—Apenas quedan diez minutos para el cambio de siglo, querido. ¿Estás emocionado? —Deucalion tenía a Dion cogido de su brazo. De vez en cuando saludaban en conjunto a algunos de los Strix más imponentes. Por supuesto, dada su antigüedad, ellos también estaban en aquella fiesta igual que los hermanos de Deucalion: @Theseus C. Atreides y @Ariadna D. Atreides.

Ninguno de los dos —o mejor dicho, de los tres—, sabía lo que tenía planeado para aquella noche. Deucalion lo había mantenido en secreto como podía, intentando no hablar de más o no contar de menos para no parecer sospechoso.

Tenía pensado pedirle a Dion que se casara con él en aquel mismo evento delante de tanta gente. Casi con total seguridad imaginaba que sería una respuesta afirmativa, pero aún y con todo, sabía que los nervios latentes por miedo al rechazo estaban ahí.

O tal vez no fuera miedo al rechazo.
Tal vez fuera algo más.

Tal vez jamás llegaran a casarse, a contraer nupcias; porque aquella misma noche el destino le arrebataría a Dion de sus brazos y Deucalion no podría hacer nada por evitarlo.

«Diez minutos para el cambio de siglo»

Claro que estaba nervioso. Dion estaba nervioso por muchos motivos. Aun no se acostumbraba a esas fiestas con tantos compañeros rodeándolos. Su posición como noble de su casa era algo que le había acostumbrado a ese tipo de eventos, pero nunca habían sido de su agrado. Y al igual que siempre, encontrarse cerca de Deucalion seguía poniéndole nervioso, quizás porque notaba que le contrario también lo estaba.

— Si te lo hubiesen preguntado alguna vez, ¿habrías esperado asistir a un cambio de siglo? —pregunto de forma retorica mirándole directamente a los ojos—. Porque yo no —susurro acercándose ligeramente para depositar un tierno beso en sus labios. Un ligero roce, cariñoso y corto antes de volver a mirar al frente.

Toda la familia de Deucalion estaba allí y Dion no se esperaba lo que Deucalion tenía preparado para él. Claro que no. Para él, aquel era un evento más, una fiesta en la cual podrían compartir algún momento. Poco le importaban las apariencias, porque al menos desde hacía tiempo se había dado cuenta, de que poco importaba lo que pensasen los demás.

Él estaba feliz por estar con Deucalion, por poder compartir aquello con él. Por desgracia, esa felicidad se vendría abajo. Y lo haría demasiado pronto.

—Creo que no —negó con la cabeza en varias ocasiones. La pregunta de Dion era tan extraña como certera. Cualquiera que los escuchara y no fuera vampiro o no estuviera involucrado en el mundo sobrenatural, creerían que eran dos locos. Irónicamente, tal vez lo fueran. Con su actitud tan altiva y al mismo tiempo sociable, Deucalion disfrutaba en las sombras de arrancarle el corazón a sus enemigos y beberse su sangre. Dion, por el contrario, si bien también disfrutaba la violencia, puede que fuera un poco más transparente en eso.

O por lo menos, para Deucalion sí lo era.

Por eso el beso que le dio y que el propio Deucalion correspondió no le pilló tan de sorpresa, aunque sí lo suficiente como para que sus mejillas enrojecieran—. Disfrutemos del momento, amor. Hoy quiero darte una sorpresa importante —puntualizó. Después de dar fin con la copa de champagne que portaba en su mano libre, Deucalion toqueteó su bolsillo como un loco, acariciando la cajetilla donde estaba el anillo.


Y lo habría hecho de no ser porque, justo minutos después de las doce y de entrar en el nuevo año, la velada se sumió en el caos más profundo.

Sangre, vísceras, violencia. La Hermandad de Sacmis había irrumpido junto a otros enemigos en aquel recinto donde estaban los Strix, en Marsella. Se inició lo que más tarde se reconocería como la Masacre de Marsella y lo que se escribiría en los libros y crónicas de los Strix, dándole la importancia que se merecían.

—¿¡Dion!? —alzó la voz. Se habían separado, lo sabía bien porque no estaba a su derecha ni tampoco a su izquierda. No lo veía por ninguna parte. Sus hermanos, Theseus y Ariadna estaban en el área de visión de Deucalion, aunque ocupados arrancándoles el corazón a sus enemigos igual que él—. ¿¡DION!?

Pero que su pareja no respondiera, solo aumentaba la ansiedad del griego.

Si Dion hubiese sabido en ese momento lo que Deucalion tenía listo para esa noche, habría tomado a su amado y se habrían marchado de allí. Pero no lo sabía, ni llego a saberlo nunca. Cuando el cambio de año llego también lo hizo la guerra. Una guerra que habían estado luchando mucho tiempo y que se vino encima sin previo aviso.

Fueron atacados, y en algún momento, sin saber cómo Dion fue separado de Deucalion. Intento regresar con él. Intento volver, pero acabo demasiado lejos. Quiso regresar con el, pero fueron varios los batets que le rodearon en ese momento. La masacre se aumentó, las victimas crecieron por momento, y lo que estaba destinado a ser una noche mágica, se convirtió en una verdadera tragedia para los amantes.

En mitad de toda la trifulca, le alcanzaron. Su traje impulso quedo manchado de sangre completamente y su corazón casi arrancado del pecho solamente encontró una salida. Los cadáveres acumulados a du alrededor fueron lo único que le salvo. Tuvo que hacerse el muerto, rogando porque Deucalion estuviese bien, estuviese vivo. En su cobardía y con las heridas sufridas, no se levantó hasta que tuvo claro que todo había terminado.

Cuando lo hizo, solamente contemplo aquella masacre, y se sintió culpable de haber abandonado a los suyos. ¿Qué había podido hacer estando herido como estaba? Seguramente nada, pero tampoco lo había intentado. La congoja se acumuló en su pecho y las lágrimas ante lo ocurrido comenzaron a rodar por sus mejillas.

— ¡Deucalion! —llamo en ese momento. Pero nadie había ya allí. Su amado, ya no estaba allí, se había marchado, pero Dion, fue otra cosa la que interpretó—. ¡DEUCALION! —El grito desgarrador salió de su garganta. Arrastrándose prácticamente y en mitad de la desesperación suplico por la vida de su amado—. No por favor… no —susurra sumido en el pesar, con aquella pila de cadáveres a su alrededor.

La pelea fue demasiado fuerte como para siquiera obviarla. No podía. Ni él, ni ninguno de los Strix. Y contaba con que Dion hubiera peleado con uñas y dientes para salvarse, para salvar a los suyos, demostrando la misma ferocidad y lealtad que demostró en el campo de batalla en el pasado, en la guerra cuando estuvo con Deucalion.

—¿Dion? —su voz sonó tan rota como desolada. Vio a un Dion tumbado entre tantos cadáveres y se imaginó lo peor; fue lo peor. Para el griego aquella noche pasaría de ser mágica a no ser nada más que una terrible pesadilla. No había vuelta atrás y lo sabía.

Su hermano estiraba del traje roto y manchado de sangre de Deucalion para llevárselo. Tenían que huir, tenían que encontrar al resto de miembros de la Hermandad de Sacmis para acabar con ellos. Órdenes de Tristán, escuchó decir a Theseus. Nada más. Aquello fue suficiente como para que Deucalion, desesperado y roto, con lágrimas en los ojos que amenazaban con salir por sus mejillas, abandonara el lugar tan pronto como le fue posible.

Sin saber que, en realidad, Dion no había muerto. Desgraciadamente, su agonía solo acababa de empezar.