Blanche estaba intrigada. Hacía ya varias semanas que notaba a su protegida más entusiasmada, demasiado entusiasmada. No es que eso no la alegrase… solo le sorprendía. Y estaba preocupada porque sabía que Marine era muy ingenua como una niña y, aunque tuviera a Helga para protegerla en ese sentido, temía que le sucediera algo.

Por eso había decidido que harían algo que llevaban tiempo sin hacer. Esa tarde la sacaría de paseo, irían a merendar tarta en alguna cafetería bonita del pueblo y charlarían. O al menos eso esperaba ella. Quería que Marine estuviese cómoda para que le hablase —ella o alguna de sus otras personalidades— sobre qué la tenía tan contenta.

Pero su esfuerzo iba a ser en vano, pues Marine sabía que no podía decirle que los vampiros existían o entonces la acabaría ingresando en un psiquiátrico, Helga ya le había dejado claro eso… así que sería el secreto de los cuatro y nada más. Su adorado vampiro quedaría solo entre ellos…

Marine y Blanche iban de la mano por la calle porque, aunque ya no era una niña, se sentía segura de ese modo y no tenía esa mentalidad de que, por ser adolescente, no podía hacer eso con su madre… o con su abuela. Blanche deseaba que, algún día, la chica la llamase abuela, pero sabía que sería difícil.

Rodé los ojos con pesadez para dirigir mi mirada hacia el Jacob de mercadillo de nuevo. Oh por favor, además de carca es moralista. De verdad, ¿no tiene otro culo de lobo que ponerse a oler? O no se... ¿ una esquina a la ir a mearse? Por que de verdad, que tío más plasta. - Is sili uni niñi mi mi mi. - Me reí de él imitándole mientras le hacía un gesto con la mano. - Soy solo una niña, ¿de verdad esto te divierte? - Usé sus mismas palabras a la inversa. Al final, seguía teniendo 21 hermosos años. Pero mucho mejor llevados que otros, todo hay que decirlo.

- De verdad, gracia por la oferta, pero no me atraes. Eres como cuando te comes algo a la fuerza teniendo al lado el pastelito más dulce de todos. - Me relamí e hice como que saboreaba el mejor bocaditos de todos. Y fue entonces cuando escuché a la ratoncita. - Una chica inteligente...- Pero no tan inteligente era el contrario.

Y bueno, la ratoncita terminó por desmayarse. Oh, que pena, mira como sufro, dios que dolor, que pena... en fin. Negué despacio sin demasiado tiempo a dudar antes de ver como el lobo salía corriendo veloz hacia mí. Sonreí con amplitud, divertida. Esperé paciente a que estuviese cerca, a que estuviese apunto de atrapar mi brazo y entonces... me moví.

Un movimiento veloz, de vampiro, que bastó para esquivarle y sonriendo mirarle desde un lateral. - Uy... casi, casi, hasta te queda bien el momento dramático. - Reí. - Una pena que al final que dase en intento de fracasado. - Negué. Por fuera me mostraba tranquila, pero no quería sus dientecitos en mi cuerpo a si que por ahora, lo dejaría estar. Pero.. mis palabras a la ratoncita había sido clara y volvería a aparecer. Oh si, por supuesto que lo haría.

- Lento, carca, aburrido, dios, lo tienes todo. - Negué despacio y dejé caer la cabeza a un lado. - Pero esto se volvió aburrido. Lo dejaré por hoy. - Le guiñé un ojo y miré de reojo a la niña. Me moría de ganas por volver a verla. Era tan sumamente inocente y moldeable que solo de pensarlo me daba escalofríos. - Bye bye, Jacobcito. - Le hice un gesto con la mano antes de salir corriendo de ahí. Había sido un día divertido.

—Dejaste de ser una niña en el momento en que decidiste convertirte en un monstruo —respondió, tajante, dejando claro que no iba a ser víctima de sus manipulaciones. Su aspecto era el de una joven, sin embargo no sabía cuántos años podría tener en realidad, aunque apostaría que no demasiados por su comportamiento impulsivo y arriesgado.

—Pues no vas a tocarle un solo pelo ni a herirla de nuevo —la miró con rabia contenida. Detestaba aquel tipo de situaciones, cuándo un sobrenatural utilizaba su fuerza para herir a personas inocentes, por simple diversión—. Así que tendrás que conformarte conmigo, si es que puedes llegar a morderme antes de que yo lo haga... —nuevamente, la retó en un tono arrogante. Confiaba en sus propias habilidades, potenciadas por el anillo, aunque no debía subestimarla.

Por suerte, a pesar de su ataque infructuoso, su estrategia pareció servir para que la vampiresa tomara la decisión más lógica: escapar. Aunque el lobo tenía la certeza de que aquello no iba a terminarse allí. Cuando un vampiro se obsesionaba con una presa, siempre regresaba.

Pensó en perseguirla pero tenía prioridades más importantes, como asegurarse de que la joven humana estuviera bien. Para su abuela no había ya ninguna esperanza, mas ella podía seguir luchando. Se agachó a su lado y le tomó el pulso, escuchando su respiración, débil pero constante. El shock había sido tal que no había podido soportarlo. Con una mueca, Aron volvió a incorporarse y llamó al teléfono de emergencias, explicando la situación y pensando qué sería de esa niña a partir de ese momento.

Nadie debería estar solo en un pueblo como aquel.