia que se guarda secretos — aunque en su caso era porque no le quedaba más remedio. Lo había creído muerto durante todo ese tiempo —. ¿El camino fácil? ¡Era lo correcto! — volvió a elevar de nuevo la voz —. ¿Cómo se suponía que podría seguir adelante sin la persona que significaba todo mi mundo? — dolor, rabia, impotencia, decepción... Una combinación de emociones que se entremezclaban entre sí, formando un cóctel molotov que estaba a punto de explotar y prenderlo todo en llamas.

Y así fue...

Se rompía, se rompía. Todo a su alrededor se estaba derrumbando.

Debería estar feliz. Feliz de que su hermano estuviera con vida. De poder volver a abrazarlo, de escuchar su voz. De tener una segunda oportunidad para decirle lo mucho que lo quería y cuánto lo había echado de menos.

Nada más que eso debería de importarle.

Pero en su lugar, lo único que sentía era como le faltaba el aire. No podía respirar. Se estaba ahogando. Aquella marea negra contra la que llevaba años luchando la estaba tragando.

Jasper le había mentido. Lo había hecho por su bien, pero, ¿Qué bien? La había abandonado, privado de su compañía. Le había hecho creer que estaba muerto, que no iba a volver a verlo. Y se había culpado por su muerte. Tres años. Tres años en los que había deseado haber ocupado su lugar. En los que se había dejado consumir por el dolor de su pérdida y abrasar por las llamas de una venganza que ahora no tenían ningún sentido.

Y quería chillar. Tenía la necesidad de hacerlo. De gritar hasta que sus cuerdas vocales se desgarraran. Pero al abrir la boca no emitió sonido alguno. Y sus fuerzas flaquearon.

Si bien no podía ponerse en el lugar de Jasper, podía entender su dolor. Era muy similar al que ella había sentido en su ausencia. Y no dudaba que a su hermano también le había dolido mantenerla alejada. El problema era que él tuvo elección.

Ella no.

Jasper pudo elegir protegerla y mantenerla a salvo, pero no fue bajo su consentimiento. Dylan no pudo aceptar que su hermano tomara la decisión de que viviera una vida alejada de él. Y de hecho, nunca la habría aceptado. Porque sí, su hermano tenía razón en algo; Se habría adaptado a él sin importarle las consecuencias.

— ¡Me has salvado la vida! — exclamó con un fuerte grito sin importarle el llamar la atención del hostal entero  —. Crees que me habrías hecho daño si me hubiera quedado a tu lado. Pero tú no eres como el monstruo que mató a nuestros padres. No eres igual. Tú no eres un monstruo, Jax — apretó ambos puños con fuerza, sintiendo aquella impotencia recorrerla.

”Ya no pertenecemos al mismo mundo, Dylan”.
“Y quizás lo mejor sea… aceptarlo”.

— ¿Qué quieres decir con eso? — alzó de nuevo la mirada hacia este. El dolor, la confusión y el miedo destellaban en esta —. ¿Vas a dejarme otra vez? — ¿Así? ¿Sin más? ¿Eso era todo? Ahora que lo había encontrado... ¿Volvía a perderlo? Sintió una congoja azorar su pecho que fue reemplazada por una repentina rabia —. Bien, vete — se dejó llevar por la impulsividad —. Al menos esta vez sí podré pasar página — para cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, ya era demasiado tarde.

Algo en todo aquello no cuadraba. Para empezar, su hermana nunca debería haber intentado dar con él porque nunca debería haber recordado siquiera algo que no fuera que él estaba muerto, que no había vuelta atrás de eso. Pero ahí estaba.

—¿Qué secretos? —no era justo que preguntara después de los que él mantenía, sin embargo lo hizo de todos modos. Tampoco se esperaba una respuesta; sabía que ahora no se la merecía— No, no lo era. Era lo más egoísta... Dylan, no hay forma de arreglar esto —lo que soy, pensó. Prefería mantenerla alejada de aquella realidad, que siguiera con su vida sin quedarse estancada a su lado —porque los años sí pasarían para ella. Sin encontrarse en un peligro constante.

—Se supone que debías hacerlo pasado un tiempo —tensó la mandíbula. A la vista estaba que no lo había conseguido, sino no estaría allí, en Nueva Orleans. Sino, no se rompería de aquel modo ante él, logrando que la culpa despertara y le susurrara al oído...

"Todo esto es culpa tuya".

—Te he salvado ahora —corrigió. Sus palabras le calaron hondo e incluso notó que los ojos, tras aquellas gafas oscuras, se le humedecían. ¿De verdad no era un monstruo?—. Quizá no lo sea, pero... Pero podría llegar a serlo. No lo entiendes. La sed de sangre es mucho más fuerte de lo que imaginaba, y apenas he logrado controlarla. Puedo oler la tuya, ahora, llamándome. Y es... casi irresistible. Si hay algo que no podría perdonarme jamás es hacerte daño —expuso con pesar, porque esa era la triste verdad. Al morir, simplemente había dejado ser Jax, el que ella conocía, el que se quedaría a su lado sin dudarlo, el que la protegería incluso cuando era incapaz de protegerse a sí mismo.

Y debían aceptarlo.

En esa ocasión no respondió. Fue un acto cobarde... Ella misma llegó a la conclusión por sí sola. Percibía la decepción empañando su tono de voz, el dolor y, finalmente, la rabia. Jasper tan solo dejó que aquella oscuridad, lo único que podía acertar a ver desde hacía meses, los envolviera a ambos en un frío abrazo, antes de que se interpusiera de forma definitiva en su camino.

—Lo siento, Dylan. No te metas en problemas —fue lo último que le dijo antes de desaparecer, tal y como había pedido, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla sin que se diera cuenta de ello.

Aquellas últimas palabras resonarían en su cabeza los días, semanas y meses que seguirían.

No importara lo rápido que huyera esa vez, jamás podría escapar.

"¿Qué secretos?"

No respondió a su pregunta, no iba a hacerlo en ese momento, Y su hermano tampoco insistió por saber la respuesta, supuso que él mismo habría llegado a la conclusión de que no era justo. Igual que no lo era el haberse tenido que enterar de esa forma que había preferido abandonarla a contarle lo que de verdad sucedió aquella noche.

— ¡Estás hablando de algo hipotético que ni siquiera tienes la certeza de que llegue a suceder! — por mucho que pudiera desear su sangre, lo cierto era que ya se había resistido a ella y todo para salvarle la vida —. No vas a hacerme daño — no más del que ya le había hecho de manera inconsciente. Estaba convencida de ello. Pero Jasper no era capaz de verlo.

Estaba decidido a mantenerse alejado de ella... Y fue la rabia que sintió en ese instante lo que la llevó a echarlo de su vida.

Contuvo el aliento, su cuerpo se paralizó al escuchar la despedida de su hermano hacia la que se mantuvo en silencio. No hizo ni dijo nada, hasta que pasaron varios segundos en total silencio. Un silencio que se hizo eterno.

Se ha ido...

Sintió una fuerte presión en el pecho. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Por qué le había pedido que se marchase? No era lo que quería, por mucho que le doliese, no lo era.

Sintió la necesidad de ponerse e pie e ir a buscarlo. Incluso hizo el ademán de hacerlo. Pero durante unos instantes, se quedó quieta, parada frente al marco de la ventana por la que Jasper se había marchado.

No ha dudado...

Sintió el frío envolverla una vez más, arrastrarla de nuevo a aquella oscuridad. Ella había pronunciado las palabras, pero Jasper había tomado la decisión incluso antes de que lo hiciera.

Un fuerte alarido escapó de su garganta, precediendo a aquellas lágrimas que comenzaron a descender sin control por sus mejillas.

Su mundo volvía a hacerse pedazos una vez más.

Nunca dejaría de estar rota.