—¿Crecido?—Pareciera hasta haber dudado durante algunos segundos, echándose un vistazo a sí mismo de arriba a abajo.—Nah, no lo creo. Desde que llegué al metro noventa decidí que ya era suficiente.—Digamos que cuando pegó el estirón, se lo tomó en serio.—¿No será que eres tú la que ha perdido algunos centímetros en los últimos tiempos? ¿Eso podría pasar?—Claro que, por supuesto, sólo está bromeando.

Iris es perfecta tal y como es.

—Un thriller y fantasía oscura, hmm.—Qué irónico que sean los perfectos resúmenes de su vida.—Está bien, pues ya tengo tarea para cuando nos volvamos a ver. Tienen buena pinta.—Y si son recomendaciones de parte de Iris, deben ser buenos. Siempre tuvo un gusto narrativo excelente.

—Puede que no tenga que decir nada, pero igualmente me gustaría hacerlo.—Admite, sonriendo con humildad. De hecho, le habría gustado mucho ser esa clase de chicos locuaces y elocuentes, de los que siempre tienen una conversación interesante, o la palabra propicia que decir. Pero no: Theo Hadreas es un muchacho mucho más simple y sencillo, al igual que sus discursos.—Eres... genial, Iris McGonagall.—Y en eso podría resumirse todo.—Y una... buena amiga.—No es pronto para decir algo así, ¿verdad?

—Te prometo que te avisaré apenas me los haya leído. ¿Nos veremos después de Navidad?—Si hay algo que le guste de verse con ella es... la posibilidad de poder quedar un día más.

Sea lo que sea lo que les depare el futuro, algo tiene claro: ahora que la ha recuperado —en cierta medida—, no quiere que Iris deje de formar parte de su vida.

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—¡Claro! Bueno, espero que tengan ropa de tu talla. En fin, eres enorme. ¿Has crecido desde que estuvimos juntos? —o la propia Iris se ha hecho más pequeña y bajita. Sea como fuere, no es un misterio que Theo es, literalmente, una torre. Ya no solo por lo alto, también por lo ancho; espalda fuerte, brazos igual... Se nota que parece el típico quarterback, pero por a diferencia de otros, él tiene cerebro.

A veces. En ocasiones... especiales. Tal vez.

—¡No! No sabías que iba a traer algo, además, no busco que me regales nada de vuelta. Lo he hecho porque he querido —se encoge de hombros mientras asiente con la cabeza. ¿Qué? Le gusta que se acuerde de dónde trabaja—. ¡Sí! Son unas novedades, uno es un thriller y el otro es más... Bueno, de fantasía oscura, o algo así. No me lo he leído, el thriller cayó ayer pero no te voy a decir ni pío —por supuesto que no, no quiere hacer spoilers.

La sonrisa de la rubia es amplia, enganchándose al brazo de su amigo—. No tienes que decir nada, idiota. Es solo un detalle, ¿Qué más da? Y además, es navidad. Sabes que en estas fechas me pongo mucho más amorosa de lo normal.

Como si fuera un osito de peluche. Puede que no a tal extremo, pero se acerca.

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—Cuando vuelvas de Texas, vas a tener que acompañarme a una de esas tiendas para que pueda comprarme yo también algo más de ropa.—Y se lleva el chocolate a los labios, como quien no quiere la cosa. Más claro y directo no ha podido ser. Efectivamente: a su regreso a Mystic Falls, Theo ya le está proponiendo una segunda cita.

Sabe que no está haciendo bien y que lo mejor para él es que no se haga demasiadas ilusiones. No es tan necio como para no haberse dado cuenta de que si Iris sigue teniendo algún interés en él, desde luego no es romántico. Pero, qué puedo decir: puede que sea un poco masoquista o que, sencillamente, aún no esté preparado para pasar página.

Demonios: ¿quién lo haría?

Iris es, a todas luces, lo más parecido que ha conocido a un ángel en la tierra. —Maldita seas, McGonagall. Ahora voy a quedar como un penco por no haber traído nada para ti.—Ah, pero ni te creas que va a olvidarse de comprar un regalo para ella mientras pasa las fiestas fuera. Pierda la gracia o no, para enero ella tendrá también su obsequio.—Vaya, vaya, mira qué tenemos aquí.—Hadreas abre un poco más los ojos al descubrir aquel par de libros bajo en envoltorio.—Cierta ratita de biblioteca ha vuelto a las andadas.—Le sonríe con cariño.—La verdad es que hace mucho que no leo. Será una oportunidad genial para volver a empezar.—Añade, animado.—Son de los que vendes en la librería, ¿cierto?—Iris le contó hace tiempo que tiene un empleo en una librería de Nueva Orleans, nada menos.—Dios, Iris... No tenías por qué. La verdad es que... no sé qué decir.—Sí, sí lo sabe.

Pero también sabe que no es lo correcto. Y que si es sincero, se arriesga a volver a estropearlo todo.

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La sonrisa de Iris es tan amplia como la de una niña pequeña a la que le acaban de regalar una piruleta. En pocas palabras, es su sonrisa. Iris es como una niña y, a día de hoy, todavía le gustan las piruletas con forma de corazón y sabor a fresa aunque no las coma tan a menudo como de pequeña. Recuerda perfectamente el momento en el que decidió dejar de hacerlo, y es que se le mancharon los dientes y aquella vez tanto de rosa, que creyó que estaba sangrando. Se traumatizó bastante.

Moviendo la cabeza de lado a lado mientras arruga su nariz en el proceso, vuelve la atención a Theo.

—Oye no me juzgues. Estamos a menos no sé cuánto —en realidad no tiene ni idea, se lo está inventando un poco. Como casi todo, en realidad. Iris presiona los labios entre sí antes de darle un sorbo a su chocolate, tendiéndole a Theo el suyo—. Es algo de lo que yo me di cuenta más tarde que pronto, por eso aproveché un día para comprarme ropa de invierno.

Eso y porque la excusa de las compras siempre está bien.

Refunfuñando un poco —aunque no mucho—, Iris decide darle el regalo. No está segura de que le vaya a gustar, pero... El detalle es lo que cuenta—. Venga, vamos, ábrelo. Te quería dar un regalo de navidad antes de irme a Texas, porque luego no sé si podremos vernos y ya pasado enero, pues no le veo la gracia —se encoge de hombros al mismo tiempo que espera expectante a que abra el regalo: un pack de dos libros que, según ella, pueden gustarle.

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Está nervioso.

Tan nervioso que esta misma noche no ha podido dormir, o que ha decidido ponerse guantes —de esos que tan poco le gustan, y que tanto rehúsa a utilizar en invierno— para ocultar hasta qué punto le vienen sudando las manos. Ya se puso nervioso, de hecho, cuando Iris le llamó para quedar con él y verse antes de empezar las fiestas. Theo no tenía planes especialmente, pero ella volvería a Texas para pasar unos días con su familia, y no podrían verse hasta pasadas las Navidades.

¿Esto podría considerarse una... cita?

Créeme: ha intentado por todos los medios no hacerse ilusiones. Theo es consciente de hasta qué punto llegó a defraudarla, y aunque fue su cita durante el certamen de Miss Mystic Falls, no han vuelto a tener encuentros ni remotamente románticos. Pero qué puedo decir.

Iris McGonagall no es una mujer a la que puedas olvidar fácilmente.

—¡Hey!—Algo sobresaltado, Theo se vuelve para encontrarse con la muchacha, o más bien, con una Iris envuelta con a saber cuántas capas de ropa.—Más que a un fantasma, creo que acabo de cruzarme con un muñeco de nieve viviente.—Y hace la broma porque casi podría recordarle a aquellos grandes y casi irreconocibles muñecos blancos y vestidos con la ropa de alguien más. Un pingüino más bien, según ella.—Venga, ¿por qué no? Hace un frío de perros.—Les vendrá bien una bebida con la que entrar en calor.—¿Siempre hace este tiempo en el invierno de por aquí? No tengo claro que haya venido preparado.—De hecho, ha tenido que invertir sus últimos sueldos en algo de ropa más abrigada, como el abrigo plumas que hoy lleva puesto.

—Oye, ¿qué tienes ahí?—No creerías que Iris escondió aquel regalo a sus espaldas de forma discreta, ¿verdad?

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Aprovechando que era una época de festividades maravillosas y que a Iris le encantaban —además de su cumpleaños, por supuesto—, la joven había decidido llamar a Theo para quedar con él unos días antes de marcharse a Texas. Además, tenía que aprovechar y darle su regalo. Sí, sí, Theo había sido... En fin, le había hecho daño. ¿Pero y qué? Ahora las cosas estaban bien entre los dos... ¿No? Ella por lo menos no sentía tanto rencor.

Y tenía claro que no quería saber nada del amor, así que no había de qué preocuparse.

Así que le había dicho que la esperase en el parque, que ella llegaría en un rato. Por supuesto, Iris McGonagall no cumplió su palabra. Era la reina de la impuntualidad, pero es que en Mystic Falls hacía demasiado frío y a ella le gustaba mucho su cama. Sea como fuere, se había vestido con una chaqueta calentita —con pelo falso en su capucha que, por cierto, llevaba puesta—, guantes y un jersey de cuello alto. Mientras, llevaba en sus manos una caja envuelta en papel de regalo que echó hacia atrás a su espalda, en cuanto reconoció a un Theo despistado.

—¡Bú! —Iris dio un paso hacia atrás, riéndose cuando consiguió asustar al otro. O por lo menos, si lo había fingido, ella se lo había tragado por completo—. ¿Qué? Parece que has visto un fantasma —refunfuñó, negando con la cabeza—. ¿Has visto? ¡Parezco un pingüino! —Iris mostró lo abrigada que iba—. ¿Quieres un chocolatito caliente?

Por Dios, que diga que sí.

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La rubia puso los ojos en blanco dándole un pequeño golpe a Theo en el brazo, riéndose suavemente—. Cállate anda. Aunque reconozco que de todo lo que me ha pasado este mes, creo que eres la mejor sorpresa que me he podido llevar —y era verdad hasta cierto punto. Bien, era cierto que a Iris se le vinieron el aluvión de momentos que pasaron juntos a la mente, eso estaba claro. Pero también necesitaba despejarse después de lo de Velkan.

Y si Theo era ese bote salvavidas, al menos por ahora, no sería ella quien dijera que no.

—¡Oh! ¿Tessie está aquí? —entonces no se dudaba más, Iris acompañaría a Theo a buscarla. Seguro que juntos podrían encontrarla—. Vamos entonces, te acompaño. Te puede servir como un pequeño tour por aquí —se encogió de hombros con una sonrisa en los labios que se desvaneció poco a poco a medida que Theo hablaba, instalándose en la boca del estómago un particular nerviosismo tan conocido para con él—. Lo sé, créeme que lo sé. Por ahora empecemos por esa búsqueda, ¿vale? Y luego ya veremos.

Podría decirse que Hadreas aún le afectaba un poco.

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«Oye, no digas eso...»
«...Tus palabras siguen teniendo valor para mí.»

Aunque la emoción resulta incontrolable en su mirada, Theo consigue morderse la lengua a tiempo. —Así que soy el culpable de que nos hayamos reencontrado.—Aquello sí lo reflexiona en voz alta, aunque se trata de un autor indirecto.—Está bien, eso justifica que estés enfadada.—Hace aquella broma quizá con la intención de liberar tensiones de la conversación, pues no ha podido evitar percatarse de que la rubia se ha sentido algo culpable al escuchar las palabras del brujo.

—¿Qué...?—Preguntarle a Iris sobre su hermana no era algo que entrase en sus planes, pero la generosidad y jovialidad de la joven McGonagalla siguen careciendo de todo límite.—Pues...—Se muerde el interior de la mejilla. ¿Sería buena idea hablarle de ella? Al final, decide realizar una prueba de fe.—Es Tessie. Mi hermana.—Seguro que la recuerda. Theo a menudo hablaba de que tenía una hermana melliza, y que estaba enferma... Prefirió omitir los detalles, por razones obvias.—Es una larga historia.—Le dice, antes de que pueda preguntar.—Pero el resumen es que ha venido a Mystic Falls sin mí, y tuve que venir a buscarla.—¿Puede que Iris haya coincidido con ella?

Sería irónico que su ex le ayudase a dar con la razón de su regreso... Y por ende, de su reencuentro.

—Oye, Iris.—Le dice repentinamente.—Créeme que entiendo que estés enfadada, y puedo aceptar que no estés preparada para perdonarme todavía.—¿Cómo podría juzgarla? A fin de cuentas, Theo es plenamente consciente de la vil mentira que hubo de pronunciar para dar por terminada su relación.—Pero... te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para...—recuperarte—, resarcir todo el daño que te hice.—Y cuando Theo se propone un objetivo...

No se detiene hasta conseguirlo.

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Iris lo miraba frente a ella y recordaba los momentos que habían pasado juntos. Los buenos y los no tan buenos, los regulares y, sobre todo, los malos. Pero en concreto el peor de ellos: cuando tuvieron que separarse. La rubia estuvo durante un tiempo ahogándose en sus penas y en el helado de chocolate, por eso nunca creyó que volvería a verlo. Pero ahora Theo estaba delante de ella e Iris, que era una blanda, intentaba reprimir las ganas de darle un abrazo.

—Está bien, te creeré —suspiró. No pegaba mucho en Theo que fuera a buscarla. No después de lo que pasó. Además, Iris tampoco tenía por qué creer que era el centro del universo—. Oye, no digas eso, venga... —la rubia se mordió el labio inferior y, sin siquiera pensarlo, se había acercado a Theo para cogerle de una mano, jugando con ella—. Tus palabras siguen teniendo valor para mí —aún y después de todo, todavía podía esforzarse para creerle.

Los dos podrían esforzarse.

—Créeme yo tampoco creí que volvería. Pero cuando cortamos... Me di un tiempo y vine aquí —Iris se encogió de hombros. Sus manos fueron a sus mejillas, soltando entonces la de Theo, para tocarse los mofletes seguramente enrojecidos. Se había puesto colorada—. Cállate, anda. Llevo días que no duermo bien —y seguramente seguiría así. Con el ceño fruncido, la nefilim lo miró—. ¿Buscando a alguien? ¿A quién? ¡Tal vez le conozca! En Mystic Falls nos conocemos todos, es un pueblo pequeño.

Y... sin comerlo ni beberlo, Iris se acababa de ofrecer a ayudarle a buscar a esa persona.

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Con ambas manos en alto, a modo de redención, Theo confía en que aquellas dos palabras, si no consigan, al menos ayuden a que confíe en él. —Lo juro.—Y es que es cierto: que se hayan encontrado allí ha sido un golpe del destino. Jamás creyó volver a sentirse lo suficientemente afortunado como para volver a verla...

Sin embargo, allí están. —Iris, tienes mi palabra. No... no tenía ni idea de que estabas aquí.—De hecho, y bien pensado, ¿cómo es posible que la rubia haya terminado en aquel rincón del mundo?—Aunque...—carraspea, algo incómodo, mientras sus invasivos pensamientos se abren paso entre sus labios.—Supongo que mi palabra no vale nada para ti.—Y es que Theo es muy consciente de que la reacción de la joven es, cuanto menos, fundada.

Aunque, más allá de que le rompiera el corazón en el pasado, parece mucho más alterada de lo que se habría imaginado.

—Pero... tienes que creerme.—Tiene, ¿qué exactamente? O más bien, ¿por qué?—De entre todos los lugares del mundo, no te imaginaba... regresando a Mystic Falls.—No creerías que Theo no la prestaba atención cuando contaba sus historias, ¿verdad? Claro que sabe que ha vivido aquí, pero tras conocerla en la universidad, se la imaginaba acabando en una gran ciudad; puede que en una tan colosal como Nueva York, o puede que en una más clásica, como París.

Aquel pueblo se queda pequeño para un corazón tan grande y puro como el de Iris McGonagall.

—¿Horrible?—Se le escapa una risilla nerviosa. Le cuesta imaginar una circunstancia en la que Iris se viera horrible, aunque trata de retomar la compostura antes de continuar.—En realidad, yo... te veo preciosa.—Reconoce finalmente.—Estás preciosa, Iris. De verdad.—Los ojos tristes, aquellas ojeras...

Y aun con todo, Theo tiene la seguridad de no haber visto nunca a una chica tan bonita como ella.

«¿Cómo... has estado?»

—¿Yo? Ehm... Bien, muy bien. Ya sabes... De aquí para allá.—Ese es el gran problema: que no sabe nada de él desde que rompieran. Suspira.—La verdad es que... he acabado en el pueblo porque estoy buscando a alguien.—¿Y por qué le cuenta aquello? Quién sabe; puede que sólo necesite desahogarse, o... contárselo a alguien. En el pasado, lo compartían todo...

O casi todo.

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Parecía un toro. Era difícil de creer por su natural buen humor, positividad y la sonrisa que mantenía siempre plastificada en su rostro. Su altura tampoco es que ayudase mucho —apenas rozaba el metro sesenta, aunque juraba que había crecido un poco más en estos últimos meses— y, desde luego, recordar a su ex cuando ese mismo mes acababa de romper con el que era su novio no era... vaya, no era lo que esperaba.

Así que Iris respiraba rápido y se le hinchaban las mejillas de una manera graciosa, a pesar de estar cabreada. Como si fuera un pequeño hámster. Su semblante cambió a uno más serio aunque no por ello sereno; su frente se arrugó, igual que su ceño, acabando cruzada de brazos—. Júramelo. Porque como hayas venido hasta aquí para buscarme, te voy a dar tremenda patada que vas a llegar hasta tu casa, maldito idiota —y para sentenciar sus palabras, Iris alzó la mano.

Vale, puede que estuviera un poco —muy— violenta.

Tomó una bocanada de aire pasando la lengua por la cara interna de su mejilla, negando con la cabeza—. ¿Me ves bien? Pues está siendo un mes de mierda, Theo. Así que si me ves horrible, prefiero que me digas eso. Seguramente me lo crea más —Iris resopló. Era verdad, estaba siendo un mes de mierda. Pero no podía descargarse con Theo. No es como si él fuera el culpable de que julio estuviera siendo catastrófico—. Perdona, no quería ser tan... brusca, ni borde —se maldijo a sí misma por disculparse, suspirando con cansancio—. Siéndote honesta, yo tampoco. Creí que... Era definitivo, que nunca volveríamos a vernos.

Maldito destino, en qué momento movía los hilos.

—¿Cómo... cómo has estado?

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De la sorpresa al desdén, hasta transformarse en odio. El torrente de emociones en unas facciones que —aún— conoce tan bien, se deja llevar en una explosión que Theo no sabe cómo contener. —Iris, yo...—Su golpe en el pecho le obliga a retroceder un paso.—¡Eh, eh, tranquila!—Está muy alterada, pero no puede juzgarla. ¿Cómo lo haría?

Después de todo, fue él quien le rompió el corazón. —No sabía que...—¿Cómo habría podido imaginarse que estaría en Mystic Falls?—Iris, mírame.—Le pide, respirando hondo y mostrándose calmo. Si los dos pierden los papeles, aquel reencuentro no terminará nada bien... y no quiere perderla. Theo no puede perderla otra vez, no así.—No tenía ni idea de que estabas aquí. Te lo juro.—Le promete, mirándole a los ojos con vehemencia.

No puede evitarlo: al final, sonríe. —Te veo... —espectacular, preciosa, deslumbrante— ... bien.—Como tampoco puede evitar emocionarse. ¿Cuáles eran las probabilidades? De entre todos los lugares del mundo, nunca imaginó volver a encontrarla en Mystic Falls. Pareciera cosa del destino.—Creí que no volvería a verte.—Confiesa, llevándose una mano a la nuca en un gesto algo nervioso.

Se ha vuelto repentinamente consciente de que cada palabra, va a contar. De cada uno de sus movimientos, dependerá su reconciliación.

No puede cagarla otra vez.

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Creer que se puede escapar del pasado por las buenas, sin acarrear las posibles consecuencias o llamadas del mismo después, es una ingenuidad total y absoluta que, en muchas ocasiones, acaba de las maneras más catastróficas posibles. Con Iris también pasaba.

Pasaba porque el viento llevaba consigo una voz que había olvidado. Una voz que le había susurrado cosas tan bonitas como mentiras; una voz que creyó que había enterrado al fondo de su mente para toda la vida y que ya no le provocaría pesadillas.

Pero Iris, inocente como era, creyó mal—. ¿Qué? —se giró de manera rápida, sin pensárselo. Casi mareándose en el proceso, hasta que dio con él. Tan alto e imponente como lo recordaba. Theo Hadreas, muchacho de las mil caras para muchos, pero para ella solo tenía una—. Theo... —su ceño se frunció automáticamente y su corazón dio un vuelco. Y no porque aún lo quisiera, sino porque no se esperaba verlo en Mystic Falls.

Era una posibilidad muy remota, pero... ¿Cómo de casualidad era que, después de cómo estaban Velkan y ella —o mejor dicho, cómo no estaban—, apareciera ahora Theo en su vida?—. ¿Tú qué haces aquí? ¿A qué has venido a Mystic Falls, eh? —a medida que avanzaba hacia él, la voz de Iris también se alzaba, e incluso le dio un pequeño golpe en el pecho con la mano cerrada en un puño, posible producto del estrés—. ¿¡Qué quieres!?

Estaba enfadada, decepcionada y, sobre todo, triste. Porque los recuerdos que creyó enterrados habían vuelto a su mente.

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Avril Lavigne escribió:Everybody hurts, everybody screams.
Everybody feels this way...
And it's okay.

Todavía recuerda bien lo que pensó la primera vez que vio a Iris cruzando la puerta de aquella cafetería de la universidad: es tan guapa que duele mirarla. De lo demás, siendo honesto, no se acuerda, porque todo lo que podía sentir eran mariposas en el estómago, y la cada vez más creciente necesidad de conocerla. Eventualmente, lo consiguió.

Y eventualmente, hubo de dejarla escapar.

Hay pocas cosas de las que se haya arrepentido como de aquella decisión, pero entonces, se convenció de que era lo mejor. Theo no era quien para involucrar a la muchacha en aquel mundo de locos —uno en el que su vida siempre correría peligro—, y su hermana le necesitaba. Al final, hizo lo único que pudo hacer: lo mejor para todos...

Salvo, quizá, para sí mismo.

Creyó verla caminando por aquella misma calle hará un par de días, y aunque quiso convencerse de que sólo fue una jugada de su subconsciente, repitió el recorrido varias veces, en varios momentos del día, hasta que volvió a distinguir su inconfundible cabellera rubia entre la muchedumbre.

Sigue siendo tan guapa como la recordaba... O puede que incluso más. —Iris...—La voz de Theo se alza ligeramente, llamando su atención, mientras mantiene una distancia prudente. No quiere que aquel reencuentro resulte invasivo aunque, por la manera en la que rompieron, intuye que lo habría sido de todas formas.

Invasivo, perturbador, pero sobre todo, doloroso.

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