— ¡No soy esa tal Rebekah! ¡Deja de llamar! ¿Es que uno no puede, simplemente, disfrutar de su descanso laboral? — La nasal voz a través del teléfono, taladró los oídos de una extrañada y asustada Amara, quién, tras un pequeño respingo, y sentir su corazón palpitar, literal, en su propia garganta, soltó el móvil en la mesa.

Aterrada por el mal humor del hombre, observó, con los orbes de par en par, el aparato. Mientras, se podía escuchar cómo alguien seguía profiriendo gritos y gritos histéricos… hasta que, finalmente, colgó.  — Por fin… — suspiró aliviada, posando su mano derecha sobre su propio pecho. — Sólo quiero hablar con Rebekah… — musitó con nostalgia y tristeza, antes de tomar el móvil.

 — Ojalá pudiéramos estar de nuevo las tres aquí… — susurró, hablando consigo misma mientras se sentaba en uno de los sofás del lugar. Amara apreciaba la soledad, sobre todo tras siglos soportando el constante acoso de las voces y presencias de fantasmas a su alrededor. Sin embargo… echaba demasiado de menos a sus amigas. Sobre todo, a Rebekah, con quién estableció una mayor conexión. — Ojalá no… huir más y quedarme lo suficiente en un lugar como para echarlo de menos. — Se humedeció los labios, volviendo la mirada hacia el móvil, que lo sostenía entre ambas manos.

Necesitaba volver a hablar con Rebekah, y lo intentaría una vez tras otra hasta conseguirlo.

De nuevo, buscó el teléfono de la Original en el móvil. Con bastante torpeza, logró seleccionarlo, y acto seguido, como recordaba, lo marcó y posó el móvil en su oído izquierdo.

— ¿Rebekah? ¿Eres tú? — Rogó una vez tras otra, no equivocarse.

— ¡Venga! Una última cucharada y terminamos — como si de un avión se tratara, Rebekah le dio la última cucharada de la papilla de fruta a su sobrina —. ¡Muy bien! Te estás convirtiendo en toda una señorita — alabó a la pequeña justo antes de que esta le escupiera una bocanada del alimento recién ingerido sobre la blusa.

Cerró los ojos durante unos segundos y contó hasta diez antes de soltar un sonoro suspiro. Podía escuchar la risa de su sobrina, la cual era contagiosa, por lo que finalmente, la rubia abrió los ojos de nuevo y tomó el trapo para limpiarse las manchas en su ropa.

*Tiririniniririri*

El sonido se su teléfono la distrajo, alargando la mano hacia este para responder a aquella llamada en el momento más inoportuno. Sin embargo en cuanto escuchó la voz que sonó al otro lado de la línea, la emoción bailó en la mirada azul de la original.

— ¿Amara? ¿Eres tú? — preguntó sin poder ocultar su emoción después de tantas semanas sin hablar con ella —. ¿Cómo has...? ¿Davina te ha enseñado a utilizar el teléfono? — fue lo primero que se le ocurrió, mostrándose visiblemente orgullosa de los progresos de la inmortal —. ¿Cómo estás? ¿Va todo bien por Nueva Orleans? — de repente su rostro se ensombreció. ¿Habría pasado algo en su ausencia y por eso la llamaba?

La inocente Amara, sin poder evitarlo, dio un pequeño respingo sobre el sofá en el que se sentó, nada más escuchar la familiar voz de Rebekah. — Re… Rebekah… — suspiró aliviada, ya que si volvía a oír de nuevo el fuerte y cabreado tono de… quienquiera que fuera al que llamó antes, jamás volvería a utilizar el móvil. — Sí… soy yo. Aún no… creo que podamos hablar sin estar juntas en el mismo lugar… — confesó, siempre manteniendo una suave y melancólica voz. — Aunque… prefiero que estés aquí, conmigo… — la castaña mirada de la mujer, se alzó hacia la ventana. Las nocturnas y prematuras luces de las farolas la iluminaron, y seguramente si alguien estuviera junto a ella en aquellos instantes, podría asegurar una evidente tristeza. — Como antes… las tres… Tú, Davina, y yo… — momentos muy complicados, ya que tan sólo pudo disfrutar de la convivencia pacífica, lejos de cualquier trastorno ocasionado por ser el Ancla, unos meses… antes de que Rebekah decidiera marchar.

— No… bueno, sí, lo intentó… — sonrió con cariño y melancolía —, pero lo olvidé poco después. Me ha enseñado un… amigo de Silas, que se está encargando de mantenerme vigilada. — Recordó que Rebekah desconocía las buenas nuevas de su vida. — Ya no estoy con Davina. Dejé de estar segura allí. Ahora Silas… está moviendo mi posición cada cierto tiempo… tiene miedo que me vuelvan a… secuestrar.

Amara se había convertido en una buena amiga para Rebekah. En los meses que había pasado viviendo con ella, ambas habían estado aprendiendo diferentes cosas con la ayuda de Davina. Amara a adaptarse a los tiempos poco a poco, mientras que la Mikaelson intentaba adaptarse a lo que sería vivir una vida humana.

Unas clases que por cierto le habían venido muy bien para ponerlas ahora en práctica.

— ¿Verdad? A mí también me sorprendió cuando desperté en este siglo — una sonrisa melancólica se formó en los labios de la mujer mientras escuchaba las palabras de la inmortal —. También me gustaría estar contigo ahora — pero Rebekah había tenido que dejar la vida que tenía con sus dos amigas con una mala excusa, porque ni siquiera a ellas pudo decirles la verdad sobre su marcha.

Y al parecer, al marcharse ella, las otras dos también tomaron caminos separados. Y por una razón que puso todos los sentidos de Rebekah en alerta.

— ¿De qué te vuelvan a secuestrar? ¿Cómo? ¿Quién lo ha hecho? — preguntó la rubia preocupada. Su querida amiga había sido secuestrada y la original no había tenido constancia de ello —. ¿Pero ahora estás bien? ¿Con quién te estás quedando? Cuéntamelo todo — le pidió mientras andaba de un lado a otro de la habitación bajo la mirada de Hope que no paraba de seguirla.

La inmortal podía asegurar con toda certeza, y sin ningún tipo de duda, que Rebekah era su amiga, al igual que Davina. Si bien su… estadía con ellas, fue seguramente un plan ideado por Silas, no se aferró a tan nimio detalle que las unificó en un mismo lugar. No. Amara guardó en lo más interno de su ser, los momentos más especiales y únicos que vivió con ambas.

Las dos, junto con Silas, fueron un apoyo tan importante para la inmortal, que transformaron una… tortuosa e infernal vida, en una especie de sueño que siempre vio inalcanzable.
Por desgracia, el camino de las tres se terminó separando, a pesar de que, de alguna forma que la inocente inmortal jamás pudo explicar, mantuvieron el contacto a través de… un aparato.

Un móvil.

— No… no me imagino cómo pudieron hacer algo como esto… — se refirió al teléfono. Consciente de que había hablado de más, la inmortal intentó cambiar de tema, volver a uno más banal.
Lamentablemente, la mujer no se trataba de una excelente mentirosa, sino todo lo contrario; detalle que se pudo percibir a la perfección a través de una voz quebradiza y nerviosa. — Habiendo pasado tantas cosas en tan… poco tiempo, no… no me extraña este… tipo de… avanc… — sin querer, sus temblorosas manos le jugaron una mala pasada, al soltar, sin querer, el aparato, el cual se precipitó contra el mullido sillón.

Alertada por si lo rompió, Amara lo tomó entre sus manos precipitadamente, y sin querer, pulsó una tecla. Por fortuna, sólo fue el número tres, lo que no cortó la llamada. — ¿Rebekah? ¿Sigues ahí? Se… se me ha caído el teléfono, he tocado algo… — tragó saliva —, una tecla, creo…

La ternura que le provocaba Amara se hacía más latente con cada una de las palabras pronunciadas por la inmortal. Incluso ante aquella distancia que las separaba, Rebekah seguía profesando un gran cariño a esta y la echaba de menos tanto como a Davina; Al fin y al cabo, ellas eran sus amigas.

— La tecnología, cada vez logra más grandes avances. Quién sabe si en un futuro lograrán encontrar una forma de existencia para el teletransporte — ya nada le parecía descabellado, aunque eso le recordaba que algunos brujos podían proyectarse a grandes distancias, aunque no de forma corpórea —. ¿Cómo llevas el manejo de internet? Yo me he comprado un portátil nuevo, es una maravilla. Podríamos hacer una videollamada algún día — le propuso, aunque las palabras sobre un supuesto secuestro la habían dejado preocupada... Y aún más cuando escuchó un suave golpe procedente del otro lado de la línea.

— ¿Amara? ¿Va todo... — piiiii. Cerró los ojos ante ese molesto sonido que su oído percibió. Por suerte, no tardó en volver a escuchar la voz de su amiga —. Ah sí. Lo noté... No te preocupes, sigo aquí — sonrió con ternura, imaginándose la preocupación de la contraria —. Sobre el secuestro... ¿Qué fue lo que sucedió? — necesitaba saber que Amara estaba bien, aunque no dudaba que Silas se encargaría personalmente de ello.

Siquiera logró responder a la pregunta que, por fortuna, Amara escuchó antes de que el aparato se precipitara inevitablemente contra el sofá. No ponía en duda la enorme y notable torpeza de la inmortal para con… las novedades del Nuevo Mundo, en general, y en particular… lo que denominaban tecnología. Al menos… logró volver a la llamada y no pulsó la tecla de colgar, lo cual habría complicado bastante todo, ya que tendría que volver a empezar, y no se sentía con las suficientes fuerzas de escuchar una nueva voz gritarle a través del aparato.

Una vez se hizo con el control del mismo, y tras cerciorarse de no haber pifiado el momento, suspiró notablemente aliviada. — Se… se me escurrió el teléfono de las manos, y al tocar una tecla pensé… que llamé de nuevo a ese hombre… — posó la mano contraria sobre su propia frente, la cual empezó a emitir un mínimo sudor frío del susto…

...que, para su desgracia, no sólo no desapareció, sino que volvió una vez más… por motivo del secuestro; asunto que prefirió ignorar ante todo. — Yo… ah… sólo se equivocaron… — negó con la cabeza, como si Rebekahn realmente pudiera verla. — Creyeron que era Tatia… porque es… — suspiró. Por mucho que intentara asumirlo, aún le costaba asumir que en el mundo, existía una serie de personas iguales a su imagen —, idéntica a mí. — En cuanto pudo, volvió a cambiar de tema. — Aún no he logrado… entrar en ese… internet. ¿Qué tiene de especial? He oído… mucho de él, pero… creo que aún no quieren que vaya allí. No de momento… por seguridad. — Inocente, imaginó que el internet, era un lugar. — ¿Qué es una videollamada?

— ¿Un hombre? ¿Te confundiste al marcar mi número y llamaste por error a otra persona? — típico error de novato. No podía culpar a Amara por ello, Rebekah también tuvo esos fallos cuando empezó a aprender a usar la nueva tecnología —. Espero que no fuese un grosero contigo, sino iré a por él — añadió, pues sabía el poco filtro que tenían algunas personas en este siglo.

Claro que lo que más preocupaba a Rebekah en ese momento era la mención a un secuestro que la joven había hecho, por lo que insistió en saber más sobre ello.

— Ah... Por dios... Tatia... — la rubia se llevó una mano a la sien para masajeársela tras escuchar sus palabras —. Solo dime que no fue mi hermano, Nik, el culpable de ese intento de secuestro — pues bien sabía la menor de los Mikaelson el afán de este por mantener retenidas en contra de su voluntad a las réplicas de Amara.

— Oh, una videollamada es parecido a lo que estamos haciendo ahora, pero también puedes verme — le explicó de manera paciente ante el interés de la contraria —. Podríamos vernos y hablar... Sin estar en el mismo lugar — aunque no era algo que Rebekah hubiera probado todavía, no descartaba hacerlo si se trataba de ella, Davina o algún miembro de su familia —. Por lo demás... ¿Está todo bien? ¿Necesitas algo? — quizás pudiera mover algunos hilos para proporcionarle a la joven más protección para que pudiera sentirse a salvo.

Amara suspiró con pesadez. Más que grosero, los gritos del hombre, sumados a la clara y evidente inexperiencia de la inmortal en ese campo, la asustaron y exaltaron sobremanera. — No… no te preocupes, Rebekah, fue mi culpa al equivocarme tantas veces de seguido… — su voz dulce y arrepentida por algo en lo que carecía de control por completo, realmente demostraba una cierta culpa. Si a todo ello se le sumaba el desagradable recuerdo de sentir una voz tan desagradable como aquellas que sintió día tras día, durante más de mil años… formaba un cúmulo de emociones que la inmortal debía superar. — Aún tengo que acostumbrarme a todo esto.

— ¿La… conoces? — El ceño de Amara se frunció ligeramente, pero no se hallaba enfadada, ni mucho menos, sino envuelta en una espiral de curiosidad. — Se… ella se me apareció cuando era un fantasma… — fue la primera vez que Amara se topó con alguien con su mismo rostro. — No… no fue él, sino… alguien que huía de él. Me confundió con ella, y quería… — plasmó la palma de su mano libre, sobre la frente —, cambiarme por su libertad. — Cómo logró localizarla, era una información que se le escapaba… como todo lo relacionado con lo mágico.

Y por supuesto, también tecnológico.

— ¿Cómo es eso posible? ¿Es… algún tipo de magia? — Sea como fuere, no lo entendería. — Verte… sin… estar aquí… ¿también podría abrazarte? — A pesar de que, en un inicio, Amara siempre rehuyó del contacto físico, poco a poco empezó a recuperar una confianza perdida. — Es… increíble… — observó a su alrededor, y una vez más, suspiró. — Estoy bien… Silas… me está protegiendo lo mejor que puede. Raras veces me deja sola… al parecer, tiene amigos que le están ayudando a mantenerme bien. — Su voz poco a poco, se fue apagando, denotando que había algo que le faltaba.

— Tranquila, lo estás haciendo muy bien, Amara — sonrió, hablando con un tono de voz comprensible en el que dejaba plasmado el cariño que Rebekah sentía por la inmortal —. No puedes pretender aprender dos mil años de evolución en unos pocos meses — si ya para ella el último siglo le había parecido complicado, no quería imaginarse para Amara.

— Tatia era mi mejor amiga cuando era humana. Nos criamos juntas — le contó también, rememorando aquella época en que sus dos hermanos estaban prendados de la mujer —. ¿Entonces la conociste? — comentó, sorprendida de enterarse de aquello —. Ambas sois idénticas físicamente, pero tenéis personalidades diferentes — para Rebekah, no habría sido difícil identificarlas pues las conocía a ambas —. Alguien que huía de él... Suena tanto a algo que haría Katherine — la ante aquella descripción, la vampiresa fue la primera persona que le vino a la cabeza.

¿Y cómo no si se había pasado quinientos años dando esquinazo a su hermano?

— Oh... Sobre eso... — esbozó una sonrisa al escuchar lo del abrazo. Y es que, durante meses, Rebekah había podido contemplar como el contacto físico afectaba a la inmortal. Y, sin embargo, con ella ya no tenía miedo —. De momento, tendremos que esperar al día en que nos volvamos a ver para poder darte ese abrazo — la tecnología avanzaba a pasos agigantados, pero todavía no había llegado a ese punto —. Amara... ¿Sucede algo? ¿Qué más te preocupa? — preguntó al percatarse de como el sonido de la voz de la mujer se había ido haciendo más débil hasta acabar la frase.

— Gra… gracias… — susurró en su típico tono bondadoso, tierno y algo débil. A pesar de que Rebekah no podía verla, la inmortal sonrió, complacida por el elogio de la contraria. Para ella significaba mucho el no equivocarse en tareas que para todo el mundo resultaban fáciles y cotidianas, pero que, ella las veía como si fueran de un mundo desconocido y ajeno. — Se… presentó como un fantasma… — frunció el ceño. En aquella oscura época, no diferenciaba los vivos de los muertos, pero la única forma de explicar cómo logró localizarla sin el uso de magia, era… su conexión con el Otro Lado. — Sí. Estaba muerta. Me… me contó cómo murió. Que alguien… una bruja, convirtió a otras personas en… bestias… — frunció el ceño, intentando recordar las palabras textuales que ella le contó —, y que una de ellas, un… creo que se refería a un vampiro, que ella amaba, tomó su sangre, y la mató. — Tensó el mentón. Sin poder evitarlo, quedó muda por unos instantes.

— Se equivocó. — Fue su escueta respuesta ante la acertada deducción de Rebekah. — Ahora teme… que Silas vaya a por ella. — El instinto protector de su amado hacia Amara, sobrepasaba cualquier entendimiento. Si encontraba a Katherine, no deseaba pensar cuál sería su final. — No vi maldad en ella, sólo… algo parecido a lo que siento con Qetsiyah. — Terminó confesando, incapaz de continuar mintiendo a la Original. — Dejar de seguir huyendo, de esconderme… y vivir esa vida tranquila que siempre deseé. — Una sonrisa melancólica, azotó su faz.

— No me ocurre nada… es… es sólo que… — se encogió de hombros —, tanto Silas como yo, sabemos que… Qetsiyah, si no ha regresado, va a hacerlo. No sé… no sé cómo podemos evitar que vuelva, porque incluso ha demostrado ser superior incluso que la misma muerte.

En el momento en el que Amara empezó a narrarle sobre la historia de cómo conoció a Tatia y lo que está le contó, Rebekah cerró los ojos y emitió un tenúe suspiro al revivir una vez más aquel momento de su pasado.

— Sí, la bruja de la ue te habló era mi madre. Esther Mikaelson. Conviritió a sus hijos en monstruos. Básicamente la historia de mi vida — le explicó la rubia, negando levemente pues en aquel momento, Amara no podía saberlo —. Espera... ¿Un vampiro al que amaba tomó su sangre? — parpadeó un par de veces ante aquella revelación. Esa parte no se la habían contado —. No, no... Fue mi madre quién la mató, quién usó su sangre — o al menos, eso era lo que Rebekah había creído todos esos años.

— Ah... No le han sido suficientes los 500 años huyendo de Nik, que ahora también se ha ganado el odio de Silas... No se puede decir que no se lo haya merecido — se encogió de hombros. Al fin y al cabo, nunca le había tenido especial cariño a Katherine —. Te mereces esa vida que tanto quieres — reafirmó la vampiresa tras escuchar la melancolía en la confesión de su amiga.

— Lamento no estar allí para poder ayudarte — su mirada se posó sobre su sobrina, la razón por la que lo había dejado todo —. ¿Habeis pensado en esconderos de alguna forma? ¿Silas y tú? — suponía que debería ser una opción que hubieran barajado —. Silas es astuto y seguramente ya haya movido sus fichas por todo el tablero — por lo poco que había conocido de él, podía decir que seguramente, estuviera ya armando un ejercito que fuera en contra de Qetsiyah.

Amara frunció el ceño, posando apenas instantes después, la mano derecha sobre su propio estómago, arrugando la suave tela del vestido que portaba. — Tu madre… — musitó, con una ahogada voz, casi enmudecida por un incómodo nudo en su garganta; y es que, la maltratada psique de la inmortal, no dudó en cruzar ambas historias: la suya, y la de Rebekah, hallando casi de inmediato, unas… perturbadoras semejanzas: — condenadas por los actos egoístas de una bruja. — Tragó saliva para intentar deshacer el enredo. — No, Rebekah… — independientemente de que sus palabras apenas eran susurros, ellas albergaban un ápice de seguridad. — Jamás he olvidado ninguna muerte de las personas que cruzaron a través de mi… — así como tampoco el dolor psicológico que se repetía cada vez que lo recordaba —, te aseguro que Tatia murió por un vampiro. Lo sentí, y ella me dijo que murió en manos de la persona que amaba. — Una punzada de dolor provino de su propio cuello, que ahogó varias palabras en suspiros.

La castaña a veces tendía a ser algo ingenua e inocente; una pureza que, si bien Silas siempre admiró, quizás le traería bastantes problemas confiando en las personas poco indicadas.

¿O puede que dicha capacidad le permitiera ver quién se escondía realmente detrás de las personas?

— Los dos… y creo que todos la merecemos… — parte de ella, pensaba que también Katherine —, pero… ¿por qué dices que lo merece? ¿Qué ha hecho? — Rebekah parecía saber de ella, y confiaba lo suficiente como para creer todo lo que le diría.

— No… no te preocupes. — Sonrió con una sincera añoranza, subjetivamente agotada. — Sé que… Silas está evitándolo, pero no sé cómo, además de protegerme. — Sin embargo, ella sabía que él era capaz de todo para evitar que Qetsiyah se reencuentre con ella. — Y él tampoco quiere inmiscuirme. Por… el peso que llevé encima tras tanto tiempo.— Curvó los labios en una expresión amarga. — No sé dónde… estás, y no sé si sigue siendo como lo recordaba, pero deberías visitar Grecia… — intentó cambiar de tema como humanamente pudo.

Amara no podía tener más razón en sus palabras. Sin embargo, la revelación que esta le hizo a continuación, provocó que la menor de los Mikaelson frunciera el ceño.

— ¿Un vampiro? ¿La persona que amaba? Eso no puede ser, porque... — se quedó en completo silencio, mientras los engranajes de su cerebro se ponían a trabajar. ¿Por qué no me lo contaste? —. Pero... Eso significa que... — cerró los ojos, llevándose una mano a la cabeza presa de la confusión  al darse cuenta de la mentira con la que había vivido los últimos mil años —. Mi hermano... — sintió una punzada en el pecho. Entendía que Tatia no hubiera querido contárselo, pero aún así, descubrirlo de aquella forma no lo hacía más fácil.

— No te fíes nunca de Katherine Pierce, es el mejor consejo que puedo darte — o al menos, uno de los mejores —. Es traicionera. No se preocupa por nadie más que no sea por sí misma — y esperaba que con la amenaza de alguien como Silas, la vampiresa no se le ocurriera volver a acercarse de nuevo a Amara.

La seguridad de la inmortal era algo que preocupaba a la Mikaelson. Incluso si en principio todo empezó en base a un trato que hizo con Silas, al final el cariño que sentía por Amara era genuino. Alguien a quien podía llamar una verdadera amiga en el siglo en el que se encontraban.

— Ah, las Islas Griegas... Ahora que se acerca el verano parece la época ideal para visitarlas — comentó, mostrando entusiasmo ante la sugerencia de su amiga —. ¿Lo echas de menos? — al fin y al cabo, era su lugar de nacimiento.

Amara no sólo no olvidaba ninguna de las muertes que su menudo cuerpo sufrió, sino que el asesinato de Tatia, supuso uno de los primeros causados por… criaturas con las que otrora, jamás se topó: los mismos que posteriormente, conocería como… vampiros.

— Sí… antiguamente… no supe lo que la mató. De hecho, creí que mi cabeza empezó a enloquecer, y que Tatia, era en realidad yo… y que todo se trataba de una ilusión, pero recientemente descubrí que… no. Ella era otra persona, y… él, un vampiro. — Y no un vampiro común. — Ocurrió mucho tiempo antes de que las muertes por vampiros se volvieran comunes. — Frunció el ceño. — Si…fuisteis los primeros, todo… eso se reduce a… — sus hermanos. Desconocía quién pudo haber hecho algo así, aunque si viera cara a cara al autor de tan terrible acontecimiento, lo reconocería.

— Intentaba secuestrar a otra persona para… optar por su libertad… — mencionó en voz alta, aunque tales palabras, en realidad, eran para sí misma. — No creo que vuelva a acercarse a mí, tiene pánico a Silas… — era una realidad que debía asumir…

…al igual que el propio mundo que le rodeaba.

— Muchísimo… y me gustaría volver… — confesó con un largo suspiro —, pero tengo miedo. Miedo de ver cuánto ha cambiado, y que no lo reconozca. Puede que sea un poco cobarde en ese sentido…