Un recuerdo, era solo un recuerdo. ¿O un sueño? O quizá una tortura para hacerle bajar la guardia.

El sonido de una risa infantil, una voz suave y torpe que trataba de unir sílabas para formar una palabra. Unos ojos azules y plagados de matices imposibles, muy similares a los suyos. Se movió con rapidez hacia ella, la tomó en sus brazos y la levantó, cerrando los ojos con alivio y aspirando aquel aroma tan familiar que le transmitía sensaciones que había experimentado en muy pocas ocasiones en su larga vida: calma, paz, felicidad.

Pero solamente llegó el olor a ceniza, y a madera. Asustado, abrió los ojos y aspiró aire con fuerza. Ya no había ni rastro de Hope, ni de la luz que la acompañaba. Sus manos estaban paralizadas contra su pecho, sus brazos atrapados por unas cadenas que le impedían moverse. Su campo de visión era mínimo y solo alcanzaba a ver los tablones de madera que se unían y lo atrapaban dentro de lo que debía ser un ataúd.

Al principio luchó por romper las cadenas para verse libre, perdiendo la cuenta del tiempo que estuvo intentándolo. Era imposible. ¿Eso habían sentido sus hermanos cuando los había atrapado y condenado a la daga?, ¿ese sentimiento de impotencia, vacío y soledad? Quizá por fin había llegado al infierno y aquello era lo que le esperaba por el resto de la eternidad.

Ante la perspectiva de una condena eterna se echó a reír como un demente, ignorando la sensación de ardor en sus pulmones por la falta de aire. ¿Qué más daba? Ya estaba muerto. Muerto. Y llevaba así demasiado tiempo. Alguien debería haberlo sacado de allí a esas alturas. Estaba seguro de que Elijah movería cielo y tierra para conseguirlo, y también los pocos aliados leales que le quedaban, que podía contar con los dedos de una mano y sobrarle dedos.

O puede que todos decidieran que estaban mejor así. Sin él.

Trató de apartar aquellas ideas paranoides de su mente, que eran fruto de su mayor miedo, y se centró en el recuerdo de Hope. En el sonido de su risa, su voz tratando de pronunciar su nombre, sus enormes ojos azules. Ella aún lo necesitaba, y él necesitaba salir de allí.

Costase lo que costase.