— ¡No soy esa tal Rebekah! ¡Deja de llamar! ¿Es que uno no puede, simplemente, disfrutar de su descanso laboral? — La nasal voz a través del teléfono, taladró los oídos de una extrañada y asustada Amara, quién, tras un pequeño respingo, y sentir su corazón palpitar, literal, en su propia garganta, soltó el móvil en la mesa.

Aterrada por el mal humor del hombre, observó, con los orbes de par en par, el aparato. Mientras, se podía escuchar cómo alguien seguía profiriendo gritos y gritos histéricos… hasta que, finalmente, colgó.  — Por fin… — suspiró aliviada, posando su mano derecha sobre su propio pecho. — Sólo quiero hablar con Rebekah… — musitó con nostalgia y tristeza, antes de tomar el móvil.

 — Ojalá pudiéramos estar de nuevo las tres aquí… — susurró, hablando consigo misma mientras se sentaba en uno de los sofás del lugar. Amara apreciaba la soledad, sobre todo tras siglos soportando el constante acoso de las voces y presencias de fantasmas a su alrededor. Sin embargo… echaba demasiado de menos a sus amigas. Sobre todo, a Rebekah, con quién estableció una mayor conexión. — Ojalá no… huir más y quedarme lo suficiente en un lugar como para echarlo de menos. — Se humedeció los labios, volviendo la mirada hacia el móvil, que lo sostenía entre ambas manos.

Necesitaba volver a hablar con Rebekah, y lo intentaría una vez tras otra hasta conseguirlo.

De nuevo, buscó el teléfono de la Original en el móvil. Con bastante torpeza, logró seleccionarlo, y acto seguido, como recordaba, lo marcó y posó el móvil en su oído izquierdo.

— ¿Rebekah? ¿Eres tú? — Rogó una vez tras otra, no equivocarse.

Después de mil años, acababa de descubrir una mentira que involucraba a uno de sus hermanos. No sabía como sentirse al respecto tras saber que la muerte de la que en su día fue su mejor amiga, fue llevada a cabo por alguien a quien Rebekah tanto amaba.

— Supongo que intentaría capturar a Elena, la última réplica conocida... Típico de Katherine — soltó un suspiro, imaginando que, una vez más, habría estado tratando de hallar la forma de escapar de Nik —. Inteligente por su parte — ¿Y quién no temía a Silas? Aparte de Amara, claro. Después de haberse burlado de Kol tanto tiempo, fue a ella a quién le tocó experimentar en sus carnes aquel terror en el primer encuentro que tuvo con el inmortal.

— No eres ninguna cobarde, Amara. Eres una de las personas más fuertes que he conocido — pocos habrían soportado el peso de aguantar con todas las muertes del mundo sobrenatural — Es lógico que tengas miedo, al final, ahora para ti Grecia es un recuerdo de hace dos mil años — a ella también se le hizo raro pisar Mystic Falls en su momento y eso que había pasado mucho menos tiempo —. Quizás Silas y tú podáis volver a Grecia en algún momento — y quizás así, ambos pudieran encontrar algo de calma.

— Tengo que dejarte, Amara — comentó al notar como Hope empezaba a revolverse —. Pero puedes llamarme siempre que quieras. Aquí estaré — le prometió despidiéndose de ella antes de colgar la llamada.

Sus deberes de tía la requerían.

— A Tatia… — confesó, sintiéndose aún extrañada por todo lo que implicaba aquello. — Al menos… eso fue lo que dijo ella. — Tragó saliva, aún bastante confusa por el círculo vicioso que conformaba la historia de la familia de Rebekah. — La última vez que la vi, fue… cuando era un fantasma que vagaba por el Otro Lado. En aquella época, seguía siendo el Ancla. — Cerró con fuerza ambos orbes. Casi a su vez, sintió un desagradable escalofrío recorrer y estremecer hasta el más recóndito centímetro de su piel.

Un recuerdo, una vivencia que se prolongó por más de mil años, no lograría olvidarla tan… fácilmente.

— No soy tan… fuerte como… crees. — Para ella, poseedora de una mentalidad mucho más… antigua, creía que la fortaleza radicaba de la fuerza y habilidades, no de algo… meramente mental, como ser capaz de soportar el terrible trauma mental que la convertía, a su vez, en alguien débil, inestable y frágil mentalmente. — Pero… quizás, con la ayuda de Silas, pueda… volver a Grecia sin sentirme lejana a la realidad, a esta vida. — Él, siempre sería su eje.

A pesar de que no pudiera verla, como una típica costumbre, la inmortal asintió ante las palabras de despedida de Rebekah. — Gracias por… hablar conmigo… aunque no te pueda ver… — finalmente, se despidió.