Salón de baile.

—¡Ezra!—Lydia saluda a su hermano mayor enérgicamente con la diestra al reconocerlo cruzando por uno de los laterales del salón de baile. Ha aprovechado a hacerlo precisamente, porque se ha tomado unos segundos para quedarse embobada contemplando su atuendo, y cerciorándose acto seguido de que... está solo.

Es Navidad. Con sinceridad, lo menos que le apetecía en un día como hoy, era acercarse a saludar a su cuñada. Lo habría hecho de no haber tenido más remedio —nunca se habría atrevido a faltarle al respeto, o al menos, no lo habría hecho delante de Ezra—, pero ha podido evitar el momento incómodo... por ella, y por Jaime.

Las cosas siguen sin estar del todo bien entre sus dos hermanos mayores, a pesar de los intentos de Lydia por mediar. —Veo que alguien ha colgado por un día sus trajes de oficina.—Intercambiándolo por una vestimenta igualmente formal, pero adaptada a la ocasión festiva.—Estás... oh, espera.—El nudo de la corbata está en su lugar, desaflojado ligeramente a causa de las horas que ya ha pasado con ella puesta; con confianza, Lydia se toma la libertad de acercarse a él para ajustar un poco más la lazada.—Ahora sí.—Concluye.—Perfecto.

No nos engañemos: es probable que sólo Lydia —y el propio Ezra— puedan percibir aquel pequeño, prácticamente minúscula mejora en la corbata.

Pero puede que haya bebido alguna que otra copa de champagne más de las debidas, y no ha querido privarse de oler su perfume un poco más de cerca. —Oh, ¡me encanta esta canción!—La sintonía cambia en aquel momento y Lydia, con la confianza que sólo una hermana menor podría haberse tomado, se agarra de su brazo para llevárselo a la pista de baile.—Vamos, Ezra, es Navidad. ¿Cuándo fue la última vez que me llevaste a bailar?—No se lo reprende, pero sí es un argumento preventivo, antes de que el primogénito Morningstar pueda aferrarse a cualquier excusa para librarse de su visita a la pista.

Puede que Ezra esté casado, que haya venido a su fiesta con alguien más y, lo más importante de todo: que ambos siguen siendo hermanos.

Pero aquel baile será de ella y él, de ambos. Y de nadie más.

Salón de baile.

Reconocería esa voz entusiasta en cualquier parte. Ezra se encontraba observando un cuadro enorme bastante bizarro, de hecho. Se vuelve con rapidez hacia la bruja con una sonrisa amplia en su rostro.

—Lydia.—A diferencia de su hermanastra, susurra su nombre. Y lo hizo con una mezcla de hondo cariño y alivio, como si de repente hubiese llegado algo así como su salvadora.

Salvarlo del tedio, probablemente.

—Una pena para ti, ¿no es verdad? Te encanta verme con esos trajes.—Aunque seguramente solo en la oficina, donde el ambiente ejecutivo es el adecuado para ello, no en casa y tampoco en una reunión como esta. Sí, no necesita que Lydia se lo recuerde, Ezra sabe cómo le gusta a su hermana que vista en cada ocasión, después de todo siempre se anda fijando en su vestimenta.

Cómo justo ahora.

—Una abogada que también cuida de mi imagen.—Comenta mirándola a los ojos mientras se deja acomodar la corbata, algo vergonzoso para alguien que ya se supone, ya tiene a alguien para cuidar eso.—No voy a subirte el sueldo, hermana.—Bromea ligeramente, dedicándole una sonrisa de agradecimiento.—Y tú siempre te ves hermosa y perfecta.—Es una mujer Morningstar, por supuesto no hay nada fuera en su lugar.

Tal vez ese exagerado aliento a champagne.

A Ezra no le dio tiempo de hacer algún comentario al respecto. Cuando se dio cuenta, estaba en la pista de baile junto a Lydia. Estaba a punto de usar lo del champagne para zafarse del asunto, pero su hermana fue más rápida.

—No lo sé, antes íbamos seguido.—Antes de que se casara. Cuando era novio de Nissa se permitía muchas libertades, sin embargo, al colocarse el anillo de “hasta que la muerte nos separe”, Ezra ocupó todo su tiempo en su compañera de vida, incluso cortando con actividades familiares.—Pero está bien, bailemos. No quiero reproches futuros tuyos.—Le dice sonriendo mientras coloca una mano en la espalda baja femenina, y con su mano izquierda toma la derecha ajena, acercando sus cuerpos lo justo para iniciar un baile lento.

—¿Has venido con alguien? —Ezra nunca pierde oportunidad de averiguar si existe alguien en la vida de Lydia. Siempre se lo pregunta de todas las formas y ocasiones posibles.

En el fondo, solo admite un contrincante por la atención de Lydia, y es Jaime.

—Me encanta verte con esos trajes —admite, con un asentimiento—, pero una no puede ser egoísta en Navidad, ¿no crees?—Eso sin mencionar que, con sinceridad, no hay nada que a Ezra no le siente bien: tiene una percha impecable prácticamente para lucir cualquier prenda, y en cualquier contexto. Es la clara prueba de que la clase y el estilo son atributos que se llevan por dentro.

—No soy sólo tu abogada, ¿recuerdas?—Le sonríe.—Soy tu hermana. Asegurarme de que te ves perfecto, es mi deber.—Y debería serlo también de Nissa, pero su esposa no parece haber prestado nunca tanta atención en los detalles como ella misma. Y, hablando de Nissa... ¿ella dónde estará?

Espera que lo suficientemente lejos como para que no les arruine aquel baile.

—Siempre juzgándome con buenos ojos, Ezra.—Se echa a reír, mientras estrecha distancias para poder empezar aquel baile. La mano de Lydia descansa sobre el hombro firme de su hermano mientras le mira a los ojos.—Solíamos pasarlo bien, ¿no crees?—Lydia recuerda aquella época con nostalgia.—Sé que te convertiste en un hombre muy ocupado desde que fuiste padre, pero ahora que Clary es un poco más mayor, deberías empezar a recordar lo que era divertirse un poco.—Hace la apreciación con suavidad, porque en el fondo es consciente de que no es Clarissa quien le ha alejado de su vida más sociable —sociable con Lydia, quiero decir, porque Ezra tampoco ha sido nunca el rey de la fiesta. Ese es Jaime.

Pero no: los dos saben que su matrimonio con Nissa le cambió. En todos los sentidos.

«¿Has venido con alguien?»

Alzando el mentón mientras se hace la interesante, Lydia asiente, respondiendo de forma afirmativa. —De hecho, sí.—Le sonríe.—Pero relájate. Hoy no tendrás que juzgar duramente a ninguna pareja rondándole a tu hermana menor.—O puede que sí. De algún modo, lleva haciéndolo meses... pero no de la forma en que te estás imaginando.—He venido con Jaime.—Resuelve finalmente.

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