Todas la personas que le importan están allí, y en el fondo eso tampoco es algo extremadamente complicado. Teniendo en cuanta que la persona que le importa es Deucalion y la familia de este, no es muy complicado. Puede que incluso lo único que le importe a él es que su amor no sufra y por eso se ha esforzado y se sigue esforzándose en llevarse bien con su familia. Son los Atreides con aquellos con los que sin duda más se ha relacionado en su vida como humano y como vampiro.

Pero Bartholomew no esperaba tener la oportunidad de ver un nuevo milenio. Tendría que haber muerto hacía mucho tiempo, pero gracias a Deucalion no es así. Gracias en realidad a Tristán no es así. Porque son muchas las cosas que le debe al líder de los Strix que le permitió unirse a ellos para así poder disfrutar de su inmortalidad y eternidad juntos.

Ariadna también está allí aquella noche. La más joven de los Atreides también estaba presente en el evento del año. Aún no había encontrado a Deucalion, pero se acercó a ella con una sonrisa en el rostro y una copa de Champagne en la mano para ella—. Estas preciosa esta noche —la saluda tendiéndole una de aquellas dos copas que ha tomado. Aunque esta impaciente por ver a Deucalion, también quiere compartir tiempo con su familia.

Espléndida, regia, imponente, toda una beldad y deidad griega. Acapara la mirada de los hombres —y cabe destacar, algunas mujeres—, algunos cuchichean sobre ella. Ariadna Atreides desciende las escaleras ataviada con una prenda de última colección, adornada con lo necesario para resaltar su innegable belleza. Al llegar al pie de la escalera, planta un beso en la mejilla de Tristán y luego, la de Aya. Busca a sus hermanos con la mirada, sin embargo, deja de buscarlos en cuanto Dion entra en su campo de visión.

—Señor De Lasage.—Bromea al usar una formalidad y frivolidad que no necesita con aquel hombre. Ofrece su mano para que el hombre bese el dorso con la acostumbrada caballerosidad.—Tan dulce y acertado.—Asiente con la cabeza en tono de aprobación.—Te ves como todo un caballero de la regencia. Con un atractivo y elegancia, impecable y sinigual.—Elogios brotan de sus labios para quien ha sido adoptado en su familia.

Más que un cuñado, otro hermano.

Ariadna acepta la copa.—Muy poco la organización ha gozado de un evento igual. Y con toda razón, la llegada del Milenio es un acontecimiento único.—Las últimas personas que celebraron el primero, datan del tiempo de su bisabuela.—¿Piensas aprovecharla de alguna manera?—Para hacer promesas, formular propuestas, tal vez…

Hacerlo aún más inolvidable.

— Señorita Atreides —susurra antes de tomar su mano entre la ajena y llevarla hacia sus labios para depositar un beso lleno de respeto y al mismo tiempo algo de cariño hacia la contraria, hermana del hombre al que ama—. Gracias por sus elogios. La noche requiere de toda esta elegancia y rectitud. —Porque bien saben ambos que ajeno a aquel evento su trato seria completamente diferente.

Era cierto que aquel evento era importante para la organización, para todos ellos. El tenía la necesidad de estar allí, pero si alguien se lo hubiese dicho jamás habría pensado que se encontraría en semejante situación. Acompañando a la hermosa mujer con la que se ha cruzado, Bartholomew bebe de su copa y sonríe ante la pregunta de la contraria.

— Disfruto de mi inmortalidad todos los días, cada noche como si fuese la última. Esta en cierto modo lo es. El fin de algo que da paso al comienzo de mucho más —responde. Poco sabe entonces el hombre que está mucho más acertado de lo que cree. Sin duda aquella será la última noche antes de la futura tortura que le espera, y no solo a él, sino también al amor de su vida—. Aún no he visto a tu hermano —comenta finalmente—. Pero estoy seguro de que acabare encontrándole —Siempre lo hará. Esten donde estén sabe que se reencontrarán siempre—. Estoy seguro de que esta noche también es importante para ti. —Para ella como persona no para la organización en sí.

Su hermano no pudo haber acertado más en su elección de pareja. Ariadna posee la total seguridad de que serán unas de las más envidiadas de la noche. La morena se encuentra emocionada por la perfección que augura ser esa apoteósica celebración. Los Atreides resaltaran nuevamente, no le cabe la menor duda.

—Oh querido, faltaba más. Solo expongo el placer que me da verte aquí.—Le asegura, insistiendo en que no tiene por qué agradecer los halagos bien ganados.

—Interesante estrategia para afrontar la eternidad. Confío en que mi hermano sepa recomenpensarlo.—Se permite una ligera broma para romper el hielo. Después de todo, son familia. Política, pero al fin y al cabo familia.—No le des importancia. Aparecerá en cualquier momento, ya sabes lo que tarda en arreglarse como todo un titán griego.—Herencia Atreides. Ariadna no tiene una sola duda.

Y vaya que ha servido para pescar a un hombre como Bartholomew. Claro, nada menos de lo que merece su hermano.

La hermosa e imponente morena de labios rojos como la cereza, se lo piensa dos veces antes de contestar. Aunque no porque tenga dudas — puesto que ha esperado este evento por décadas—, sino porque aquella noche debía hacer la diferencia para ella. Tal vez interesarse por algún caballero que valga la pena y darse un pequeño mimo.

—Si te soy sincera, si pasara por alto de que se trata de una celebración única, se convertirís en una fiesta tan común como cualquier otra de nuestra élite.—Elegante y lujosa, derrochando poder económico, social y político. Es la organización de vampiros más longeva del mundo… Impenetrable, imposible de reducir a cenizas.

Como dioses se alzan gloriosos, descendiendo del cielo a la tierra en infierno completamente a voluntad y placer. Y Ariadna no puede estar más dichosa de pertenecer a aquello que le hace especial.

—Puedo saber si, ¿se convertirá en una noche más especial para mi hermano? —No es de extrañar que piense que Dion podría declararse ante Deucalion ahí mismo. Aquella noche sería el escenario ideal para pedirle a la persona que amas, anudar su lazo eterno también en papel.

El inglés sonríe, alagado por los comentarios de la contraria. Sabe perfectamente que por parte de ambos son ganados y no han de agradecerse, pero siempre han sido así. Bartholomew siempre ha tenido un cariño especial por toda la familia Atreides, quizás porque eran los hermanos de su amado, quizás porque sencillamente, sentía que encajaba a la perfección con aquella familia que le había dado mucho más que la suya propia.

— Lo hace, todos los días —responde no sin sentir cierto rubor en sus mejillas. Deucalion compensaba todo aquello, y Dion no se imaginaba la vida sin él, no después de todo lo que habían pasado juntos y de lo mucho que había descubierto a su lado—. Reconozco que estoy deseando poder compartir esta noche con el —reconoce, pues ante Ariadna o Theseus poco sentido tiene mentir ante lo que le hace feliz. Principalmente porque sabe que se le nota en el rostro. No es algo que haya intentado ocultar nunca.

Sin embargo, la muchacha tiene razón. Aquella fiesta únicamente es especial por el cambio de siglo. De no haber sido esa fecha habría sido una reunión más, un festejo donde todos habrían pecado de lo mismo de siempre… la pomposidad y todos los vicios. Pero aquella noche era especial, y Dion no sabía cuánto. Ni como se torcería en el último momento. Quizás es por eso por lo que no supo responder a la pregunta de la castaña.

— Estoy seguro… de que esta noche nos depara momentos únicos… para todos —dijo, pero no porque él se hubiese propuesto pedir la mano de su amado. Lo deseaba con todo su corazón, pero no sabía si Deucalion también. En ocasiones no era necesario complicar las cosas, y quizás, había cierto temor por parte de Bartholomew a que una boda, lo complicase. Aunque él quería, albergaba dudas—. Y estoy seguro de que también habrá momentos para ti —añade mirándola—. ¿Algún pretendiente destacado esta noche? —pregunta, intentando de forma sutil desviar el tema.