Giovanni volvía a toda prisa a casa. Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina y se pasaba todo el día estudiando en la biblioteca. No salía de allí y se sentía con bastante comodidad con todos esos libros alrededores. Su padre le había contratado un tutor particular que le ayudaba a repasar las diferentes materias y tras despedirse de él se subió al coche blindado que siempre lo recogía. Siempre iba con un guardaespaldas a todos lados... en ocasiones la gente pensaba que era una especie de celebridad o el hijo de un político.

El coche estacionó fuera de la mansión de los Moretti. Era una pintoresca mansión con hermosos jardines y muchas flores. A Giovanni le encantaba pasar tiempo en los jardines, le hacía sentir muy bien, pero ese día el clima se había antojado algo frío para estar en las puertas del verano, así que el joven no pudo evitar sentirse algo triste, aunque bueno, pronto podría pasar horas disfrutando del calor y de la piscina.

La puerta de su coche se abrió y el guardaespaldas sacó un paraguas para protegerlo de la lluvia. Lo cierto era que no le importaba empaparse un poco, pero no le apetecía tener que cambiarse de ropa, a su madre le gustaba que siempre estuviera bien peinado y arreglado para la cena, la cual no tardaría en servirse.

A lo lejos vio a su hermanastro entrenando como de costumbre. Lo saludó con un gesto a lo lejos. Más tarde, durante la cena, hablarían un poco más. El joven brujo esperó a que su guardaespaldas abriera la puerta, pero algo cambió en este acto, algo diferente pasó. El guardaespaldas dio un paso atrás justo antes de que todo estallase.

Giovanni retrocedió unos pasos y con un extraño movimiento de manos sintió que pudo protegerse de parte de la explosión, pero no fue suficiente como para no salir volando por los aires. Aterrizó en el suelo cayendo en mala postura. Cerró los ojos y dejó que el dolor terminase.

El brujo abrió los ojos. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que había quedado inconsciente. Se intentó poner de pie, pero una de sus piernas le hizo tambalearse por el dolor, cayendo al suelo. Posteriormente, usó sus dos manos para levantarse, percatándose del dolor que le causó una de ellas que parecía también rota. Giovanni estalló en llanto por el dolor. Se arrastró como pudo hasta la mansión que ardía en llamas.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Azriel!— Gritó entre lágrimas. El frío había quedado atrás, las llamas abrasadoras le hacían vivir a Giovanni su propio infierno personal. Se arrastró por las escaleras jadeante y cargado de dolor. El olor a madera quemada se le pegaba a la nariz, pero le daba igual, debía de buscarlos. El fuego había hecho que el calor del suelo fuera mucho, haciendo que se quemase al contacto mientras se arrastraba, pero no le importaba, necesitaba localizar a su familia.

Miró el cuerpo calcinado del guardaespaldas. Era una imagen espantosa que se le guardaría en la retina hasta el fin de sus días. El olor a carne quemada le hizo tener unas náuseas tan grandes que acabo echándolo todo. Se sentía un niño pequeño, inútil y frágil que ni siquiera podía ponerse en pie. Se quedó allí, tumbado hecho un ovillo en el suelo mientras lloraba y sollozaba, sabiendo que la suerte de su familia habría sido peor que la de su propio guardaespaldas. Ellos habían estado dentro de la casa.

El saco de boxeo se hundía bajo sus puños y la cadena de la cual estaba colgado tintineaba con cada golpe. Ya notaba todo su cuerpo empapado de sudor bajo la fina camiseta de tirantes que vestía. Su madrastra, Ludovica, lo avisó minutos antes de que, en cuanto llegara su hermanastro, Giovanni, cenarían. No le había caído muy bien aquella mujer, pero desde que la había conocido había tenido la esperanza de volver a ser una familia feliz y normal y, en parte, eso se dio gracias al nacimiento de su hermanastro.

Los minutos se le pasaron volando. Los rayos del sol apenas emitían su luz sobre la oscuridad que empezaba a envolver la noche, y comenzó a chispear. No tardó en escuchar el conocido ruido del motor del coche que llevaba el chófer de la familia. Empezó a recoger todo el material del entrenamiento del jardín cuando vio a su hermano dirigirse hacia la puerta y lo saludó con un asentimiento de cabeza y una sonrisa. Se secó el sudor de la frente con una pequeña toalla y se dirigió hacia el porche de la mansión para la cena.

Algo sucedió en cuestión de segundos. Los cristales de las ventanas salieron disparados hacia el exterior junto a la explosión que hizo venir abajo todo su hogar. Por el impacto, salió propulsado hacia atrás, cayéndose de espaldas sin poder evitar que los cristales cortaran su piel. Se quedó en shock mirando la casa arder por dentro. No quería entender qué había pasado, pero lo sabía, y sabía quién había sido; la mafia enemiga de su familia, que habían estado enzarzados con ella desde hacía años. Con el corazón a mil, agarró la toalla que había usado y se la puso en la nariz, y salió corriendo hacia el interior de la casa. El humo inundaba toda la cocina, donde yacía su madrastra. Se agachó a tomarle el pulso, pero no había.

—¡Papá! —gritó. Buscó como pudo entre el humo y el fuego, en todas las habitaciones de la mansión, hasta verlo en el suelo en su despacho—. No, papá…

Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, empapando aún más la toalla que llevaba para respirar entre todo el humo. No lloraba nunca y menos cuando su padre estaba presente, incluso cuando había fallecido sentía que no debía llorar, debía ser fuerte, para que estuviera orgulloso. Le tomó el pulso y esta vez deseó que tuviera, le rezó a mil santos a pesar de no ser creyente, pero bajo sus dedos no notó nada. Un alarido salió desde el fondo de su garganta, inclinándose para abrazar el cuerpo inerte. El arrepentimiento le vino en segundos. El arrepentimiento de no haber tenido una relación más emocional con su padre, aunque sabía perfectamente que no había dependido únicamente de él.

El grito de Giovanni lo despertó y lo mandó de vuelta a la realidad. Se secó las lágrimas como pudo y salió en su busca, hasta que lo encontró en la entrada, hecho un ovillo. El alivio recorrió su cuerpo.

—¡Gio!

Lo recogió del suelo entre sus brazos y lo alejó de la casa en llamas. Lo único que tenía que hacer era alejar a su hermanastro de allí. No podía permitir que las llamas los engulleran. Los bomberos no tardaron en venir. Las ambulancias también llegaron rápido.

—Gio, ya vienen. Estaremos bien. ¿Estás bien? ¿Es tu pierna? —levantó el pantalón de su hermano para dejar a la vista una de sus piernas; no tenía buen aspecto—. ¡Ayuda! Por favor…

Los asistentes sanitarios enseguida se llevaron a los dos hermanos en una ambulancia al hospital más cercano, donde operaron e ingresaron a Giovanni de urgencia mientras Azriel esperaba en una sala de espera, paseándose de un lado a otro, nervioso. Aquel momento había destrozado su vida.

Un ángel apareció en su desesperación. Sintió como lo tomaban en brazos. El humo y la confusión y dolor del momento lo tenían aturdido. No entendió del todo nada, estaba demasiado confundido, no sabía bien que iba a suceder a continuación.

Su hermano levantó su pantalón, Gio no pudo evitar hundir la cabeza en el pecho de su hermano evitando mirar aquella pierna. Estaba horrible, le causaba demasiado shock verla.—Azriel... no... no... no...— Dijo entre lágrimas y dolor hundido en el pecho del mayor. Lo miró con pena, también había resultado herido del impacto de los cristales... aunque por suerte no tanto como Giovanni.

Comenzó a desvanecerse cuando escuchó las sirenas a lo lejos. No recordó nada, cerró los ojos y lo último que recordó fue que alguien le sostuvo la mano hasta que cayó inconsciente. La lluvia le impactó en el rostro durante un rato, podía escuchar las lágrimas del cielo y el sonido de las llamas a lo lejos.

Luz. Sonido de lluvia contra un cristal. Olor a alcohol desinfectante. Sonido de latidos en el monitor. Giovanni abrió los ojos y parpadeó un par de veces. Miró a su alrededor, estaba en una camilla.—Es un milagro que haya sobrevivido a esa explosión... solo una pierna y un brazo roto... casi parece que le hayan protegido desde arriba.— Dijo una de las enfermeras a la doctora.

Se acercaron a Giovanni y le explicaron que había sufrido un terrible accidente, pero que no tendría secuelas, que se curaría con el tiempo. Después de eso dijeron que su hermanastro esperaba fuera. Giovanni se reincorporó. Se sintió extraño, no sintió nada, se sentía como en un sueño... bueno, mejor dicho pesadilla.

Miró su pierna y brazo escayolados. Se sintió muy raro y confundido. Pasó su mano sana por encima de las escayolas. Su padre y su madre habían muerto. Se quedó quieto pensando en eso, en ese shock y las lágrimas comenzaron a deslizarse de nuevo por sus mejillas. No emitió ningún ruido, lloró en silencio con la cabeza gacha.

Estuvo horas esperando en la sala hasta que por fin una enfermera lo llamó, explicándole que Giovanni tenía un brazo y una pierna rota pero que la operación había salido correctamente. Le dio las gracias y entró en la habitación en la que su hermano estaba ingresado. El color blanco predominaba la habitación. Había un sillón, un pequeño armario y la cama; Giovanni estaba acostado sobre esta, llorando. A Azriel se le rompió el corazón al ver su pierna y su brazo con escayolas.

—Gio… —se acercó hasta llegar a él y lo abrazó con cuidado de no presionar su hombro y brazo—. No llores, por favor. Todo estará bien.

Pasó sus dedos por el pelo del menor, acariciándole para tratar de tranquilizarlo a la vez que intentaba calmarse a sí mismo. Se separó y se sentó en el sillón, tomándole de la mano.

—Creo que lo sabes, pero… tu madre y papá están… —tomó aire. ¿Cómo se suponía que tenía que decirle eso a un niño?—. Ya no están. Lo siento mucho, Gio.

Notó que se le empapaban un poco las mejillas y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Era el mayor, era el adulto, debía aparentar ser fuerte delante de su hermanastro para que tuviera un apoyo estable, uno de los dos debía ser el que mantuviera el control y ese era él.

—La enfermera me ha dicho que la operación ha salido bien y que no deberías tener problemas con la recuperación. —No podía mirarle a los ojos, se quedó mirando un punto fijo entre las sábanas de la camilla y la pared de la habitación—. Creo que ya sé quién fue el causante de la explosión. Fueron esos hijos de… —inhaló y exhaló—. Fue la mafia enemiga de papá. —No quería incluirse, no podía decir que también era su mafia enemiga, le avergonzaba meterse en todo aquello.

Azriel alzó la mirada para encontrarse con los verdes y llorosos ojos de su hermano. Sintió un pinchazo en el corazón, de culpa, de dolor. Él ya podría soportar aquello y manejarlo, incluso su mente ya empezaba a maquinar la venganza, pero Giovanni solo tenía 17 años y no podía parar de sentirse culpable por el trauma que le iba a generar.

—Puedes venir a vivir conmigo. Encontraremos un apartamento o una casa, donde tú quieras. Y podremos empezar de cero, juntos.

Había perdido su casa, sus posesiones, ropa... todo, lo había perdido todo, también a sus padres, que era lo más doloroso de perder... ¿Qué iba a hacer? Su vida debía de empezar de nuevo del todo, tal vez fuera el momento de comenzar su transición, con la que tanto había soñado. Siempre había pensado que la comenzaría una vez se marchase a estudiar a la universidad, pero tal vez ahora con su hermanastro y nuevos comienzos pudiera empezarla.

Estuvo pensativo mientras lloraba. No iba a comentar lo de su transición en aquel momento, no debería de hacerlo, era un momento muy duro y no creía que su hermanastro fuese a tomarlo mal, pero no era pertinente, habían cosas más importantes sucediendo. Tomó la mano de Azriel y la apretó cariñosamente como pudo.

—Así que han sido los enemigos de papá...— Murmuró. Sus orbes verdes se quedaron mirando a la nada, pensativos y melancólicos.—Siempre supe que esto nos pasaría alguna vez... pero esto ha sido demasiado...— Comentó el pequeño de los Moretti.

La oferta de su hermanastro era tentativa. Mudarse con él a vivir a otro lugar le parecía lo oportuno. Podrían marcharse a cualquier otro sitio... ¿París? ¿Barcelona? ¿Londres? Todos esos lugares serían buenos para comenzar de cero, incluso en la capital, Roma, podrían comenzar de cero, pero es que no quería empezar de cero, quería despertar.—Yo no quiero un apartamento ni una casa ni nada... yo quiero volver a lo de antes... Azriel...— Se abrazó a su hermanastro y se puso a llorar como un niño pequeño al que le habían quitado su golosina.

—¿Has avisado a mis abuelos y mi tía Mònica?— Preguntó curioso. Vivían en Castelcutó, pero seguramente pudieran venir lo antes posible, a ellos les encantaría estar allí y podrían ayudar con muchas cosas.—¿Has...? Dios... no me creo que vaya a preguntar esto... ¿Has preguntado a alguna funeraria? Deberíamos... deberíamos de darles un entierro digno... ay...— Los ojos verdosos de Giovanni volvieron a estallar en lágrimas.—¿Si acepto quedarme contigo prometes abandonar la mafia? Buscar un empleo normal y... y ser una familia común y corriente... no puedo perderte a ti... pero si quieres continuar en ese mundo no quiero ser parte de él... no quiero que me puedan matar por tu culpa... yo no estoy hecha para esto.— Se oyó decir. Sonó duro, lo supo y su rostro se destensó e intentó que con el gesto de su rostro no sonasen tan duras sus palabras, pero ya las había soltado.

Él también quería volver a lo de antes, al igual que Giovanni. No se imaginaba dirigiendo toda la situación que había dirigido su padre toda su vida, pero en parte tenía ganas de vengarlo.

—No, no los he avisado todavía. —Se mostró un poco receloso en cuanto mencionó a los otros miembros de su familia, que no eran parte de su propia sangre. Él no tenía a nadie más, solo a Giovanni, y, sin embargo, él… sólo quería echarse a los brazos de su familia por parte materna y abandonarlo—. Sí, el entierro se hará mañana por la mañana.

No pudo evitar secarle las lágrimas con su pulgar. Verlo estallar en lágrimas le partía el corazón, pero más le destrozó lo que escuchó salir por sus labios. Solo iba a quedarse con él si decidía abandonar todo ese mundo. Abandonar el grupo de su padre, sus planes y su venganza por su muerte. Estaba dividido en dos. Por una parte, haría cualquier cosa por su hermano, incluso estaría a tiempo de salirse de la mafia, ya que él no había sido tan importante a los ojos de la enemiga y podría pasar desapercibido. Se lo imaginó por unos instantes: él y su hermano viviendo en una casita cerca de la playa, riendo, ayudándole con los deberes y exámenes, enseñándole y educándole, creciendo juntos como una familia. Él quizás tendría un trabajo normal, podría ser entrenador en un gimnasio, podría sacarse una carrera, aún estaba a tiempo a pesar de tener 29 años. Pero era imposible. Esa idea idílica de familia feliz era imposible en aquellos momentos. La ira corría por sus venas y necesitaba vengar a su progenitor.

« No quiero que me puedan matar por tu culpa ». Aquello se hizo hueco en el vacío de su corazón. Su culpa, su culpa, su culpa…

—Gio… no te matarían, estarías a salvo. No encontrarían nuestro paradero, lo mantendría secreto para que esto no volviera a pasar. Lo juro. —Le tomó la otra mano también, las dos entre las propias. Su vista se nublaba por las lágrimas, que cayeron sobre el dorso de la mano de su hermano, pero las limpió con rapidez—. Eres un Moretti. Estás hecho para esto… Juntos podemos hacerlo. Solo quiero vengar a papá y a tu madre, y después de eso se acabará. —No era una mentira, pero tampoco una verdad. No sabía lo que iba a pasar después de vengar a sus padres. Podría tomar años—. Por favor, Gio… te necesito. Juntos somos imparables. No podemos separarnos.

Giovanni no pudo evitar sentir como su corazón se rompía en pedazos. Sabía que su hermano no tenía mala fe, pero era algo que no podría suceder. Sentía miedo, un miedo inhumano por aquel mundillo. Él nunca se había metido en problemas, nunca le había pegado una paliza a nadie ni había hecho nada ilegal por la mafia de su padre y no iba a meterse en ese tipo de problemas por el momento.

Dejó que su hermanastro limpiase sus lágrimas y dejó que tomase sus manos, aunque uno de sus brazos estuviera algo adolorido, no tanto por suerte, ya que le habían dado morfina para poder aguantar los dolores. Las lágrimas cayeron sobre el dorso de sus manos, pero esta vez eran las lágrimas de Azriel. Se mordió el labio inferior apenado de ver a su hermano sufriendo de aquel modo, se sentía mal.

—Ni pidiéndolo... ni siquiera como ultimátum te vas a alejar de esto...— Las manos de Giovanni se soltaron de manera brusca de las de Azriel.—Haz lo que quieras... pero yo no me quedaré contigo por seguridad...— Ni siquiera miró a su hermanastro a los ojos, le apartó la mirada y la cara, mirando por completo a otro lado mientras soltaba aquellas frías palabras.—No voy a dejar que la próxima persona en morir sea yo... de una paliza o de una explosión... me da igual, yo quiero una vida normal y no me voy a quedar para ver como te matan... porque si sigues en ese mundo tarde o temprano pasará.— Clavó sus orbes verdes en los ojos de su hermanastro.

Prefería alejarse de ese mundo y de su hermanastro antes de verlo morir. Alargó su mano hasta su teléfono móvil que reposaba en la mesilla de noche y tecleó con su mano sana el número de sus abuelos.—Voy a llamar a mis abuelos para que me vengan a buscar y me trasladen al hospital de Castelcutó... ¿Me dejas a solas para realizar la llamada?— Giovanni alzó el mentón y le miró retador. Le dolía en el alma que su hermano no pudiera abandonar aquel mundo por él, que no pudiera proteger tanto a él como a sí mismo.

Si alguna parte de él lo entendía, estaba nublada por su sentimiento de abandono y casi egoísta de querer que se quedara con él. Podía llegar a comprenderlo, pero, ¿por qué no lo comprendía Giovanni a él?

—La próxima persona en morir no va a ser ninguno de nosotros dos. —Intentó buscar su mirada, pero su hermanastro no quería ni mirarlo a la cara. Apretó la mandíbula de tanta tensión—. Ya veo que yo daría todo por ti, para protegerte, y tú simplemente huyes. Huyes y lo dejas todo atrás, como si nuestra familia no hubiera significado nada, no quieres vengarlos. Pero tranquila, ya lo haré yo, como me pertoca.

Había entrado calmado y entristecido, pero iba a salir de aquella habitación enfadado y, en el fondo, no lo quería, pero Giovanni le estaba destrozando el futuro que había planificado en un día, de llevárselo a vivir a otro lugar, a otro país y empezar de nuevo, pero trabajando juntos en la venganza.

Al escuchar su petición asintió lentamente con la cabeza, cerrando los ojos por unos segundos, y se levantó, soltando su mano con suavidad. Aquello era el final de su familia, o de lo que quedaba de ella. A partir de ahí no habría nadie, solo él y los miembros de la mafia de su padre, en los cuales a veces encontraba risas y momentos de hermandad, pero no se sentía como con Giovanni.

—Claro, te dejo solo un rato.

Salió de la habitación, bajó con el ascensor a la planta principal y se dirigió hacia las puertas giratorias principales del hospital, saliendo al exterior. Inspiró y soltó el aire en un sonoro suspiro. Le dolía el pecho de aguantarse el dolor que estaba acumulando para no exponerlo. Se sacó la cajetilla de cigarrillos del bolsillo y se encendió uno con el mechero, apoyándose contra la pared. Cómo había cambiado su vida en tan solo un día.

Pasaron unos diez o quince minutos cuando Azriel volvió a entrar en el hospital hasta llegar nuevamente a la habitación de su hermanastro. Picó con los nudillos dos veces y abrió la puerta, asomando primero la cabeza y luego pasando hacia el interior. Se pasó los dedos por el pelo, nervioso, y se sentó nuevamente en el sillón, mirando a Giovanni.

—¿Y bien?

Sintió como una furia le recorría por dentro.—¡NO ME DIGAS QUE LO HARÍAS TODO POR PROTEGERME, MENTIROSO!— Le gritó alterado. Sus palabras salieron una detrás de otra, atropelladas y lanzándose en contra de su hermanastro con odio.—No eres capaz de alejarte de ese mundo, no lo harías todo... todo menos eso... podemos acabar con ellos, de una manera más legal.— Dijo Giovanni.

Giovanni marcó el número de teléfono cuando su hermano salió y no tardó en responder la voz de su abuela. Dulcemente le preguntó qué sucedía, porqué le llamaba a esas horas de la noche. Gio soltó todo. Les explicó sobre la muerte de sus padres y como y sobre su accidente. Su abuela estalló en un llanto incontrolable y rápidamente avisó a su abuelo de lo sucedido. Lo último que escuchó es que iban enseguida, que llegarían en unas pocas horas.

Dejó el teléfono móvil sobre la mesita de noche y se incorporó pesadamente sobre la cama. Puso su espalda contra el cabezal y respiró hondo. Un sentimiento de tristeza le invadió por completo haciendo que se sintiese mal. Se limpió las lágrimas rápidamente. Escuchó unos golpecitos en la puerta, haciendo que rápidamente su rostro se tensase.—Adelante.— Respondió Giovanni.

—He hablado con mis abuelos... vienen para aquí.— Hizo una leve pausa.—No te pido que lo apoyes... pero quiero poder vivir sin esconderme de rivales de papá, sin tener miedo de coger el coche o de entrar en casa... entiéndeme, no quiero ser parte de ese mundo... y si tú eres parte de ese mundo lo mejor es que no nos veamos.— Dijo Giovanni. Sus ojos verdosos se tornaron llorosos debido a sus palabras.

Inhaló y exhaló. Salir al exterior le había enfriado la mente pero al volver a la habitación sentía que su enfado iba creciendo nuevamente. Se iba a quedar con sus abuelos, o eso dedujo, ya que iban a ir hacia el hospital. Sería mejor que Azriel no estuviera allí para cuando hubieran llegado, no tenía ganas de ser el blanco de la decepción y culpa.

—Vale, Giovanni. —Ya no tenía ganas de llamarle “Gio”, el apodo más informal y cariñoso—. Quédate con tus abuelos, estoy seguro de que te podrán cuidar mejor. —No lo decía con ironía, era verdad. Sabía perfectamente que iba a estar mejor con sus abuelos, pero le seguía doliendo en el alma aquella traición.

Se levantó del sillón y se encaminó hacia la ventana de la habitación. Desde allí se veía toda la parte delantera del hospital a unos metros de altura. Se pasó una mano por su mandíbula, no queriendo salir de allí. Sabía que en cuanto pusiera un pie fuera de aquella sala, no iba a ver a su hermanastro en un tiempo y, posiblemente, jamás.

—Tienes razón, somos de mundos diferentes y de lealtades diferentes. —Se giró hacia él—. Espero que puedas crecer felizmente y puedas olvidar todo de mí y de papá. —Agarró la fina chaqueta que había dejado en el respaldo del sillón cuando llegó y se la puso—. Ten una buena vida, Giovanni. Nos vemos, —no le dedicó sonrisa alguna y se dispuso a irse por la puerta, no sin antes murmurar—: si es que no me muero, como has dicho.

Azriel se fue del hospital y se separó de su hermanastro. No pudo contener más la tristeza y la ira; las lágrimas cayeron de sus ojos como una cascada mientras buscaba su coche aparcado. Miró una vez más la ventana que sabía que era la habitación de su hermanastro desde el parking, jurando que, aunque lo hubiera abandonado, iba a vengar la muerte de sus padres pero también aquello, aquella separación y distanciamiento que había marcado un antes y un después en su vida.