El olor a bosque y lluvia era muy real, le recordaba al lugar donde creció y pasó su infancia junto a su familia. Abrió los ojos y se encontró con un cielo opacado por las copas de unos árboles altos, y plagado de un millar de estrellas brillantes. Recordaba aprender las constelaciones, y su significado, siendo tan solo un niño. Recordaba las historias que contaban que los dioses nórdicos vivían en un mundo que estaba más allá de esa bóveda celeste; inalcanzable, sobre todo para ellos, que eran tan solo simples humanos.

Pero, por mucho tiempo, Klaus Mikaelson se había creído un Dios. Inmortal, invencible. Ahora era el protagonista de aquel horrible error, y vivía sus consecuencias en propia piel.

Al ser consciente de la realidad, respiró como si lo hiciera por primera vez y se levantó en estado de alerta. Buscó cualquier indicio o pista para averiguar dónde estaba, y si estaba solo, pero lo único que halló a su alrededor fue una densa oscuridad que parecía no tener fin. El Otro Lado, el lugar a dónde había enviado a tantos enemigos durante su larga e infame vida.

A pesar de que todas sus habilidades parecían seguir intactas, el original sentía aquel vacío en su interior y la certeza de que ya no estaba vivo. Además, podía percibir que alguien lo observaba a través de aquel manto de tinieblas. A modo de advertencia, dejó que un gruñido animal escapara de sus labios y sus ojos reflejaron un brillo dorado.

—Muéstrate, seas quien seas. Ten valor y no te escondas como un cobarde —siseó con fiereza, escuchando después unos pasos. No eran solo de una sola persona... No, varias figuras salieron de su escondite y algunos rostros que reconocía vagamente mostraron odio, rabia y sed de venganza. Ya no había aquel miedo que habían mostrado justo antes de que Klaus los asesinara de diferentes formas, a cual más cruel—. Oh, vamos. ¿Debería estar asustado? —se echó a reír de forma arrogante. A cada segundo que pasaba, aparecían más y más rostros de su pasado, aumentando su intranquilidad. Aunque ni siquiera entonces se acobardó.

—¿Qué creéis que podéis hacerme? ¡¿Matarme?! —alzó la voz, dando un paso hacia atrás de forma inconsciente— No podéis. E incluso aquí puedo encontrar modos de daros a todos una buena dosis de violencia sublime, sangre y torturas que no podéis ni imaginaros —clavó sus pies en la tierra y decidió que no iba a huir.

Si aquel era su purgatorio personal, se enfrentaría a él y encontraría el modo de salir.