Ni falta hacía decir que, en efecto, no era el único Morningstar-Hegarty allí aparte de Lydia. También estaba su hermano Ezra, al que había visto brevemente y con el que había charlado antes de salir disparado a, probablemente, entablar conversación con Auron Ackerman o con cualquier otro que conociera. Parecía que no, pero Ezra era bastante popular también.

Inclinado a ir hacia donde más le llamaba —la biblioteca—, supuso que se encontraría a Nissa en algún momento de la velada. Pero nunca predijo que lo haría tan pronto, claro—. Vaya por Dios —murmuró para sí mismo. Con la copa de champagne en la mano, Jaime dio un soberano trago casi bajándola en su totalidad—. Nissa, buenas noches. Imagino que Clary está en casa, ¿no? No la he visto por aquí.

Casi que lo prefería. Cuanto más alejada se mantuviera de todas estas cosas, mejor.

Nissa contiene la respiración apenas se cruza con el joven Jaime. Las probabilidades de hacerlo eran altas; pareciere que toda Nueva Orleans hubiera decidido presentarse a aquel evento, de modo que aquel encuentro parecía inevitable. —Jaime.—No pasa por alto que ha apurado prácticamente por completo su copa antes de acercarse a ella. Un cuñado de malas pulgas y encima, borracho; lo que les faltaba para coronar la velada.

—Feliz Nochebuena.—Hace de tripas corazón, y aunque cada vez le supone más esfuerzo, sigue tratando de mostrarse amable, de enterrar el hacha de guerra. Si Ezra ha de sentirse dividido entre sus hermanos y su esposa, no sería por su propia iniciativa...

Además: es Navidad. Y dicen que la Navidad ablanda a la gente, ¿no es cierto? —No, Clary no está aquí.—Confirma con un asentimiento.—No sabíamos... qué esperarnos de una fiesta en un lugar como este. Traerla era arriesgado.—Y Nissa jamás habría expuesto a su pequeña.

Al menos todos pueden tener aquel punto en común, ¿verdad? El amor hacia la pequeña Clarissa. —Pero mañana es Navidad.—Le recuerda.—Estoy segura de que Clary tiene muchas ganas de verte. Tú y tu hermana podíais venir a comer —le propone entonces, conciliadora—, y pasar una tarde en familia.—Pudiendo así, por fin, acercar posturas.

Pero por alguna razón, Nissa tiene la intuición de que Jaime no va a ponérselo tan fácil.

Le ha faltado el canto de un duro para arrugar su nariz en una expresión de desagrado, pero los Morningstar tienen unos modales impecables, así que no se lo permite. Tampoco es necesario armar un escándalo tan... En público y, menos todavía, en Nochebuena. Jaime, que es un amante de la Navidad igual que lo es del verano, Pascua o Halloween —por más miedoso que sea en ocasiones—, prefiere respetar la tradición.

—Bueno, creo que es la única vez en la vida en la que estamos de acuerdo. Traerla era arriesgado, mejor que se quede en casa. Estará más calentita que aquí, eso seguro —estúpido castillo con sus estúpidos ladrillos que tienen estúpidas grietas por donde corre un maldito frío del copón. Se le van a helar los pelos de la nuca y de otras partes que mejor no mencionar, aunque bueno, siempre va bien limpio por ahí y no le gusta tener mucho pelo; nunca le ha gustado.

Parece que Nissa y Jaime mantienen un duelo de miradas tan interminable como la historia —haciendo referencia al libro de mismo título—. El rubio es quien toma la delantera y se ha acercado un poco a Nissa, aunque sus brazos permanecen cruzados sobre su pecho—. ¿Crees que nos aguantarías una comida entera? Porque yo lo dudo bastante —y Nissa puede que también—. Así que cambio la apuesta. ¿Una merienda? ¿Café, tal vez? Me gustaría ver a Clary y darle sus regalos.

Lo que no haga por esa mocosa... No lo hará por nadie.

—Concretamente, la temperatura no habría sido un problema para ella.—Uno de los pequeños detalles en los que Nissa reparó apenas llegaron, y al que quizá prestó más atención precisamente por la condición de brujo de su marido: a pesar de gozar de un gran patio al aire libre, el lugar se siente mucho más aislado y cálido de lo que debería.

Pareciere… cosa de magia.

Pero qué puede pedirle a Jaime, si probablemente lleva más copas encima de las que debería haber contemplado tomarse. Suficiente que pueda mantenerse en pie, como para ser consciente del clima del lugar. —Pero sigo pensando que hay demasiados rostros conocidos en el evento. Exponerla no habría sido prudente.—Ni qué decir tiene que la fiesta no tiene corte infantil en absoluto. La tensión entre algunos de los invitados pareciera invitar al libre lanzamiento de cuchillos entre cualquier momento.

Y sí: a todas luces, Nissa y Jaime serían de los primeros en participar. —Jaime, querido, no pretendas proyectar tus propias actitudes en mí.—El tono de su voz sigue siendo amable, pero firme.—Desde mi regreso a Nueva Orleans, te has asegurado de faltarme al respeto de todas las formas que se te han ocurrido, y a pesar de todo, sigo tendiéndote la mano porque eres familia de Ezra, pero sobre todo, porque lo eres de Clarissa. Pero no te equivoques —le advierte, severa—, no expondré a mi hija a un fuego cruzado. Si no vas a saber controlar esa lengua y comportarte como es debido, no habrá comidas, meriendas o cafés que vaya a permitir que compartas con ella. ¿He sido clara?—Ya está.

Ya lo ha dicho.

Ha tratado de ser resiliente a los golpes y de poner la otra mejilla, pero Nissa ha llegado a su límite. No quería llegar a aquello, pero definitivamente, Jaime no le ha dejado más remedio.

Su cuñado es una causa perdida. Y Nissa no es la clase de mujer que permite que las causas perdidas se acerquen lo suficiente como para llegar a contaminar a su pequeña.